DiócesisHomilías

Funeral del Rvdo.D. Francisco Ruiz Salinas (Parroquia de San Antonio Abad-Churriana)

Publicado: 21/07/2010: 1341

FUNERAL DEL RVDO.D. FRANCISCO RUIZ SALINAS

(Parroquia de San Antonio Abad-Churriana, 21 julio 2010)

Lecturas: Jr 1, 1.4-10; Sal 70; Mt 13,1-9.

1. Las lecturas de hoy, de esta XVI semana del Tiempo Ordinario, coinciden providencialmente, como nos han dicho en la semblanza sacerdotal que ha sido leída al inicio, con una idea madre que ayudó a nuestro hermano Francisco a emprender el ministerio sacerdotal.

Se trata de la vocación de Jeremías. Conocedor de sus limitaciones, como todos, le dijo al Señor al inicio de su ministerio: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho» (Jr 1, 6), consciente de que la misión que Dios ponía en sus manos era mucho más fuerte que las fuerzas de sus hombre.

Pero nuestro hermano Francisco se fio del Señor, como Jeremías, y emprendió la misión que el Dios de misericordia y de amor le confiaba.

2. Ya hemos oído dónde fue desarrollando poco a poco su ministerio sacerdotal. El Señor lo eligió desde antes de su existencia: « Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1, 5).

A veces, pensamos nosotros que lo que somos y hacemos es porque lo hemos elegido nosotros. Decimos que queremos ser cristianos y pensamos que con ello empieza nuestra vida cristiana. Decimos que queremos casarnos, que queremos ser religiosos, misioneros, sacerdotes, y no caemos en la cuenta de que no es así.

Es, más bien, el Señor quien nos llama. A Francisco lo llamó antes de su existencia, como ha dicho Jeremías.

3. Hoy es un día para dar gracias a Dios de esta elección que el Señor hizo en su persona y de esta consagración que hizo de él para el ministerio.

Es también ocasión de que le demos gracias a Dios, nosotros, por la vocación a la vida cristiana, que no es una elección nuestra. Queridos sacerdotes, es el Señor quien ha confiado el ministerio sacerdotal en nuestras manos. Hay aquí una hermosa representación del Presbiterio diocesano, signo de la fraternidad sacerdotal; pero signo también del afecto que todos sentimos por Francisco y que él fue cultivando como hermano en el Presbiterio.

4. Nuestro hermano Francisco ha intentado ser la lengua que ha proclamado la Palabra, los labios que han proclamado la Nueva Buena del Evangelio.

El profeta Jeremías en su vocación inicial, relata la misión que Dios le encomienda: «alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para poder y derrocar, para reconstruir y plantar» (Jr 1, 9-10).

El Señor ha tocado nuestros labios, los de todos. Primero en la vocación bautismal, y por eso somos todos profetas, ejerciendo el sacerdocio real de los fieles. A todos nos ha tocado en los labios y nos ha dicho: Predicad el Evangelio y sed testigos de mi amor, sed testigos de mi resurrección entre los hombres.

5. A los sacerdotes y a Paco, nuestro querido hermano, ha tocado nuestros labios, nos ha consagrado como profetas y nos ha dicho: ejerced el ministerio de la Palabra de forma especial. No sólo anunciándolo con vuestra vida y con vuestras palabras en la cotidianidad de la existencia, sino proclamándola en las Asambleas litúrgicas, explicándolas en las celebraciones Eucarísticas. Los labios de nuestro hermano Paco han estado proclamando la Buena Nueva.

Queridos fieles de esta parroquia de Churriana y fieles de otras parroquias donde él ha ejercido, sois conscientes y testigos de la explicación, de la proclamación de la Palabra y de la actitud de profeta, que el Señor confió a Francisco en su ministerio.

6. En el Evangelio de Mateo se nos ha recordado la parábola del sembrador: «Salió el sembrador a sembrar» (Mt 13, 3b) El sembrador es el Señor y su palabra es la semilla.

Nuestros corazones son esos campos que han de estar abiertos a la siembra, que deben estar esponjosos con la lluvia y el rocío del Espíritu, que deben ser fecundos una vez han recibido la palabra. Eso toca a todo creyente, a todo cristiano, eso no es sólo para los sacerdotes.

Quien ha asimilado previamente la Palabra es capaz de proclamarla, de predicarla, de sembrarla. De ese modo la Palabra puede crecer en los corazones de los fieles.

7. En el caso del ministerio sacerdotal es una tarea especial y específica. A los sacerdotes se nos encomienda de un modo cualitativamente distinto sembrar la palabra. Nos sucede lo que a Jeremías: «Mira que yo pongo mis palabras en tu boca» (Jr 1, 9). Debemos explicar las palabras de Cristo, no las nuestras. Las nuestras no dan sentido a la vida, las de Jesucristo sí. Querido hermano sacerdote: siembra la Buena Nueva del Evangelio, no te siembres a ti mismo; no lances tus deseos y tus proyectos. Siembra el Evangelio de Cristo y explica sus palabras.

Nuestro hermano Francisco ha intentado en su ministerio ser fiel a esta encomienda. Hoy, celebrando su partida entre nosotros, se nos recuerda a todos, fieles cristianos laicos y sacerdotes nuestra misión. Los laicos por el bautismo debéis ser pregoneros y sembradores de la palabra de Dios; y los sacerdotes, por vuestra consagración sacramental especial, llevar a cabo la misión encomendada.

A todos hoy nos recuerda: sed testigos de Jesús, anunciad el Evangelio, sembrad la semilla de la palabra y sed fieles a esa palabra divina; no os sembréis a vosotros, no os proyectéis, no queráis ser el centro de la vida y ayudad a los otros a que se encuentren con Jesucristo. El centro debe ser Cristo, no nosotros, ni siquiera nuestro ministerio.

8. Francisco en la presencia de Dios está en mejores condiciones para pedirle que seamos fieles a nuestra vocación bautismal y sacerdotal, tanto de laicos como de los presbíteros.

Hoy queremos dar gracias a Dios por la tarea ministerial que Francisco ha ejercido en nuestra Diócesis. Vosotros, queridos fieles, sois los que habéis recibido de su ministerio lo mejor de su vida, de su entrega, de su cariño, de su ilusión. Con sus 73 años ha sabido estar en el tajo. El Señor le ha concedido prepararse en los últimos días de su vida para el encuentro definitivo con Él.

Los que hemos tenido la oportunidad de acompañarle en estos últimos momentos, hemos podido comprobar, como se ha dicho en su semblanza espiritual, que aceptó de buen grado la voluntad de Dios y lo hizo confiada y gozosamente.

9. Como decía esta última etapa ha sido un tiempo que le ha ayudado a interiorizar el encuentro con el Señor, que acaba de tener ahora. Un tiempo de purificación, un tiempo de silencio, tras horas largas que ha pasado solo en la unidad de cuidados intensivos del hospital.

Esos tiempos nos parecen eternos en estas situaciones, con visitas limitadas. Esos largos ratos de oración que él ha hecho. Creo que, aparte de lo que le haya podido sufrir o tener que asumir, ha sido un regalo que el Señor le haya concedido ese tiempo para purificarlo, para prepararlo, para que ahora acogiera con mayor profundidad y conciencia este encuentro cara a cara, para el que probablemente ninguno de nosotros estamos preparados.

En las letanías que reza la Iglesia se ha puesto siempre una petición: “De la muerte repentina, líbranos Señor”. Hay gente que pide la muerte repentina. Pero si la Iglesia nos ha enseñado a pedir “de la muerte repentina, líbranos Señor”, es porque nos hace bien prepararnos de modo consciente para el encuentro definitivo con Dios. Así ha ocurrido en la vida de Francisco. Un tiempo de preparación inmediata para este encuentro, para el que, repito, no estamos preparados.

Damos gracias a Dios por su vida, por su presencia entre nosotros, por su ministerio sacerdotal en nuestra Diócesis y ahora le pedimos al Señor que lo acoja en su seno. Ahora está preparado, el Señor lo ha purificado, le ha perdonado sus pecados y  puede ya gozar de la plenitud de la Vida.

10. Hemos escuchado al inicio de la celebración que habéis estrenado hoy la iluminación en el templo parroquial. Me ha alegrado saber que la comunidad parroquial ha culminado la iluminación del templo y hoy se estrena en su funeral.

Cuando lo he oído lo he asociado a algo que nuestro hermano Francisco ya está viviendo: pasar de la luz terrena y de la luz de la fe, a la luz plena; pasar de la luz de nuestra vida, limitada y corta, a la Luz resplendente, a la Luz plena, a la Luz que no se puede apreciar con los ojos físicos que tenemos.

Le pedimos al Señor que él estrene hoy esa otra Luz, la Luz grande del amor de Dios, la del encuentro definitivo cara a cara con Él. Ya sin velos, sin vendajes, sin fe, sin tapujos, cara a cara, de forma plena. Ahora ya puede contemplar plenamente con la Luz de Dios.

11. Termino con un tema que nos preocupa a todos: las vocaciones al sacerdocio. Me ha alegrado saber que Paco ha acompañado a varios jóvenes en la llamada que el Señor les ha hecho al ministerio sacerdotal. No sé quiénes sois, pero me gustaría saberlo. ¿Quiénes sois los sacerdotes que habéis ido al Seminario, que habéis secundado la llamada como Jeremías a través del ministerio sacerdotal de Paco? Levantad la mano, por favor. Agradecedle al Señor ese ministerio.

Y ahora le pedimos también a Francisco que, desde arriba, interceda por los jóvenes y que, por su mediación e intercesión, también el Señor nos siga regalando sacerdotes santos, que nos hacen mucha falta a todos; porque todos necesitamos del sacerdocio ministerial. Todos necesitamos confesarnos con otro sacerdote; todos necesitamos del sacerdote, del sembrador de la palabra, del profeta que proclama y anuncia la palabra del Señor.

Le pedimos a la Virgen María, de la que él, como sabéis, ha sido tan devoto, la Virgen de la Oliva en su tierra natal de Mollina, que lo acompañe en este último viaje y que lo lleve a gozar de esa Luz eterna en compañía de los santos. Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo