Vi los dibujos de FANO en blanco y negro. Y me gustaron. Y trabajé con ellos. Eran pura esencia. Y vi sus dibujos a color, llenos de luz. Y pensé que eran una voz en la Iglesia, que tenían un papel en ella y que había que difundirlos también en papel. Y así me propuse hacerlo. Y así lo hicimos. Y vi su Abecediosario (la manifestación de Dios en las letras: una epifanía diáfana) y escribí un artículo para que los profesores de Religión las pudieran usar en sus clases, y los catequistas en los encuentros de catequesis…

Y después vi a FANO en presencia y en figura en el colegio María de la O, en el polígono de Los Asperones, de Málaga, donde los taxistas no me querían llevar. Allí estaba él, como Jesús, rodeado de niños: él era también el protagonista diáfano de sus dibujos, que son parábolas en acción. Después lo vi en su casa, con su familia, diáfanas y llenas de sol de atardecer (la familia y la casa). Ahora cierro los ojos y me llega de nuevo, diáfana, la luz de su voz tranquila y el estruendo de su silencio interior.