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Semblanza de Miguel Ángel Corrales García

Publicado: 27/05/2007: 4282

 

Y quedaron todos llenos del Espíritu Santo. La del alba sería, el 27 de mayo, Fiesta de Pentecostés. La del alba, cuando Miguel Ángel Corrales, a los 83 años y 58 de sacerdocio, fue llamado a la casa del Padre.

Miguel Ángel nace el 25 de Septiembre de 1923. Sus padres, José y Rosario, tuvieron cuatro hijos: Cándido, Miguel Ángel, Rafael y Rosario. Su padre era el Jefe de Correos de Ubrique y allí nacieron sus hijos.

Miguel Ángel vive la fe en el seno de su familia, en la parroquia y en el convento en que estuviera el Beato Fray Diego José de Cádiz. Tras las primeras letras estudia bachillerato y magisterio. Y es, en este momento, en plena juventud, a los 18 años, cuando siente la llamada al sacerdocio. Ubrique pertenece a la Diócesis de Málaga y Miguel Ángel, el mes de septiembre de 1941, asciende, por primera vez, al monte del Seminario.

En nuestro Seminario convive con la herencia que dejaran el Beato Manuel González y D. Enrique Vidaurreta: el amor a la oración, el trabajo, la humildad, el cuido por la liturgia y la música. Allí oye hablar del Apóstol de Andalucía y canta el himno que acaba de componer D. Manuel Ruiz Castro con la letra que le escribiera don Francisco Carrillo, dos magníficos sacerdotes malagueños. Himno que, con el tiempo, hará suyo todo el clero español. Y en el Seminario, la inteligencia viva de don Miguel Ángel, los estudios adquiridos y su constancia en el trabajo, hacen que adelante cursos. Y el 27 de Junio -otro 27, porque sacerdocio y vida se han hecho una en Miguel Ángel-, el 27 de Junio de 1948, es ordenado sacerdote.

Ya tenemos a Miguel Ángel dispuesto a vivir la caridad pastoral: ese amor primario y primordial. Primario, porque no está sometido a ningún otro amor; primordial, porque todos los demás intereses y valores quedan subordinados a este amor.

1948 es el año de su estreno sacerdotal. Pasa unos meses en la parroquia de los Remedios de Estepona y don Ángel Herrera le pide que vuelva al Seminario como formador y profesor. Y allí inicia una etapa inolvidable. La impresión de los que fuimos sus alumnos se resume en lo que anoche me decía un compañero: “Se desvivía por la enseñanza, como profesor era exigente pero lleno de bondad”.

Cuatro años de profesor y formador, en los que su amor pastoral se va acrisolando.

Durante sus últimos años, todos hemos sido testigos de ese amor que él traducía en bondad y disponibilidad. Bondad en el trato personal, en el servicio al hermano y en su talante misionero.

En la sacristía de esta parroquia hay un cajón donde a Miguel Ángel le gustaba guardar su alba -cuidadosamente doblada-, un rosario, algunas pilas de linterna -rastro de su hobby: la electro-mecánica-, el ritual de la Adoración Nocturna y algunos papeles olvidados. En ese cajón yo solía dejarle las cartas que llegaban para él. La última que le puse aún está. Es un recibo de las OMP. El recibo dice así: Recibo de 100 euros para las misiones por la venta de papel. Y es que, durante muchos años, Miguel Ángel se ha dedicado a recoger papel que pedía a los porteros de los bloques, lo trasportaba en su coche y vendía. El importe era para las misiones. Su caridad pastoral era capaz de descender hasta esos detalles.

Pues bien, después de cuatro años de formador y profesor en el Seminario, desde donde atiende con su montesa a la parroquia de Carratraca, es nombrado ecónomo de Nerja. Allí sustituye a D, Miguel Martín, y pone en práctica su celo pastoral.

Desde Nerja pasa a la parroquia de San Ignacio en Málaga donde permanece dos años. La parroquia de San Ignacio fue el trampolín, pues D. Ángel Herrera le llama y envía a Venezuela.

La misión de Málaga en Venezuela fue otro de sus grandes amores. La misión de Málaga se adelantó a la encíclica de Pío XII Fidei Donum, de la que estamos celebrando el 50 aniversario.

Miguel Ángel sale para Venezuela con uno de los más entusiastas animadores de la vocación misionera, don Alberto Planas. Parten en el barco “Virginia Churruca” y les espera, en el puerto de La Guaira, el P. Juan López Albanés. Desde La Guaira suben a Caracas y se hospedan en el seminario. Y desde Caracas, en avión, salen para Cumaná. Don Alberto es nombrado Rector del Seminario de Cumaná y Miguel Ángel marcha a San Antonio de Maturín donde le espera Campos Giles.

El mismo Miguel Ángel cuenta así estos primeros días: “Desde Caracas marchamos a Cumaná, la primera vez en mi vida que monté en avión. Lo llevé bien. A los pocos días nos llevó el P. Albanés a Cumanacoa donde conocimos al P. Pedro Roldán a la sazón párroco de allí. Alquilamos un carro por cien bolívares que nos trasladó a Caripito. El P. Rafael Pérez Madueño, párroco de Caripito, pagó lo convenido con el chofer. Pinchamos 5 veces por el camino. No llovía, diluviaba. Era el tiempo de las lluvias torrenciales de los trópicos.”

El P. Campos Giles, primer biógrafo de don Manuel González García, tras recibir a Miguel Ángel, escribe a don Emilio Benavent:

“No acabo de dar gracias a Dios, por el gran regalo que me ha dado después de tantos años de soledad y trabajo agobiador. Es un excelente sacerdote, un celosísimo misionero, y un compañero lleno de caridad y paciencia, rebosando siempre de santa y sana alegría. Nos comprendemos admirablemente. Juntos como los Macabeos lucharemos “praelium Israel cum laeticia”. ¡Ojalá se aumentara el número de compañeros animados del mismo espíritu!”

Poco después, don Antonio Ramírez Salaverría, obispo de Maturín, llama a estos dos sacerdotes y les pide que se encarguen de la Parroquia de San Simón en la capital.

En 1964 don Emilio Benavent visita a los sacerdotes de Málaga en Venezuela y a su vuelta escribe que don José Campos Giles y don Miguel Ángel Corrales tienen a su cargo una parroquia con más de 40.000 feligreses y la atención de una penitenciaría con 800 reclusos.

En San Simón, la caridad pastoral lleva a Miguel Ángel -me decía un compañero que vivió con él-, a desvivirse por los pobres. A veces desaparecía de la parroquia y se iba a vivir con los más alejados y humildes. Organizó tómbolas y bingos para ayudarles. Y en Maturín, don Miguel Ángel llega a ser Vicario General de la Diócesis.

Tras 15 años en Venezuela suena la hora del regreso. Y vuelve a Málaga. Aquí en nombrado ecónomo del Espíritu Santo, donde vive aquello que decía Jean Leccler: “un cura es un hombre que pone su corazón allí donde está su obra”.

Diez años después, a los 65 años, le llegarían una serie de nombramientos, como si Miguel Ángel fuera un poco el tapahuecos diocesano. Y así es nombrado consiliario del Movimiento de la 3ª edad, Párroco de San Pío X, capellán del hospital Noble y Vicario parroquial de los Boliches. Tiempo este de gracia, pues se prepara para una disponibilidad más plena, más atenta a las pequeñas necesidades de los demás. De esta disponibilidad pueden dar razón hoy: los enfermos de la Clínica de la Encarnación, las religiosas Esclavas del Divino Corazón y hasta los vecinos de su bloque en el Paseo Ciudad de Melilla, amén de todos cuantos le hemos necesitado.

A estos años podíamos aplicarle aquello que decía San Pablo: se hizo todo para todos. Y, por eso, como ayer tarde le comentaba una religiosa a Don Antonio Dorado, ha dejado un hueco difícil de llenar. El iba tapando huecos allá donde le llamaban. Que se le necesitaba en un turno de la Adoración Nocturna, Miguel Ángel decía adsum; que una comunidad de los neocatecumenales no encontraba presbítero, allí estaba Miguel Ángel; que una parroquia necesitaba confesores, Miguel Ángel era el primero en ofrecerse. Esta caridad pastoral fue la que le llevó a atender, a pesar de sus años, que ya se acercaban a los 80, a la Hermandad del Rocío de la Caleta.

Cada año regresaba del Rocío cansado y feliz.

-Paco, Lorenzo -nos decía-, qué de bien se hace en el Rocío. Yo disfruto, pues confieso a mucha gente, oigo a no pocos, rezo y celebro con los compañeros. ¿Y no te ríes? Sí también me río y canto, nos decía, sonriendo con todo el cuerpo.

Y ayer, día 27, la Señora del Rocío, la Blanca Paloma, a la del alba, cuando Pentecostés se iba haciendo claridad en la tierra de las marismas, lo miró con ternura, lo vio maduro en el amor pastoral y se lo llevó a gozar de la fiesta del Espíritu Santo.

Autor: diocesismalaga.es

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