NoticiaCuaresma Sabrina Medero: «La fe es mi superpoder» Sabrina Medero, karateka Publicado: 23/02/2023: 34356 VÍDEO Sabrina, Víctor, Gabi, Magüi y José Luis han experimentado en su vida la conversión a la que invita la Iglesia Católica en esta Cuaresma. Antes de la llegada de la Pascua, la Iglesia Católica ofrece cuarenta días (de ahí la palabra Cuaresma), para una transformación interior mediante el ayuno, la oración y la limosna. En palabras del superior de los jesuitas del Sagrado Corazón de Málaga, Pablo Ruiz Lozano, «no son una forma de sufrir por sufrir, sino la forma segura de alcanzar algo que en el fondo todos anhelamos, mirar a Dios, reconocerlo en nuestra vida, porque cuando Dios está en nuestra vida no hay felicidad más plena». Muchas personas han experimentado en carne propia ese cambio, y durante esta Cuaresma la Diócesis ofrece en su página web los testimonios de algunos de ellos. Sabrina Medero, karateka marbellí con el primer puesto en el ranking mundial de katas, es una de las personas que recibe el Bautismo, esta Vigilia Pascual, en la parroquia de la Encarnación de Marbella, de manos de D. José Sánchez Herrera. Su carrera profesional en el mundo del deporte, que empezó de muy pequeña, se lo habían puesto difícil, pero ahora, con 21 años y cuando comienza en la categoría Senior, quiere dar ese paso definitivo para su vida de fe. José Manuel López vive su fe en el Camino Neocatecumenal. Tiene 56 años y es esposo de Luz María y tienen dos hjijos. «Dios para mí era un dios de bolsillo. Lo utilizaba cuando quería, cuando lo necesitaba», confiesa. «Mi encuentro con Jesucristo se produce a través de un acontecimiento que marcó mi vida para siempre. Con dieciocho años perdí a mi padre. Aquello me impactó muchísimo, porque más que mi padre era mi dios, me lo daba todo. Me cuestioné muchas cosas y el Señor no tardó en responderme a través de un ángel, que es ahora mi esposa. Ella me acercó a Dios y a la Iglesia», cuenta José Manuel. Para él, «el Señor se puede encontrar con nosotros en cualquier circunstancia, para que podamos ver, incluso en lo que no tiene sentido, el amor y la misericordia de Dios». José Luis Gadea y Magüi Gálvez están casados desde hace 32 años y tienen dos hijos. Los doce primeros años «estuvimos destruyendo nuestro matrimonio, porque no supimos construirlo. Nos casamos muy enamorados pero nos servíamos de nuestras herramientas y metíamos mucho la pata. Tuvimos una crisis muy fuerte, discutíamos por todo y la convivencia era muy complicada. Nos invitaron a una peregrinación a Fátima y allí tuvimos una oración muy intensa que supuso nuestra conversión», cuenta él. «Empezamos a querer cambiar. Pusimos al Señor en el centro, como un tesoro, una prioridad. Cada uno hizo su camino de conversión, y el cambio personal se trasladó al matrimonio, y este, a la familia», añade Magüi. «Lo primero fue reconocer que mi esposa me ayuda a llegar a Él cada día, ella es un don de Dios para mí. Descubrimos que nos mirábamos mal, y el Señor nos hizo descubrir la grandeza y la belleza del don que ha puesto a nuestro lado en la otra persona, que somos la ayuda adecuada para el otro. Cada vez lo veo más claro», apostilla José Luis. «Nuestro hijo mayor afirma: “Yo creo en Dios porque he visto lo que ha hecho con mis padres, y eso no es humano”.» Otros matrimonios, al ver su cambio, quisieron saber cómo hacer lo mismo, y en junio de 2016 se hizo el primer retiro Proyecto Amor Conyugal, una experiencia que se ha extendido ya a 45 diócesis españolas y a varios países. Más de 20.000 personas han pasado ya por ella y está cambiando sus vidas. Víctor Martínez es arquitecto, venezolano, y lleva años viviendo en Málaga junto a su familia. «Fui criado en una familia muy bonita: mi madre, católica, nos inculcó la religión. Mi padre, de pensamiento científico, nos alentaba a cuestionarnos todo. Así llegué a la adolescencia y ante las preguntas que era incapaz de responder, opté por no creer en Dios. Yo era mi propio juez, según los cánones que yo decidía. Pero llegó un momento en que la imagen que veía en el espejo no me gustaba. Eso me llevó a replantearme mi matrimonio, el trabajo… Un familiar me invitó a un retiro de Emaús, y por respeto, fui. Quería descansar mentalmente», explica. Aquel fue el inicio del cambio en la vida de Víctor. «¿Cómo entender que en 48 horas logras sentir a Dios? Fue espectacular -afirma-. Aquel fin de semana aún no ha terminado siete años después. Experimenté el amor que Dios nos tiene, y siento la necesidad de dárselo a los demás mediante el servicio. El pago que recibo por ello es un auténtico gozo. Cuando Dios entra en tu corazón, es imposible que no transforme tu vida». Gabi Ramos es ingeniero de telecomunicación, esposo y padre de tres hijos. «Mis tres pasiones son mi familia, viajar y el baloncesto». La vida se lo regalaba, hasta que el 2 de junio de 2015 todo cambió. «Me diagnosticaron una leucemia mieloide, y de esa vida de ensueño pasé a estar encerrado en una habitación de aislamiento durante semanas. Se abrió ante mí una vida de dolor, sufrimiento e incertidumbre. En esa situación, quedan pocos pilares. Uno de ellos, la fe», cuenta. Pero para Gabi no fue fácil agarrarse a ella. «Recuerdo un día. Llevaba catorce encerrado y rezando como siempre, cotidianamente. En la habitación del hospital, pensé dejar de hacerlo, porque le echaba mucho la culpa a Dios. Ese día, el Evangelio contaba la historia del leproso que le dijo a Jesús que si quería, podía curarle, y fue curado. Aquello me enfadó mucho, porque creía que Dios me estaba tomando el pelo. Quería curarme, de manera inmediata. Empecé a gritar yo también como el leproso: “¡Señor, si quieres puedes curarme!”. Me arrodillé, costándome horrores a causa de la enfermedad, y volví a gritarlo. Evidentemente no pasó nada. Al día siguiente, más calmado, me pregunté cuánta fe tenía ese leproso y cómo era la mía. Vi que mi fe era de “máquina de coca-cola”. Yo quería meter la moneda y que saliera el refresco. Algo hizo clic dentro de mí. A partir de entonces, cada mañana doy gracias por poder despertarme, que ya es un milagro, y le digo: "Señor, ¿qué quieres que hagamos hoy juntos por tu misión de amor?” La leucemia me ha quitado muchas cosas, pero me ha dado otras: una, saber valorar lo que es la vida, esta vida extra que me ha concedido Dios para hacer cosas para Él. El mensaje del Evangelio es muy nítido, y yo me quedo con "ama al hermano como a ti mismo". Ese mensaje tiene que traducirse en una actitud vital, y eso intento cada día», concluye.