Dichas planchas, exquisitamente buriladas, reproducían, entre otros pasajes, ocho escenas evangélicas referidas al ciclo pascual, completándose además con otras que reproducían las imágenes de Nuestra Señora de los Reyes, cuya devoción fue tan relevante en otros siglos, y la de los santos patronos Ciriaco y Paula. Tales estampillas se imprimían en papeles de colores que se arrojaban a los fieles desde las cornisas y los púlpitos catedralicios, coincidiendo con el canto del gloria en la mañana del Sábado Santo, denominado entonces precisamente de “Gloria”.

Incluso en una ocasión, allá por el siglo XVIII, el Cabildo llegó a encargar a un escultor llamado Diego de Robles que compusiera especialmente para esta función una tramoya, seguramente parecida a una piñata que, abierta, dejaba caer una auténtica lluvia de “aleluyas”. Se interpretaba este acto como una señal de alegría, unido al repique de las campanas y la música del órgano y los cantores y, es de suponer, el barullo entre quienes se apresuraban a recoger dichos grabados que ilustraban sobre las diversas apariciones que realizó el Señor tras su triunfo sobre la muerte.

Las cuatro planchas que, afortunadamente se conservan, suplieron a otras anteriores y fueron realizadas dos de ellas por el valenciano Vicente Galcerán y la otra pareja por el malagueño José de la Cerda. Algunas veces en los últimos años, especialmente en la festividad de Santa María de la Victoria, se ha recordado esta tradición, lanzándose estampas con la efigie de la Virgen al paso de su procesión.

Alberto Palomo