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Conversión y solidaridad en el mundo obrero

Publicado: 01/05/2000: 1297

Pastoral del Obispo de Málaga
Jubileo de los Trabajadores

I. INTRODUCCIÓN

1.- El próximo 1º de mayo, festividad de San José Obrero y fiesta mundial del mundo del trabajo, celebramos la jornada diocesana anual dedicada al mundo obrero. Cada año esta jornada, que promueve el Secretariado de Pastoral Obrera de nuestra Diócesis, nos recuerda que la evangelización y atención pastoral del mundo del trabajo es una tarea de toda la Iglesia Diocesana. Con este motivo deseo unirme a este acontecimiento eclesial y social y a la vez comunicaros, a los agentes más directos de la Pastoral Obrera y a  los demás diocesanos, algunas reflexiones con el deseo de alentaros en la importante tarea, hoy más urgente que nunca, que a todos nos compete: la evangelización del mundo del trabajo, la mayor parte de la sociedad. Evangelización que es inseparable del conocimiento y la puesta en práctica de la Doctrina Social de la Iglesia.


II. EN EL AÑO JUBILAR

2.- En plena celebración del Jubileo de la Encarnación del Señor, esta jornada del presente año 2000 tiene para nosotros un significado particular, pues lo que estamos conmemorando en nuestra Diócesis, en unión a la Iglesia universal, es el bimilenario del nacimiento de Jesucristo, el Obrero de Nazaret. Este 1º de mayo es para los cristianos el Jubileo de los Trabajadores. Ocasión propicia para hacer nuestros los objetivos de esta magna celebración eclesial: fortalecer nuestra la fe y nuestro testimonio, anhelar la verdadera santidad, desear vivamente la conversión, orar con mayor intensidad, ser solidarios en la acogida de nuestro prójimo, especialmente del más necesitado. 

La vivencia de estos objetivos nos debe llevar a purificar la memoria del pasado, a dar gracias a Dios por todos los dones recibidos y a mirar esperanzadamente el futuro, confiados en la fuerza salvadora de Jesucristo, que es nuestro Evangelio.

 


Según el evangelista San Lucas, Jesús, haciendo suya en la sinagoga de Nazaret la profecía de Isaías, reveló haber sido enviado “para anunciar a los pobres la Buena Noticia, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).  De este modo Jesús se aplica a sí mismo el acontecimiento jubilar, que hunde sus raíces en el Antiguo Testamento; su venida al mundo es la proclamación del tiempo de gracia querido por Dios, un tiempo especial de reconciliación, de liberación; el tiempo de la realización de la justicia y de la paz. Por tanto no podemos olvidar el aspecto social que el Jubileo comporta como dimensión insoslayable.


III. PURIFIQUEMOS LA MEMORIA

3.- La Iglesia, nos dice Juan Pablo II, está "vivamente comprometida con la causa de la justicia social y de la solidaridad de los hombres del trabajo y con los hombres del trabajo [...] porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser la `Iglesia de los Pobres`"  . Pero su compromiso social y su específica aportación evangélica, tantas veces cuestionada por muchos, no pueden entenderse si prescindimos de la historia pasada.

El desencuentro histórico entre la Iglesia y el mundo obrero

El peso de la memoria hace que todavía se suela hablar de separación y conflicto entre el mundo obrero y la Iglesia, particularmente en nuestro país. Es verdad que diversas y complejas circunstancias históricas fueron levantando desde finales del siglo XVIII una muralla que separaba, de parte a parte, al mundo obrero y a la Iglesia. Una verdadera tragedia para la Iglesia y para la clase obrera. Sin embargo, se es menos consciente de que uno de los principales objetivos pastorales de la Iglesia desde finales del siglo XIX ha sido destruir ese muro de separación, por la parte que a la Iglesia le tocaba. Al menos desde el pontificado de León XIII, con su famosa encíclica Rerum Novarum, la Iglesia puso las bases para eliminar incomprensiones y errores históricos y para acercarse al mundo obrero. Después vinieron con los Papas Pío XI, Pío XII y especialmente con Juan XXIII y Pablo VI, otras encíclicas y mensajes que son otros tantos hitos en la formulación del pensamiento social de la Iglesia y en la evolución de su compromiso con el mundo del trabajo. Juan Pablo II ha completado este proceso con una trilogía de encíclicas sociales de mucha importancia. La última de ellas, Centesimus annus conmemora precisamente los cien años de la Rerum Novarum. Todas juntas y unidas e iluminadas por el magisterio del Concilio Vaticano II constituyen la Doctrina Social de la Iglesia, que antes que nada es expresión del amor maternal de la Iglesia hacia los trabajadores.

Viene bien recordar ahora el testimonio de los padres conciliares en el mensaje a los trabajadores, durante la clausura del Concilio Vaticano II:

“De este amor de la Iglesia hacia vosotros, los trabajadores, queremos nosotros ser testigos ante vosotros, y os decimos con toda la convicción de nuestras almas: ¡La Iglesia es vuestra amiga! ¡Confiad en ella! Tristes malentendidos en el pasado mantuvieron durante largo tiempo la desconfianza y la incomprensión entre nosotros; tanto la Iglesia como la clase obrera han sufrido con ello. Hoy la hora de la reconciliación ha sonado y la Iglesia del Concilio os invita a celebrarla sin reservas mentales” 

En este año Jubilar, ¿no es hora de que se dé por caído ese muro de incomprensiones históricas entre la Iglesia y el mundo obrero? ¿no podemos ver simbolizada esta caída en la de aquel otro que se ha derrumbado, ante la sorpresa y admiración de todos, un siglo después de la Rerum Novarum?

La percepción desde el mundo obrero

4.- Tal conflicto histórico ha tenido una doble y contrapuesta vertiente. La percepción desde el mundo obrero y la percepción desde la Iglesia. Por parte del mundo obrero y especialmente por parte del movimiento obrero, el conflicto era visto como la oposición irreductible de la Iglesia a las aspiraciones y luchas de la clase obrera por su liberación.

Estas aspiraciones y luchas constituían lo que se ha llamado “la causa de la clase obrera”, renovada cada primero de Mayo, fiesta internacional del mundo del trabajo. Esta causa liberadora empezó siendo expresión de una conciencia reivindicativa, pasó luego por una conciencia solidaria y  adquirió muy pronto, bajo la influencia de diversas ideologías sociales, un sesgo revolucionario: había que eliminar por entero el sistema capitalista y construir el socialismo. Y la Iglesia, según estas ideologías, no era sino un elemento más del sistema capitalista, más aún, su justificación y legitimación ideológicas. Por desgracia se pensó que sólo sin Dios y contra Dios, sólo sin la Iglesia y contra la Iglesia, era posible la liberación de la explotación y el sufrimiento de la clase obrera.

La percepción desde la Iglesia

5.- Por parte de la Iglesia el conflicto era visto, por el contrario, como una oposición incluso violenta a su mensaje y a su doctrina salvadora por parte de las ideologías que habían interpretado y ofrecido aparentes soluciones a la explotación y el sufrimiento de la clase obrera: el anarquismo, el socialismo y, más tarde, el comunismo. Tales ideologías, y en particular el marxismo en sus distintas versiones y tendencias, además de que ofrecían una aparente solución, contaban entre sus ingredientes esenciales con el ateísmo, incluso sistemático, con la lucha de clases, incluso violenta, y con la negación absoluta de la propiedad privada.

Ya desde León XIII la Iglesia, además de denunciar al capitalismo liberal, criticó proféticamente esta solución. El tiempo transcurrido desde entonces no ha hecho más que corroborar dicha crítica. Para la Iglesia sólo con Dios es posible la liberación de la clase obrera y de toda la humanidad. Sin Dios ¡ay de los pobres!

Un falso dilema: o Dios o el hombre

6.- En este clima de general distanciamiento, oposición y conflicto es plenamente lógico que el compromiso histórico de la Iglesia con el mundo obrero no haya sido ni fácil de realizar ni fácil de entender a lo largo de este siglo que termina. La Iglesia ha tratado siempre de situarse, con mayor o menor acierto cada vez, en una perspectiva que superase ese equívoco lamentable.

Al dar su apoyo y mostrar su solidaridad de muchas maneras con las justas aspiraciones de la clase obrera, no podía simultáneamente ni favorecer a las ideologías y organizaciones que propugnaban programáticamente el ateísmo y combatían sistemáticamente a la Iglesia, ni mucho menos bendecir el capitalismo como sistema de explotación. A su vez, al oponerse y criticar estas ideologías la Iglesia no quería hacer menos vivo y real su compromiso.

Esto explica en gran parte esa acusación de "ambigüedad" que tantas veces se ha hecho a la Doctrina Social de la Iglesia. Se olvida que la Iglesia no puede jamás aceptar el dilema o Dios o el hombre. Ella piensa desde su fe en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que el hombre encuentra solamente su plenitud en Dios y que sólo puede creer en Dios desde el amor al hombre y especialmente al explotado, oprimido y marginado. Por eso cuando el hombre quiere construir el mundo prescindiendo de Dios, lo que hace es construirlo contra el hombre mismo, y especialmente contra los pobres, como ya la historia ha demostrado.

La grandiosa dignidad del ser humano

7.- El compromiso de la Iglesia con la clase obrera tiene como punto de partida la excelsa valoración del hombre que se deriva de la fe en Jesucristo. Para la Iglesia no es suficiente la valoración de la persona que nos ofrece una concepción ética o simplemente humanista del hombre como un ser consciente, inteligente y libre, sujeto de derechos y de deberes inalienables. Aun compartiendo este valor único de la persona humana con otras filosofías y concepciones religiosas, la Iglesia fundamenta ese valor en el Mensaje de Jesús, que ofrece una perspectiva especialmente profunda y exigente.

En efecto, en cada hombre por el mero hecho de nacer, más aún, por el hecho de ser concebido, se ha iniciado ya un proceso de salvación, en el que Dios ha tomado la iniciativa. Ese hombre, cada hombre, está llamado de acuerdo con el Plan de Dios, a su plena y total realización, sin que nadie tenga derecho a impedírselo. Esa plenitud a la que el hombre es llamado, consiste en llegar a la identificación con Jesucristo a lo largo de su vida y en su muerte, para unirse definitivamente con Dios más allá de su vida terrena.

De acuerdo, pues, con la fe cristiana, la dignidad y el valor transcendente del hombre, desde su concepción hasta su muerte, es uno de los principios fundamentales que profesa la Iglesia. Creemos en el hombre como creemos en Dios y en Jesucristo, el Señor que al hacerse hombre dignificó a todo hombre. La dignidad del hombre, por consiguiente, es tal que siempre debe ser sujeto y fin y nunca medio ni instrumento para nada: ni en política, ni

en economía, ni en ningún otro ámbito social, ni en forma estable, ni siquiera transitoriamente, para conseguir metas futuras de progreso y bienestar para los que vendrán después.

El pecado del capitalismo

8.- El error y el pecado histórico del capitalismo inspirado en la ideología liberal, consistió precisamente en negar esta dignidad del hombre en la persona del trabajador, sometiéndolo a la situación de mera mercancía o instrumento de trabajo, bajo el dominio del capital que era considerado como el "fundamento, el factor eficiente y el fin de la producción"  . Amparado en la "defensa del derecho exclusivo a la propiedad privada de los medios de producción, como un "dogma" intocable de la vida económica"  , el capitalismo hizo oídos sordos a las llamadas de la Iglesia en favor de la justicia social. La consecuencia de este hecho es la antinomia entre el capital y el trabajo que caracteriza toda la organización de la economía moderna  .

Frente a esa consideración del trabajo como mera mercancía, la Iglesia ha proclamado siempre la dignidad del mismo. En efecto, la dignidad del trabajo nace de quien lo hace - ¡el hombre! - y no de lo que hace: "El primer y decisivo fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto"  . Es de aquí de donde se deriva el hecho de que la Iglesia haya proclamado de muchas formas la prioridad del trabajo sobre el capital, del hombre sobre las cosas, de la ética sobre la técnica   y la subordinación del derecho de propiedad privada al derecho al uso común de los mismos, esto es, al destino universal de los bienes  .

El pecado del colectivismo

9.- El error y el pecado histórico del colectivismo inspirado en la ideología marxista y que ha sido el norte que ha guiado en gran parte las luchas del movimiento obrero durante
este siglo, consistió también en negar la dignidad transcendente del hombre, como consecuencia de su negación de Dios. Como subraya Juan Pablo II "el error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social"  .

Consecuencia de este hecho es la negación de la propiedad privada de los medios de producción y la proclamación del derecho del Estado a controlar la sociedad imponiendo por la fuerza del totalitarismo la "justicia" sin libertad, y la consiguiente antinomia socialismo-capitalismo, que ha caracterizado durante el siglo que termina no sólo la organización económica, sino las formas políticas de los Estados y el enfrentamiento en bloques contrapuestos.

Frente a esta consideración del hombre como mero ser material sometido al "todo" del Estado, la Iglesia ha proclamado siempre la dignidad transcendente del hombre, de su libertad, y de su iniciativa, a la que va ligada la defensa y promoción de los derechos humanos (incluido el derecho a la propiedad privada, rectamente entendido).

Dos fecundos principios

10.- A partir de la afirmación rotunda de la dignidad transcendente del hombre, que constituye la médula del compromiso social de la Iglesia, ésta ha proclamado y practicado un doble principio: el principio de solidaridad y el principio de subsidiariedad  .

En virtud del principio de solidaridad la Iglesia se opone a todas las formas de individualismo social o político, proclamando que el hombre, todo hombre, debe contribuir al bien común de la sociedad, a todos los niveles. El concepto de bien común no es un concepto abstracto o idealista. La Doctrina Social de la Iglesia lo ha entendido siempre como aquel conjunto de condiciones que posibilitan el desarrollo y la promoción plena de cada persona y de todas las personas, de cada pueblo y de todos los pueblos  .

De acuerdo con este mismo principio la Iglesia practica y proclama la solidaridad preferencial con los pobres. Esta opción preferencial por los pobres, por su motivo, por su finalidad y por su espíritu no coincide con la llamada "opción de clase", inspirada en la concepción de que la lucha de clases es el motor de la historia.

En virtud del principio de subsidiariedad la Iglesia se opone a todas las formas de colectivismo proclamando que ni el Estado ni ningún partido debe jamás sustituir la iniciativa y la responsabilidad de las personas y de los grupos sociales intermedios, ni destruir el espacio necesario para su libertad en las múltiples actividades sociales, económicas, culturales, etc. que ellos pueden y deben realizar.

Los cristianos también hemos pecado

11.- Es cierto que esta conciencia social de la Iglesia no ha sido asumida en profundidad por todos los católicos y mucho menos ha sido escuchada por el conjunto de la sociedad y particularmente por el mundo empresarial y sindical. Hemos de reconocer que uno


de los fallos principales de nuestro catolicismo español ha sido el desconocimiento casi completo de las implicaciones sociales de nuestra fe. De ahí que "los frecuentes llamamientos que la Iglesia ha hecho a los católicos para una acción social y política coherente con la fe han quedado con frecuencia paralizados por los moldes individualistas en los que todavía muchos creen poder vivir el Evangelio"  . Por ello la Iglesia, en la persona del Papa, ha pedido perdón por el pecado de sus hijos con esta bella oración que os invito a hacer nuestra, con espíritu de conversión:

Dios, Padre nuestro,
que siempre escuchas el grito de los pobres,
cuántas veces tampoco los cristianos te han reconocido
en quien tiene hambre, en quien tiene sed, en quien está desnudo,
en quien es perseguido, en quien está encarcelado,
en quien no tiene posibilidad alguna de defenderse,
especialmente en las primeras etapas de su existencia.
Por todos los que han cometido injusticias,
confiando en la riqueza y en el poder y despreciando
a los "pequeños", tus preferidos, te pedimos perdón:
ten piedad de nosotros y acepta nuestro arrepentimiento.
Por Cristo nuestro Señor.


IV. GRATITUD A DIOS

12. La celebración del Jubileo de los Trabajadores sería incompleta si nos limitáramos a purificar la memoria del pasado en actitud de conversión. Sobre todo, el Jubileo es acción de gracias a Dios por sus dones. Especialmente por el don incomparable de Jesucristo, de su Iglesia y de los santos.  El Jubileo es sobre todo una mística, una vibración del alma, un deseo sentido y vivido de autenticidad cristiana en el plano personal y social. Releamos las palabras del Papa:

"El Jubileo del año 2000 quiere ser una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención realizada por El. En el año jubilar los cristianos se pondrán con nuevo asombro de fe frente al amor del Padre, que ha entregado su Hijo para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16). Elevarán además con profundo sentimiento su acción de gracias por el don de la Iglesia, fundada por Cristo como sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1). Su agradecimiento se extenderá finalmente a los frutos de santidad madurados en la vida de tantos hombres y mujeres que en cada generación y en cada época histórica han sabido acoger sin reservas el don de la Redención"  .

En medio del dolor de los trabajadores

13.- Cuando se analizan las situaciones por las que atraviesa la clase obrera hoy es justo que nos fijemos es los graves problemas que la ocasionan. El deseo de superarlos nos hace destacarlos más. El desempleo sobre todo el juvenil, la precariedad de tantos puestos de trabajo, las condiciones de vida familiar y laboral de amplios sectores de la clase obrera, el creciente y doloroso número de accidentes laborales -especialmente destacado este problema por el Secretariado de Pastoral Obrera- la debilidad de los sindicatos prisioneros de esquemas ya superados, la fragmentación y división de los trabajadores, etc. son algunos ejemplos de lo que decimos. Pero el aliño de todos estos problemas -aquí sólo esbozados- es la difusión de un estilo de vida secularista y materialista que mata de raíz todos los ideales nobles. Consecuencia del secularismo y del materialismo dominantes es el relativismo y el hedonismo, desde los que las grandes metas de la clase obrera y de toda la humanidad, pueden quedar en palabras vacías: la solidaridad, la justicia, la libertad, la paz, etc.

Levantemos esperanzados nuestro corazón a Dios

14.- Desde la solidaridad con los sufrimientos de los trabajadores y especialmente los más pobres, os invito a levantar el corazón a Dios, nuestro Padre: ¡Es justo y necesario! Él nos ofrece en Jesucristo su Hijo la salvación plena, dándonos su Santo Espíritu.

La salvación cristiana no es algo etéreo e irreal, sino algo muy concreto y consolador. Más aún es Alguien, Dios mismo, que nos ama y nos libera de las más profundas ataduras. La fe empieza por enseñarnos a descubrir la raíz más profunda del mal que impregna la vida personal, familiar, laboral, social y política y del que especialmente los pobres son víctimas. Ese mal es la negación egoísta de Dios, que lleva ineludiblemente consigo la negación del hombre y la negación de la relación del hombre con Dios: la negación de la moral.

En segundo lugar la fe nos llama a la conversión a Dios, que implica necesariamente la conversión a la fraternidad y la afirmación de la moral como obediencia a los mandamientos de Dios y seguimiento humilde y sincero de Jesucristo el Señor, bajo la fuerza de su Espíritu.

Cuando los trabajadores creen en Dios la fe libera en su interior  una fuente de energías insospechadas que impulsan a vivir de un modo nuevo, como hijos y como hermanos, y a luchar, incluso a costa de la propia vida, por la justicia, la libertad  y la fraternidad en todos los ámbitos de la sociedad. En la medida que la fe penetra en el mundo obrero y en el movimiento obrero, no sólo no quedan anulados los valores auténticos de los trabajadores y sus ansias de verdad,  de justicia y de solidaridad, sino que, entonces, estos valores se robustecen sobremanera, como muestra el testimonio de tantos obreros cristianos que a lo largo de la historia han sido  y son luz y fuerza para la liberación de la clase obrera.

Y, por último, la fe promete no la falsa liberación de un paraíso terreno ilusorio sino la plenitud de la vida: la Vida eterna de todos los hijos junto a Dios, para siempre. Esta fe en la Vida eterna es el mejor y más dinamizador impulso para trabajar sin descanso por el bien de los hermanos.

V. CONCLUSIÓN

15.- El año jubilar nos llama a prestar especial atención a la enseñanza social de la Iglesia, para humanizar auténticamente la sociedad y el mundo del trabajo. Juan Pablo II recuerda que “en la tradición del año jubilar encuentra una de sus raíces la doctrina social de la Iglesia, que ha tenido siempre un lugar en la enseñanza eclesial y se ha desarrollado particularmente en el último siglo, sobre todo a partir de la encíclica Rerun Novarum”  .

Esta atención no es puramente intelectual, tiene como punto de partida la contemplación amorosa de la vida de Cristo y el deseo vivo de unirse a Él y seguirlo, pues “la elocuencia de la vida de Cristo es inequívoca: pertenece al mundo del trabajo, tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano; se puede decir incluso más: él mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre”  .

Jesús elige a sus apóstoles de entre los trabajadores; es más, los llama mientras están trabajando. El conoce los esfuerzos del trabajo, la “noche” de la desilusión y de la falta de éxito, probada por los apóstoles al no haber pescado nada: es la cruz del trabajo. Pero Él revela también el significado último del trabajo, que no se agota en sí mismo y remite necesariamente al otro. La experiencia laboral del hombre, si es fin en sí misma, no sirve para nada, y es fuente de división y discordia. Si se abre a una auténtica espiritualidad, yendo más allá de los resultados inmediatos, el trabajo humano encuentra su justo lugar en el proyecto salvador de Dios y en la realización de su Reino. En esta perspectiva, también el esfuerzo y el cansancio, el compromiso por la solidaridad y la lucha por la justicia adquieren un significado “sacramental”, en cuanto se transforman en signo de otra cosa, de una realidad más profunda: la presencia salvadora de Dios en la vida de los hombres, en la vida de los trabajadores.

Al unirme a la celebración de este 1º de mayo jubilar pido a Dios que os bendiga a vosotros y a vuestras familias para que cada día seáis más testigos del Evangelio en el mundo obrero y confío vuestros esfuerzos apostólicos al cuidado maternal de la Virgen. Que San José Obrero, su esposo,  sea siempre el custodio de los trabajadores como lo fue de Jesús, el divino Obrero de Nazaret.

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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