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Qué dice el Espíritu a nuestra Iglesia ante la declaración de \"venerable\" del Siervo de Dios Don Manuel González

Publicado: 00/06/1998: 1560

1. Una figura espléndida de la Iglesia.

         
            La Diócesis de Málaga está de fiesta, porque el día 6 de Abril, Lunes Santo, el Papa aprobó las virtudes heroicas del siervo de Dios, Don Manuel González García, a quien tanto quiere la comunidad diocesana. Y de manera muy especial, los sacerdotes.           

Esta aprobación constituye un paso importante, que nos acerca a la Beatificación de quien fue Obispo de Málaga en fechas no lejanas. Numerosos cristianos de esta tierra desean ya venerar al Obispo del Sagrario Abandonado. Uno más que se añade a lista de los beatos y santos malagueños, esos que constituyen nuestro  “santoral”.
         
Ante tan grata noticia, os invito a dar gracias a Dios y alabar su santo nombre. Pero también, a preguntarnos qué quiere decir el Espíritu a nuestra Iglesia a través de tan hermoso don. Sabéis que, además de ser nuestros intercesores ante Dios, los santos son un ejemplo luminoso para toda la comunidad. Y pienso que la mejor manera de honrar y venerar su memoria consiste en imitar sus virtudes. Tal vez nos sintamos intimidados por eso de que son "virtudes heroicas", pero no podemos olvidar que estamos celebrando el año del Espíritu Santo, y que la santidad cristiana es un don del Espíritu que se nos da inicialmente a todos en el bautismo.
         
En nuestra Diócesis viven personas que recuerdan aún a Don Manuel, especialmente entre los sacerdotes. Otros muchos le conocemos por lo que de él nos han contado, por sus escritos y sus obras, alguna tan importante como nuestro Seminario. Quizá quienes sois más jóvenes apenas hayáis oído nada de él, por lo que os animo a conocer esta espléndida figura de la Iglesia. Pues todos los cristianos de Málaga somos deudores, en alguna medida, de su amor a Jesucristo, especialmente centrado en la Eucaristía; de su entrañable estilo catequético; de su interés por dotar a nuestra comunidad de sacerdotes santos y sabios; y de su cercanía al pueblo sencillo. También de su sacrificio, pues hubo de seguir también a Jesucristo, en su camino del Calvario. Debió abandonar la capital de Málaga el año 1.931. Y nada hay tan doloroso para un Obispo como verse separado de su pueblo.

2. Una fe que se hizo vida y que permanece.
         
Siempre que hablamos de santidad y de santos, sabemos que es muy difícil transmitir mediante palabras el significado de su vida. Pero está en nuestras manos recordar algunas de sus obras, que pueden acercarnos al ardiente amor que las inspiró. Aunque dicho cometido es tarea de historiadores expertos, creo un deber al alcance de esta modesta carta pastoral hacer memoria somera de sus obras más notables. Ellas son la expresión viva de amores muy profundos a los cuales dedicó su tiempo y su palabra, sus alegrías y sufrimientos, su trabajo y la misma vida.
         
Sevilla, Huelva y Málaga conocen las primeras etapas de su amplio quehacer apostólico. Desde muy joven, descubre el “abandono del Señor Sacramentado”. Su sensibilidad eucarística le indujo a convocar personas católicas que no olviden al Señor, “realmente presente” en el Sagrario. Y amaba tanto esta “eximia presencia”, como gustaba decir al Papa Pablo VI, que buscó por doquier “adoradores en espíritu y en verdad”. El ambiente de oración y de “estar ante el Señor” que impregna a sus seguidores lleva a que las parroquias contemplen numerosos grupos de fieles de la misma feligresía o de lugares más o menos cercanos, que aman de forma creciente al Santísimo Sacramento, y conviertan en vida el anhelo del Señor: “Busqué quien me consolara y lo encontré”.
         
Y junto a la Eucaristía, la catequesis. Hoy, gracias a Dios, la preocupación por la catequesis nos parece natural. Mas en los tiempos en que Don Manuel era Obispo de Málaga, había una gran carencia. Todavía era reciente el impulso del Papa S.Pío X en favor de la misma, y la catequesis apenas había llegado a las parroquias. Dn. Manuel tenía un carisma especial. El mismo hacía de catequista improvisado en ocasiones y nos dejó libros sobre la catequesis que aún hoy se pueden leer con gran provecho. Pero más que sus hechos y sus libros, nos puede ayudar su convenci-miento de que sólo un catequista piadoso y bien formado, hará bien a los catequizandos.
         
Como creyente de profundas convicciones evangélicas, descubrió pronto que el amor a los pobres es inseparable del amor a Dios y de la Eucaristía. Y así, durante su etapa de Arcipreste en Huelva, promovió obras sociales para ayudarles, a la vez que les predica el Evangelio “a tiempo y destiempo”. Aprovecha todas las ocasiones y en su vida comienzan a aparecer muchas anécdotas  llenas de ternura y de comprensión, que son como las florecillas franciscanas que retratan al buen pastor.

Pero la figura entrañable del Venerable Manuel González quedaría incompleta si olvidáramos su esfuerzo renovador en favor de los sacerdotes y del seminario que los prepara. Quiere un tipo de sacerdote eucarístico, catequista, pero desde ese estilo de vida que hoy denominamos “radicalidad evangélica”. Desea estar muy cercano a los sacerdotes, especialmente durante su proceso de formación, y los quiere pobres, obedientes, fraternos y evangelizadores. Es lo que nos dejó escrito en piedra, en el piso de la que seguimos llamando aún "la galería de la obediencia" de nuestro Seminario. Desde aquellos lejanos años de 1.924, se reza en el Seminario y entre los sacerdotes la conocida jaculatoria: “Espíritu Santo, concédenos el gozo de servir a la Madre Iglesia de balde y con todo lo nuestro”. Y en la cruz que preside el presbiterio de la capilla del Seminario, cuyo centro ocupa la imagen del Buen Pastor, está inscrita la frase que traduce el espíritu de entrega que quiere para los sacerdotes: “Pastor Bueno, haznos buenos pastores, dispuestos a dar la vida por las ovejas”.

Finalmente, en un tiempo en el que existe poco sentido de Iglesia diocesana, Don Manuel González insiste con fuerza en el amor a la Diócesis, en el sentido de presbiterio diocesano y en la dimensión misionera de la Iglesia particular. Podemos decir que no fue casualidad ni fruto de la improvisación la respuesta que dio Málaga a la colaboración con otras diócesis de Venezuela a partir de los años cincuenta. El Seminario que había diseñado Don Manuel estaba dando sus frutos, mediante el talante misionero de los sacerdotes malagueños.
         
         
3. Cómo dar gracias a Dios.

El regalo que nos ha hecho Dios en la aprobación de las virtudes heroicas de Don Manuel González, es también una palabra  de aliento y un nuevo impulso de esperanza. Por tanto, es justo que nos preguntemos qué podemos presentar nosotros en el altar de la vida, como signo de amor y gratitud. O aludiendo al lenguaje del Apocalipsis, es necesario que descubramos entre todos qué nos está pidiendo el Espíritu a la Iglesia de Málaga.  Por mi parte, os ofrezco cuatro sugerencias.

En primer lugar, profundizar vitalmente en el sentido de la Eucaristía y ayudar a nuestro pueblo a valorar más la misa del domingo, y el hondo significado de la presencia eucarística del Señor en nuestros templos. Esta fe hará más viva luego la entrega existencial que requiere el seguimiento de Jesús y que es el ambiente espiritual en el que la celebración Eucarística encuentra su sentido.


En segundo lugar, orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales. Es una forma de ayuda a los pastores muy fecunda, y tal vez muy olvidada hoy entre el pueblo cristiano. Es necesaria también la cercanía amistosa al sacerdote, compartir en la parroquia los afanes apostólicos y acogerle en los hogares. Pero la oración por él es el regalo más hermoso.
         
En tercer lugar, conocer mejor la figura entrañable de Don Manuel, el venerable siervo de Dios que nos ha honrado con sus años de servicio a Málaga y con su vida. Todavía podemos leer con notable provecho sus obras y dialogar con quienes continúan encarnando su carisma eucarístico.

Finalmente, apoyar su pronta beatificación. Y la manera más oportuna de hacerlo es tratando de llevar a nuestra vida sus grandes intuiciones evangélicas. Por la "comunión de los santos", nuestra vida evangélica, inspirada en su testimonio vivo y en sus enseñanzas, repercute sobre todo el Pueblo de Dios y pone más de relieve la grandeza de alma de quien la inspira.


4. Conclusión

Una beatificación, antes que un motivo de orgullo es una responsabilidad para quienes la promueven. La coherencia nos dice que si tanto valoramos ese estilo de vida, es justo que lo imitemos. En este sentido, la gran riqueza de la beatificación que deseamos y promovemos no consiste sólo en que Málaga va a tener un hijo más en los altares, sino en que, en el empeño por auparle a él, todos hemos ido ascendiendo algunos pasos hacia ese fuego abrasador que es el amor de Dios. Y lo hemos hecho de la mano de María, que se abrió al Espíritu Santo y se dejó inundar por la presencia de Dios.


+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga.

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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