DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Necesitamos desarrollar un fuerte deseo de conversión

Publicado: 01/03/1998: 877

Pastoral de Mons. Dorado
con motivo del
Domingo I de Cuaresma

La semana pasada os propuse comenzar la Cuaresma con "un verdadero anhelo de santidad", como nos recomienda el Papa. Y os recordaba que la santidad no es una conquista humana, sino don que debemos acoger agradecidos. Es la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Por la fe y el bautismo, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la santidad y del amor de Dios. Tal es la buena semilla del reino, que el Sembrador ha depositado en nosotros para que dé frutos abundantes de buenas obras.

Pero tenemos que convertirnos. Es lo que decía Jesús a los hombres de su tiempo y lo que nos sigue diciendo a todos sus seguidores: "convertíos, porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 3,2); "convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). También Juan Pablo II nos insiste en ello: "es necesario suscitar en cada fiel (...) un fuerte deseo de conversión y de renovación personal" (TMA 42).

Cuando los cristianos empleamos el término conversión, queremos decir que hay que cambiar de vida. Es una decisión libre y madura, que nos impulsa a abrirnos más generosamente a Dios y que nos capacita mejor para amar a toda persona humana con obras y de verdad. La conversión no está reservada a unos pocos, sino que es un deber de todo bautizado, que está llamado a configurar cada día más su vida con su condición de hijo Dios.

Si nos preguntamos en qué puede consistir para cada uno de nosotros esta conversión, hay que empezar por un examen de conciencia muy sincero. Creer en Jesucristo no sólo significa confiar en El, sino que el hecho de creer implica también seguir su estilo de vida. Podemos empezar por los mandamientos de la Ley de Dios, pues es lo primero que El propone a quien desea seguirle (cf Lc 18,20). Digamos que es el primer paso que está llamado a cumplir todo bautizado. Y quien no cumple los mandamientos en su sentido más genuino y profundo, tiene que convertirse.

Pero los mandamientos son sólo el punto de partida. A los cristianos se nos pide más: se nos pide amar gratuitamente con el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones, con el mismo amor de Dios. El Sermón del Monte, que os recomiendo leer detenidamente una vez más en este tiempo (cf Mt 5-7), nos abre un horizonte insospechado. Dios nos ama y ha entrado en acción, por eso hemos de llevar el amor hasta sus últimas consecuencias. El amor entre los esposos, el amor a los cercanos, el amor a toda persona que se cruce en nuestro camino, incluso a quienes no son dignos de ser amados. Amar es muy hermoso, pero no es tarea fácil ni siquiera para quienes creemos que Dios es Amor.

Amar como nos enseña y nos pide Jesús sólo es posible con la fuerza del Espíritu Santo, cuando acogemos agradecidos el amor que Dios pone en nuestro corazón. Por eso nos dice el Santo Padre que los cristianos hemos de vivir "en un clima de oración siempre más intensa". Pero de ello hablaremos en otra ocasión.  
      

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga.

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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