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María, entrañada en la fe de nuestro pueblo

Publicado: 07/05/2006: 1551

El amor y la devoción a la Santísima Virgen están profundamente arraigados en el corazón de nuestro pueblo, como se pone de manifiesta en la abundancia y variedad de celebraciones populares a lo largo del mes del Mayo. Empezando por la capital, en la que son muy numerosos los grupos que peregrinan, cada tarde, al santuario de Nuestra Señora de la Victoria. Acuden a poner a las plantas de la Madre las alegrías y las penas, la gratitud y la confianza que embarga sus corazones de hijos.

Lejos de oscurecer la divinidad de Jesucristo, esta devoción a la Virgen nos lleva a centrar la atención en los misterios fundamentales de la fe: la encarnación del Hijo de Dios, su muerte en la Cruz y su resurrección gloriosa. A través de la pintura, de la escultura y de las invocaciones más variadas, la vemos casi siempre junto al Hijo y en función de su Hijo. No sólo cuando lo acuna en el portal de Belén, sino también cuando está junto a la Cruz en el Calvario, cuando sostiene en sus brazos el cuerpo exangüe de Jesús y cuando recibe el fuego del Espíritu, rodeada de los Apóstoles. A través de estas escenas, nos conduce a su Hijo, para decirnos, como en la bodas de Caná, “Haced lo que Él os diga”.

El Pueblo de Dios siempre ha sido consciente del papel de María: el de llevarnos a Jesucristo. Esta fe se echa de ver en las “letanías”, un estilo de oración que, a decir de los especialistas, tiene su origen en la imaginación popular. Ésta se ponía de manifiesto en las alabanzas, las expresiones de gratitud y las plegarias que el pueblo llano dirigía a su Madre y Señora de forma espontánea en las procesiones y romerías. De ahí surgieron letanías del santo Rosario.

Desde hace cuatro siglos, se decidió que se usaran las del santuario de Loreto, donde según una tradición se conserva una preciosa reliquia: la casa de la Virgen. Por eso se denominan “letanías lauretanas”, de Loreto. Dejemos a los historiadores discutir los fundamentos de esta bella tradición, pues lo que interesa de verdad es el contenido de esa retahíla de plegarias que aparecen ya en un escrito del siglo XII. Las mismas que, con algún añadido, se han venido repitiendo por generaciones de cristianos hasta que las modificó Juan Pablo II en fechas aún recientes.

En ellas se dibuja el papel de María en la Historia de la Salvación. Lo primero que se afirma de Ella es que es la Madre de Dios, como definió la Iglesia en el concilio de Éfeso. A continuación, con diversos adjetivos, se matiza la grandeza de la Madre de Dios y de los hombres, la Madre del Creador y Salvador de todos.

Pero sigue luego un conjunto de plegarias, en las que se dice que María concibió y alumbró a su Hijo de manera virginal. De ahí que su forma de ser madre, virgen antes del parto, en el parto y después del parto, se haya convertido en el segundo nombre de María, a quien nosotros llamamos sencillamente “La Virgen”.

Y por ser la madre de Dios, está revestida de especiales privilegios, como el de su Concepción Inmaculada. Pero como mujer creyente y discípula de Jesucristo, es la cristiana más lograda, el mejor fruto de la Iglesia, como dirá el Vaticano II. Por eso es natural que las letanías la presenten como la Reina de los Santos de todos los tiempos, de los mártires y de los confesores.

Aparte de diseñar su papel en la Historia de la Salvación, las letanías recogen un conjunto de plegarias que nos indican por qué la llamamos Madre: Las que la invocan con los títulos de Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Auxilio de los cristianos y Consuelo de los afligidos. Y es que la Virgen María está presente en lo más hondo de la fe de nuestro Pueblo.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

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