DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Proclamamos tu resurrección

Publicado: 27/03/2005: 1627

Carta Pastoral de Mons. Dorado Soto Domingo de Resurrección

En su Carta Apostólica "El día del Señor", dice Juan Pablo II que es "en la misa dominical donde los cristianos reviven de manera especialmente intensa la experiencia que tuvieron los apóstoles la tarde de Pascua, cuando se les manifestó el Resucitado" (n. 33).

Por eso, después de la consagración del pan y el vino, proferimos la consoladora exclamación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!". Porque nosotros creemos que Jesucristo ha resucitado verdaderamente y está vivo en medio de los hombres. Es un misterio tan profundo que la inteligencia humana se resiste a aceptarlo y necesita el apoyo o suplemento de la fe, como dice un antiguo himno de la Liturgia.

Esta dificultad no es nueva ni exclusiva del mundo ilustrado en el que nos ha tocado vivir. Cuentan Los Hechos de los Apóstoles que cuando San Pablo proclamó la resurrección de Jesucristo ante los sabios de Atenas, "unos se burlaron y otros dijeron: ‘Sobre eso ya te oiremos otra vez’" (Hch 17, 32). También entre los primeros cristianos hubo una fuerte resistencia a tomar la resurrección de Jesucristo en su sentido verdadero y el Apóstol Pablo les llegó a recriminar que si no aceptaban que Cristo ha resucitado, "habríais creído en vano" (1Co 15, 2).

El sábado por la noche, durante la Vigilia Pascual, en innumerables lugares de la tierra irá resonando la Buena Nueva de que Jesucristo, el crucificado del Viernes Santo, ha resucitado y está vivo. Y en cada templo, un Cirio encendido nos recuerda durante la misa de los domingos esta afirmación central de nuestra fe.

Para que interioricemos esta verdad y nos abramos al Misterio, la Iglesia, a lo largo de cincuenta días y con la paciencia de Jesucristo al hacerse compañero de camino de los discípulos que iban a Emaús, nos irá presentando, a través de la Escritura y de las celebraciones litúrgicas, la realidad y el sentido de la muerte y la resurrección del Señor. Si nuestro corazón se abre al regalo divino de la Palabra y de las celebraciones y lo acoge con fe, constataremos cómo empieza a germinar en el interior de cada uno esa paz del corazón que nos ofrece el Resucitado; y cómo se transforma suavemente nuestra mirada con la luz del Evangelio. Descubriremos que, en un mundo sometido al pecado, también es posible una vida diferente a la que ofrece la ideología imperante, la ideología sin Dios.

La resurrección de Jesucristo no es solamente el "sí" de Dios Padre a la vida y la historia de Jesús de Nazaret, sino la fuente viva de la que mana la gracia sacramental y la garantía de nuestra futura resurrección. Fortalecida por la gracia y alimentada por la Palabra, la fe en la resurrección no debe quedar en una convicción más o menos firme, sino que se ha de traducir en un estilo de vida diferente. Con palabras de San Pablo, el que ha resucitado con Cristo tiene que revestirse, "como elegido de Dios, santo y amado, de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia", aceptando a los demás como son y perdonándolos cuando sea necesario. En particular, se tiene que revestir del amor de Jesucristo, un amor afectivo y efectivo.

✝ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Cartas Pastorales Mons. Dorado
Compartir artículo