Publicado: 03/12/2006: 820

Hoy, domingo, comienza el año cristiano. A lo largo de las cuatro semanas que preceden a la fiesta de Navidad, la Iglesia nos invita a preparar el corazón para celebrar el mayor acontecimiento de toda la historia: el nacimiento del Hijo de Dios en un portal de Belén.

Muchas familias tienen la costumbre de preparar el hogar con signos cristianos, lo que puede convertirse en un proceso educativo para niños y mayores. La instalación del belén ofrece una espléndida oportunidad para profundizar en la fe que confesamos y para instruir a los niños sobre los personajes que figuran en el mismo y sobre el sentido de este acontecimiento. Cuando llegue la noche santa, la colocación del Niño Jesús en el pesebre constituye una ocasión espléndida para leer en familia el relato del nacimiento y para orar juntos, mientras se cantan villancicos.

A veces oigo a algunos cristianos quejarse de que estas fechas se han convertido en unas fiestas paganas para alentar el consumo. En manos de cada uno está el evitar que dicha queja sea verdadera en su caso, pues aunque nosotros no podemos cambiar las tendencias sociales dominantes, sí que está a nuestro alcance navegar contra corriente. Precisamente el evangelio de hoy insiste en que no permitamos que se nos “embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios”. Como seguidores de Jesucristo, tenemos que dialogar en familia sobre la posibilidad de celebrar una Navidad solidaria.

Aparte de la decoración del hogar y de la austeridad voluntaria para compartir con los demás, el núcleo de esta fiesta es el encuentro con Dios. Una manera sencilla de abrirnos a su llegada consiste en leer sosegadamente el evangelio de cada día, a lo largo de este tiempo de preparación. Si es posible hacerlo en familia, porque los padres y los hijos compartís la fe, os recomiendo vivamente que lo hagáis. Un momento oportuno puede ser antes de la bendición de la mesa, cuando la familia se reúne para cenar. Pero esta lectura comunitaria no es suficiente, por lo que os sugiero que cada uno dedique un breve espacio de tiempo cada día a esta hermosa tarea. Esa lectura sosegada no sólo serena nuestro espíritu, sino que nos va llevando a desear el rostro de Dios vivo.

No olvidéis que la escucha de la Palabra de Dios, antes que una llamada para que cambiemos de conducta o realicemos algún compromiso, es el anuncio alegre de que Dios sí existe, se preocupa de nosotros, nos conoce personalmente, nos ama y ha venido a nuestro encuentro en la persona de Jesús. Por eso, nos advierten los maestros del espíritu en que para encontrarse con Dios, hay que buscar ardientemente su rostro y hay que desear su presencia. El deseo de Dios es el camino que nos lleva a sus brazos, pues como dice una plegaria eucarística, el Señor se deja encontrar por todo el que le busca.

Esta forma cristiana de preparar la Navidad no sólo no está reñida con la natural alegría de estas fiestas, sino que nos ayuda a descubrirla, lejos de los excesos de quienes no saben o no creen que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, en Jesús de Nazaret, para que nosotros participemos de la vida divina. Cuando se olvida esta verdad, uno puede dejarse embotar por los placeres más o menos ciertos que nos vende la publicidad, pero no encontrará esa paz y esa alegría que anuncian los ángeles de Belén, para los hombres que Dios ama.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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