DiócesisHomilías

Cincuenta aniversario de la creación de la Casa del Sagrado Corazón (Casa Sagrado Corazón-Málaga)

Publicado: 03/06/2016: 5874

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga D. Jesús Catalá en el cincuenta aniversario de la creación de la Casa del Sagrado Corazón el 3 de junio de 2016.

CINCUENTA ANIVERSARIO
DE LA CREACIÓN DE LA CASA DEL SAGRADO CORAZÓN
(Casa Sagrado Corazón-Málaga, 3 junio 2016)



Lecturas: Ez 34,11-16; Sal 22,1-6; Rm 5,5b-11; Lc 15,3-7.

1.- El Señor nos concede la alegría de celebrar el Cincuenta Aniversario de la creación de esta “Casa del Sagrado Corazón”. Damos gracias a Dios, que nos ha permitido atender a tantas personas, que no tenían otra alternativa que la de vivir en la calle sin recursos.
Fueron las Hermanas de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús quienes iniciaron esta andadura en Málaga, para acoger a las personas más necesitadas, sin familia, sin hogar, sin asistencia social.
A ellas agradecemos sus más de cuarenta años de permanencia entre nosotros, su dedicación, su alegría, su cuidado maternal de esta gente sencilla y necesitada. Sigue aquí la Hermana Isabel, que ha decidido quedarse entre nosotros.
El Salmo de hoy nos presenta al Señor como el Buen Pastor, que cuida de sus ovejas, las lleva a verdes praderas y les hace abrevar en fuentes limpias de manantiales de agua (cf. Sal 22,2). Imitando al Buen Pastor esta Casa desea tener esa misma actitud.
No es lo mismo beber en charcas fangosas, que en manantiales de agua fresca; no es lo mismo sentirse abrumado por enfermedades y por la miseria humana que poder ser acogido, cuidado y asistido. Es como renacer.

2.- Si nos adentramos en las profundidades de corazón humano, descubrimos el deseo de ser felices. Pero, ¿cómo se puede encontrar la felicidad?, nos preguntamos. La experiencia nos dice que la felicidad del hombre sólo se encuentra en la satisfacción de su ansia de infinito, porque ha sido creado para ello. Dios nos ha creado a imagen y semejanza suya y el ser humano tiende hacia su creador. Incluso quienes niegan la transcendencia tienen un corazón que anhela la felicidad y la vida eterna. Algunos se ponen una venda en los ojos para no ver la realidad; pero la realidad no cambia por su actitud.
Como dice san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. La inquietud de la que habla el santo de Hipona se refiere a la dificultad para alcanzar el Amor, como consecuencia de nuestra condición de criaturas; somos finitos, más aún, somos pecadores; estamos dañados.
El deseo de infinito para el hombre se identifica con el deseo de ser amado por un Amor que no tiene límites. Todos deseamos ser amados; pero hay amores que no satisfacen el ansia de amor infinito, que el hombre tiene dentro de sí.
La respuesta a este interrogante nos la da la misma revelación: «Dios es Amor» (1 Jn 4,8); un Amor infinito, eterno, personal y misericordioso, que responde de modo pleno a las ansias de felicidad que hay en el corazón de todo hombre. Dios es el único que puede saciar nuestra sed de ser amados y nuestra sed de infinito.
    El problema del corazón del hombre se resuelve solo en el encuentro con el corazón de Dios, revelado en el Corazón de Cristo; porque Él es el rostro de la misericordia de Dios.

3.- Dios ha salido al encuentro del hombre y nos ha amado en Jesucristo con corazón humano. Como nos dice el Concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Gaudium et spes, 22).
    En el encuentro del corazón del hombre con el Corazón de Jesús se ha realizado el misterio de la Redención: “Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno" (Benedicto XVI, Ángelus, 1.06.2008).     
La revelación definitiva de ese Amor nos la ha dado Cristo en la cruz, con la entrega total de su vida. El Corazón abierto de Jesús en la cruz es la mayor expresión de cuánto y cómo nos ama Dios.
La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros, siendo todavía impíos, como nos ha dicho san Pablo: «Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8).

4.- En la cruz Jesús transforma nuestro “corazón de piedra”, herido y endurecido por el pecado, en un “corazón de carne”, como el suyo: nos da su amor y a su vez nos hace capaces de amar con su mismo amor. Por eso hemos llamado a este centro de acogida “Casa del Sagrado Corazón”.
    Aquí deseamos que sean acogidas, amadas, atendidas y cuidadas todas aquellas personas que no disponen de otra institución que las pueda atender en su enfermedad, cubrirles las necesidades vitales y darles el amor que necesitan.
    Deseo dar las gracias a todas las Hermanas de la Institución Benéfica, que ofrecieron su vida y desarrollaron su labor en esta Casa.
     Agradecer a tantos voluntarios, que, de modo desinteresado, han colaborado de muchas maneras en los distintos servicios que ofrece esta Casa.
    Dar las gracias también a los muchos colaboradores, instituciones y personas concretas, que han ofrecido su apoyo material y su ayuda generosa para sufragar los gastos de funcionamiento.
    La Casa del Sagrado Corazón sigue hoy en pie, ofreciendo sus servicios, gracias a tanta buena gente y gracias a la atención que “Caritas” diocesana presta a esta hermosa obra. Si un día pudiera hacerse cargo de esta Casa alguna congregación religiosa, sería bienvenida entre nosotros.
Agradezco vuestra presencia en esta celebración de acción de gracias a Dios por estos cincuenta años de funcionamiento de esta Casa; y también agradezco vuestra valiosa colaboración.
    Pedimos al Sagrado Corazón que tenga misericordia de todos nosotros, sobre todo en este año del Jubileo de la Misericordia; y nos permita seguir acogiéndole a Él, al acoger al hermano necesitado. Cuanto hacemos al hermano, lo hacemos al mismo Cristo.
    Y que esté siempre presente en nuestro corazón y en esta Casa la Virgen Santísima, para que nos proteja y nos acompañe con su amor maternal. Amén.

 

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo