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Oficio de Tinieblas. Lamentaciones. Juan Francés de Iribarren (II)

Publicado: 08/04/2020: 14462

En este encuentro virtual el doctor en Musicología por el Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma, director del coro y organista 2º de la Catedral de Málaga Antonio del Pino, presenta la segunda de las Lamentaciones. En este caso el autor de la música es Juan Francés de Iribarren, maestro de capilla de la Catedral de Málaga entre 1733 y 1767, año en que falleció.

En este encuentro virtual presentamos la segunda de las Lamentaciones. En este caso el autor de la música es Juan Francés de Iribarren, maestro de capilla de la Catedral de Málaga entre 1733 y 1767, año en que falleció. Pero antes de profundizar en su figura y después de la somera presentación de los textos bíblicos que sirven de soporte a estas composiciones que hicimos en la anterior cita, nos ocuparemos ahora de un rito fascinante que precisamente porque ya no existe en la actualidad necesita ser estudiado y analizado para entender bien la música que tenía lugar en él.

El oficio de tinieblas tenía lugar durante los maitines del Jueves, Viernes y Sábado Santos, si bien por su duración o bien por hacer coincidir su finalización con el ocaso (y unir así un doble efecto de oscurecimiento con el apagado de las velas y la puesta del sol) tenían lugar en las respectivas tardes anteriores. Cada uno de estos maitines estaban compuestos asimismo de tres nocturnos, todos ellos con una estructura idéntica: tres salmos con sus antífonas (sin invocación inicial ni otros ritos introductorios), un versículo, un Padre nuestro en secreto y las tres lecturas de las Lamentaciones del profeta Jeremías al que seguía un responsorio. Después de los maitines se celebraba a continuación y sin solución de continuidad la hora de Laudes.

Pero lo más llamativo de esta ceremonia era el paulatino apagado de las quince velas del gran candelabro triangular llamado comúnmente "tenebrario". Después de cada uno de los salmos de los tres nocturnos [nueve en total] se apagaba una vela empezando por los extremos inferiores y subiendo alternativamente. Vale decir que el color amarillento de estas velas del tenebrario es lo que justifica que haya pasado al mundo cofrade el vocablo "color tiniebla" para identificar un determinado cromatismo en los cirios. Después, se apagaban otras cinco velas después de los salmos de las Laudes (en aquel momento eran cinco y no los tres actuales), quedando siempre la vela de la cúspide encendida. Durante el Benedictus se apagaban las seis velas del altar. Al repetirse la antífona del cántico evangélico, un acólito tomaba la única vela que quedaba encendida del tenebrario y la sostenía en pie detrás del altar, ocultándola al comenzarse el Christus factus est y durante todo el Miserere. Antes de finalizar la hora canónica, se producía un momento de ruido como emulación del terremoto que asoló la tierra en el momento de la muerte de Jesús y se mostraba de nuevo la vela encendida.

Si nos fijamos bien, el ocultamiento de esta vela encendida tiene lugar durante el canto del Christus factus est, himno paulino que se encuentra en la carta a los Filipenses y constituye uno de los más bellos cantos sobre la kénosis de la segunda persona de la Trinidad. Esta kenosis acaba con la exaltación del nombre de Jesucristo, lo que justifica que la vela no llegue a apagarse e incluso se muestre después del terremoto como símbolo de la victoria final sobre la muerte.

Beatriz Lafuente

Licenciada en Periodismo e Historia. Casada desde 2011, es madre de un hijo.

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