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Navidad, dulce novedad

II Belén Viviente Diocesano // A. GONZÁLEZ-F. VICTORIA
Publicado: 27/12/2016: 5737

La nochebuena se viene, la nochebuena se va…, y nosotros, tan dormidos, ¿nos dejamos asombrar? Una Navidad más, suena la hora del consumismo programado en el calendario, excusa suficiente para el jolgorio generalizado. Pero ¿qué estamos celebrando, que merezca tanto alboroto?

Para algún observador despistado, un viajero del tiempo que llegara de épocas lejanas a nuestras galerías comerciales en estas fechas, podría parecer la celebración de la abundancia y el derroche, de lo bien que nos van las cosas, a despecho de la crisis y aun a riesgo de insultar a quienes no tienen ni lo imprescindible para ir tirando. Un riesgo que consideramos asumible. ¡Toca celebrar la Navidad!

Pongamos que ese viajero en el tiempo fuese el profeta Isaías. Él tenía el alma en vilo y el corazón ardiente con el deseo de un tiempo nuevo, donde Dios establecería la justicia que los hombres, con sus rutinas de egoísmo, somos incapaces de vivir.

Digamos que quien llegase despistado a admirar nuestras luces navideñas fuera José el carpintero. Este hombre aceptó un cambio radical de planes, al darse cuenta de que su vida, vivida como simple obediencia a los acontecimientos, entraba de lleno en los planes de Dios, para quien su actitud humilde y servicial resultaba imprescindible.

¿Y si quien nos visitase fuera la Virgen María en persona? Ella, que se puso en seguida en camino para servir a su prima Isabel tras el anuncio del ángel, podría errar el sendero y arribar a nuestra ciudad para sobrecogernos con el canto del Magníficat, himno vibrante de la esperanza de los pobres en el Señor.

Isaías, María y José son nuestros principales modelos para una celebración auténtica de la Navidad. ¿Se unirían ellos gustosamente a nuestros ruidos y bullicios del Christmas Shopping? Cada uno de ellos sintió la fascinación de algo nuevo que irrumpía en sus vidas, algo que marcaba un nuevo inicio, orientando toda su existencia, todas sus energías. Lo ordinario se había llenado para ellos de un sentido extraordinario.

Toda verdadera celebración tiene su origen en la experiencia de un asombro original, un estupor. Distraídos por tantas luces y reclamos, demasiado preocupados por exhibir nuestros momentos en el escaparate de las redes sociales, quizá pasamos de largo las mil ocasiones que tenemos para asombrarnos hasta el fondo, que son otras tantas razones para celebrar de veras: un éxito sentido secretamente como un regalo, un amor que se hace maduro para la entrega, una vida que nace, la sorpresa de un encuentro, la gratuidad del amigo, un gesto de perdón, la ayuda desinteresada, la presencia oportuna, el tiempo compartido, proyectos que unen y empiezan a dar frutos...

Si de asombro por lo nuevo se trata, la Navidad es la celebración de la sorpresa por antonomasia: Dios ha venido a habitar entre nosotros, comprometiéndose con la humanidad de forma irrevocable. Con misericordia, se ha hecho solidario de nuestra condición finita y débil, para llevarnos a compartir su vida eterna y feliz, para que lleguemos a ser ¡hijos de Dios! Y nos parece tan normal.

El prólogo del evangelio de San Juan, proclamado hoy en todas las iglesias del mundo, da testimonio de un misterio desbordante: La Palabra de Dios ("¡estaba junto a Dios, era Dios, todo fue hecho por ella!") se ha hecho carne. La afirmación del evangelista es audaz, pero para el testigo estaba claro: las palabras, los gestos, la presencia y la entrega de Jesús no fueron los de un hombre cualquiera. En Jesús, Dios mismo ha recorrido la experiencia humana y en él tenemos acceso a la vida divina. Esto significa para nosotros una existencia nueva, hecha de amor palpable, alegría profunda, paz, paciencia, perdón... Gracias al misterio del Dios hecho niño, ¡es posible!

Navidad y novedad son dos palabras hermanas: navidad es dejarse llenar de estupor por la novedad que solo Dios podía introducir en la historia. Esa novedad la esperan con intensidad quienes buscan una luz de esperanza en medio de las tinieblas provocadas por el egoísmo individualista, la soberbia fanática, la violencia, la injusticia, la desesperación... Algo nuevo es necesario, y es Dios quien lo hace posible y lo pone en marcha con la encarnación del Verbo.

La vida y la luz eternas de Dios han palpitado y brillado en Jesús, y esto es vida y luz para quienes se confían a su persona y acogen su mensaje. Por la fe en el Hijo, cada persona llega a nacer de nuevo como hijo de Dios. ¡Feliz novedad!

Artículo del sacerdote Francisco Castro, párroco de Santa Inés, en el Diario Málaga Hoy

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