Pese a todos los beneficios de la red, la sociedad se expone desde entonces a nuevos peligros sobre los que los medios de comunicación nos alertan. Recientemente se nos informaba de la existencia de una web rusa que permitía el acceso a imágenes de cámaras privadas. 

Las pantallas (PCs, TV, dispositivos móviles) a través de la cuales nos asomamos al mundo digital, nos exponen a riesgos insospechados. Cada vez que accedemos a una web nuestra entrada queda registrada. Para los expertos en redes es fácil conocer nuestra ruta de navegación y descifrar nuestros gustos, intereses y aficiones. Los datos y el rastro que dejamos durante nuestras visitas a las webs se convierten en una información de gran valor para terceros (agencias de publicidad, individuos malintencionados, etc.).

Algunas aplicaciones móviles, aparentemente inofensivas, registran datos de nuestra actividad en momentos concretos del día que ponen en peligro nuestra integridad y seguridad. A través de algunas de ellas se puede conocer cuándo estoy haciendo deporte, cuál es el nivel de desgaste físico que sufro mientras lo practico y a qué distancia de mi hogar me encuentro en ese momento. Con estos datos, un ladrón podría dar el golpe perfecto en nuestro hogar aprovechando nuestra ausencia y cansancio físico. A través de otras aplicaciones similares, una empresa podría controlar la salud de sus empleados para decidir si conviene o no renovarles un contrato.

Las huellas que dejamos en nuestros dispositivos electrónicos nos enfrentan a una realidad nueva y compleja. Desde una perspectiva crítica este fenómeno ha inspirado a un grupo de artistas que participan en una exposición en Nueva York titulada “Usuario final”, End user. Entre sus obras destaca la recreación de la habitación de una chica a partir de los datos e información recogidos de su blog. Una recreación de su espacio íntimo que pone en evidencia el peligro de facilitar datos personales en un espacio que es + público que privado, y donde debemos aprender a proteger nuestra intimidad.