DiócesisHomilías

Restauración del templo parroquial de Santa Ana y dedicación del altar (Alozaina)

Templo de Alozaina, tras la restauración
Publicado: 15/11/2014: 17412

RESTAURACIÓN DEL TEMPLO PARROQUIAL DE SANTA ANA
Y DEDICACIÓN DEL ALTAR
(Alozaina, 15 noviembre 2014)

Lecturas: Prv 31, 10-13.19-20.30-31; Sal 127, 1-5; Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30.
(Domingo Ordinario XXXIII – A)

1. Hoy es un día importante para Alozaina, porque celebramos la restauración del templo parroquial, que es lugar de encuentro con Dios y entre los hermanos. Y haremos también la “dedicación” o consagración del altar, que es un rito muy hermoso, que no estamos acostumbrados a contemplar. Conforme vayamos a realizar cada gesto, lo iremos explicando.

Hoy damos gracias a Dios por la restauración del templo parroquial de Santa Ana en Alozaina, que ha quedado muy hermoso, desde el pavimento hasta el artesonado. Felicitamos los esfuerzos de todos los que habéis colaborado. El trabajo lo empezó D. Eduardo, anterior párroco; y lo ha continuado D. Miguel-Ángel, párroco actual, quien ha ultimado la restauración. Todo ello es motivo para dar gracias a Dios.

2. Nos acercamos ya al final del año litúrgico. La fe cristiana nos dice que Dios, siendo eterno, está por encima del tiempo, pero interviene en la historia. El Hijo de Dios se ha encarnado en el tiempo para salvarnos; él ha asumido la naturaleza humana y ha cargado con el pecado de todos los hombres.

Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, se hizo hombre, entrando en la historia y siendo el puente obligado para el encuentro con Dios. Nadie puede relacionarse con  Dios si no es a través de Jesucristo; ni siquiera los creyentes de otras religiones. El único puente (pontífice) y único camino de acceso a Dios para todo ser humano es Jesucristo.

Él ha modificado profundamente las formas de encuentro con Dios, anteriores a él. El Reino, que Él nos ofrece, comienza a construirse aquí en la tierra, en lo cotidiano de la existencia. No existen dos tiempos, uno profano y otro religioso, sino que el tiempo profano se ha convertido en tiempo de intervención de Dios, es decir, en tiempo de salvación.

El no creyente vive inconsciente, como si el “Día del Señor”, es decir, su venida triunfante y gloriosa, no fuera a llegar. Pero el cristiano debe vivir vigilante, para no ser sorprendido. Como dice el apóstol Pablo: «Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente» (1 Tes 5, 6). La vida del cristiano es constantemente una vigilia en la espera del regreso de su Señor; mientras tanto canta: «Ven Señor Jesús» (Ap 22, 20) y tiene que velar siempre. Esta vigilancia supone oración, sobriedad, prudencia y gozo. Una llamada en este final del año litúrgico a vivir vigilantes, en la espera del Señor, que vendrá glorioso como juez.

3. El apóstol san Pablo nos recuerda la manera de llegar el “Día del Señor”: «Sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche»(1 Tes 5, 2). Insiste en la imprevisibilidad del “Día del Señor”, utilizando la imagen del ladrón (cf. Mt 24, 43; Ap 3, 3; 16, 15). Nadie sabemos cuándo nos llamará el Señor para pasar de este mundo al otro.

Dios no se deja controlar ni chantajear; a veces pretendemos hacer tratos con Él buscando nuestro provecho: le prometemos o le ofrecemos algo, a cambio de que Él realice nuestra petición, como si pudiéramos comerciar con Él. Pero Dios está por encima de todas las previsiones humanas y de todos los cálculos; Él es soberano y nadie lo puede manipular; más bien es él quien sorprende al hombre y se presenta cuando menos se le espera: «Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para que ese día no os sorprenda como un ladrón»(Tes 5, 4).

La fe en la llegada última de Dios (parusía) ayuda al cristiano a no poner su esperanza en las realizaciones históricas, en los logros y victorias humanas.

El cristiano debe esperar pacientemente la realización del reino de Dios con actitud esperanzada y con discernimiento, descubriendo lo que es de Dios y lo que nos aparta de Él.

La Iglesia nos invita a estar despiertos y vigilantes a la espera de la venida del Señor: «Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente» (Tes 5, 6).

4. De la misma manera que Dios ha convertido el tiempo profano en tiempo de salvación, también ha convertido todos los lugares en sagrados, como le respondía Jesús a la samaritana: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (…). Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así» (Jn 4, 21.23).

Ciertamente, Dios debe ser adorado en espíritu y verdad; debe ser adorado por mediación de Jesucristo, su único Hijo, y en el Espíritu Santo. 

Aunque podemos rezar en cualquier tiempo y lugar, los hombres necesitamos lugares especiales para reunirnos; necesitamos el templo parroquial para solemnizar las fiestas, para participar en los misterios divinos, para celebrar los sacramentos. Estos lugares son nuestros templos parroquiales.

Hoy nos colma la alegría el haber restaurado este hermoso y espacioso templo, diáfano y amplio.

Damos gracias a Dios y a todos aquellos que han colaborado para que llegara a buen término esta obra.

Aquí el pueblo cristiano se reúne para entonar cánticos de alabanza y honor a Dios, para escuchar atentamente su Palabra, para recibir la gracia sacramental, que brota del gran sacramento que es la Iglesia y se concreta en las acciones litúrgicas sacramentales.

5. Vamos a dedicar el altar y lo ungiremos con el santo crisma. El altar significa y simboliza a Jesucristo, que se ofrece en el sacrificio eucarístico como se ofreció en la cruz. El sacrificio de la cruz se renueva y se actualiza en el sacrificio eucarístico del altar. Aquel sacrificio cruento fue hecho una vez para siempre (cf. Hb 7,27; 9,12); no se repite, como repetían los sacerdotes de la Antigua alianza el sacrificio de los corderos. Aquel sacrificio de una vez para siempre se actualiza de manera incruenta, sin derramamiento de sangre aquí.

Cristo se ofreció en la cruz, sufriendo la muerte. En la Eucaristía Cristo ya no se ofrece de la misma manera, pero se ofrece realmente, aunque de manera incruenta. El sacrificio de Jesucristo no es solo memoria o simple recuerdo, sino una realidad.

En cada Eucaristía se actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz y se realiza su entrega. Simbólicamente el vino significa la sangre derramada de Cristo; y simbólicamente el pan significa el cuerpo entregado de Cristo. Pero es el mismo sacrificio de Jesús en la cruz, que sigue ofreciéndose por nosotros en la eternidad. Es una actualización del mismo sacrificio de la cruz.

6. Hoy ungiremos también con el santo crisma a los que recibirán el don del Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación. La Iglesia realiza la unción del crisma en tres sacramentos: nos ungen en el bautismo, para hacernos hijos de Dios y miembros de la Iglesia; con ello quedamos consagrados y dedicados a Dios. Nos ungen en el sacramento de la confirmación, para darnos el sello del don del Espíritu Santo. Y nos ungen también a los sacerdotes, para ejercer el ministerio sacerdotal, que nos configura a Jesucristo, Sumo sacerdote.

Estas tres unciones dejan un carácter indeleble, que no se borra jamás. Somos sellados y marcados, quedando consagrados a Dios para siempre y no podemos vivir ya como los paganos. No se puede borrar el bautismo, aunque el bautizado renegara de su fe. Hay bautizados que reniegan de su fe y piden a la Iglesia que los borre de sus documentos. Pero la Iglesia les responde que si quieren renegar de su fe es cosa suya, pero su bautismo es imborrable.

Ciertamente los padres no piden permiso a sus hijos para bautizarlos; tampoco piden permiso para engendrarlos. Ellos comparten lo mejor que tienen: la fe; al igual que regalan la vida a sus hijos; estos podrán quitarse la vida, pero no podrán borrar de la historia su nacimiento como ser humano. Son hechos históricos: quien nació lo hizo para siempre; y quien ha sido bautizado y confirmado lo será para siempre. El cristiano lo es para toda la vida, porque Dios lo ha adoptado como hijo; aunque él renegara de su Padre.

Queremos decirle a Dios que deseamos mantenernos siempre como hijos suyos adoptivos, sin renegar de Él; queremos vivir la fe y dar testimonio de ella; queremos agradecerle la relación paterno-filial que Él ha iniciado en nosotros.

7. El evangelio de hoy hablaba de los talentos, que Dios nos regala a cada persona y nos pide que los hagamos fructificar. Los bienes naturales deben estar al servicio de los sobrenaturales, los caducos al servicio de los eternos, los técnico-científicos al servicio de la sabiduría. Todos los bienes deben quedar subordinados al amor y al hombre, como imagen de Dios. El respeto al hombre, a su vida, a su libertad, debe ser la medida de todos los demás bienes.

¡Cuánto nos falta todavía en nuestra sociedad, para que se respete al hombre y se le ponga en el centro de atención! Los cristianos hemos de trabajar denodadamente por ello.

Con motivo de la restauración de este templo, además de dar gracias a Dios, le pedimos que nos ayude a ser “piedras vivas”, que colaboren en la edificación de la Iglesia. Cada uno de nosotros tenemos una misión eclesial, que Dios espera que la realicemos bien. Y todos somos testigos del amor de Dios en nuestra sociedad.

Que la Santísima Virgen María y Santa Ana, su madre, intercedan por todos nosotros, para que desarrollemos los talentos que Dios nos ha dado y los pongamos al servicio de los demás. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo