DiócesisCartas Pastorales Mons. Buxarrais

«La droga como problema»

Publicado: 12/07/1979: 865

Carta Pastoral sobre la toxicomanía (1979)

 Queridos diocesanos:

En el primer libro de la Biblia, el Génesis, se nos describe la crea­ción como un bien puesto al servicio del hombre. «Vio Dios que era bue­no» es el estribillo repetido después de cada gesto divino en el origen del mundo. Al finalizar el primer capítulo, el autor del libro sagrado pone en boca del Creador la siguiente frase dirigida a la primera pareja humana: «...llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los vivientes que reptan sobre la tierra... os entrego todas las hierbas que engendran semilla...» (Gn 1,28-29).

El uso y abuso de los bienes creados

La creación que Dios ha puesto al servicio del hombre contiene inmensos y quizás insospechados bienes todavía no descubiertos. Algu­nos de éstos ya conocidos no han sido aún suficientemente estudiados o dominados para poder aplicarlos a favor del hombre. Los hay que usados de una manera desmesurada o indebida llegan a perjudicar al mismo ser humano.

En este último apartado pueden catalogarse algunas substancias denominadas drogas; un bien, sin duda, cuando se usan con fines médi­cos o terapéuticos; al contrario en otros usos indebidos. Sobre éstas, en especial sobre las llamadas drogas duras, os invito a reflexionar a la luz de la fe cristiana. Pienso que me obliga a ello mi deber de Pastor, por lo que debo subrayar para todos la responsabilidad moral que implicaría pasar de largo ante este problema.

El motivo de esta carta

En el escaso espacio de los últimos quince días he compartido el dolor de dos familias que ven tronchada la juventud, y quizás la vida entera, de alguno de sus hijos a causa de la droga.

Parece ser que el problema de los toxicómanos o drogadictos en la provincia de Málaga y la ciudad de Melilla alcanza índices alarmantes. Es un problema que afecta a gran parte del mundo y hace estragos entre la juventud. A nosotros nos afecta de una manera especial por nuestra cerca­nía a puertos libres y también por ciertos grupos que nos infectan, y, asimismo, por los obscuros intereses de unos pocos que dirigen y explo­tan el mercado de la droga.

La toxicomanía

La toxicomanía es capaz de modificar la visión del mundo y sus valores y alterar la concepción de la existencia sobre la base de las «nue­vas experiencias».

Puede ser en cierto momento un problema médico ciertamente. Pero, padres, educadores y responsables de la comunidad humana debe­mos reflexionar seriamente y actuar con responsabilidad. Prevenir para no tener que curar. La escalada de la droga es sumamente rápida y fácil. El retorno o la vuelta a la normalidad es un camino largo, lento, laborio­so, difícil y en algunos casos quizás imposible.

El hecho

Según constatan los que están más cerca del problema, el consumo de los distintos grupos de drogas en nuestro país, y por supuesto en nuestra provincia y ciudad de Melilla, ha experimentado un acusado aumento en los últimos años. Es alarmante, como ya dije, que los índices de mayor incremento se den entre la población juvenil. Pero, es más grave aún que la práctica y el uso de la droga comiencen en edades cada vez más tem­pranas. Adolescentes de Bachillerato Unificado Polivalente, Formación Profesional e incluso algunos alumnos de los últimos cursos de Enseñan­za General Básica se inician en el peligroso proceso de la droga.

Cómo empieza

Puede empezar un día cualquiera por mera curiosidad con el deseo de ampliar el mundo de sensaciones, experimentos o vivencias; o por simple travesura o intento de imitación; o, tal vez, buscando modificar el estado de ánimo mediante la creación de un bienestar artificial; o se es víctima en el montaje y engranaje de la iniciación. Algunos quieren pro­testar así contra el ambiente familiar o el contexto social. Lo cierto es que un muchacho adolescente puede ser hoy un habitual drogadicto con una adictividad crónica en la que pasa de la droga blanda a la llamada droga dura.

Otro dato a constatar es que del consumo solitario y oculto se ha llegado al consumo en grupo y a plena luz como la cosa más normal.

Factores personales de la iniciación

Acabo de insinuar las causas de la iniciación a la droga de los ado­lescentes. La primera pudiera ser la curiosidad innata en el ser del hom­bre. El joven quiere saberlo todo, experimentarlo todo. Por tal motivo se lanza a probar «eso» de que tanto oye hablar acá y allá y que acaso algún amigo le ha recomendado. De ahí que los padres y educadores tienen la grave responsabilidad de tener a los jóvenes suficientemente informados sobre los peligros del «experimento» juvenil.

La droga como refugio de la incomprensión o del fracaso

Otra de las causas puede radicar en la incomprensión. Hay jóvenes que carecen de la acogida familiar, propia de un hogar bien equilibrado. Con unos padres que, a veces, sólo están pendientes de «sus» cosas, de su trabajo «consumista», despreocupados totalmente de los problemas y la evolución de sus hijos... es difícil encontrar comprensión; comprensión casi imposible cuando los padres están separados o las riñas y tensiones son constantes entre ellos.

Ante la múltiple problemática de la edad difícil, cuando al mundo juvenil le afloran sus problemas, el adolescente no encuentra a veces en la familia un apoyo moral que le oriente y anime. Entonces viene el recurso al medio más fácil de evasión: fumarse un cigarrillo drogado es el primer paso, a veces, hacia el consumo de una droga peor.

El fracaso en los estudios y cualquier otro tipo de falta de adapta­ción a un medio determinado, pueden ser también causa de un adentrarse en el mundo de la droga.

La soledad, el vacío y la evasión

Otra causa que suele empujar al uso de la droga es el factor del vacío existencial y la soledad, a la que tan proclive es el muchacho de hoy, en una cultura y unos medios de masas que le hacen sentirse un tanto frustrado y como insignificante e inútil ante tanto «héroe», tanto «ídolo», tanta imagen de «mito» estereotipado de la canción, del sexo, de la fuerza física o del buen parecer.

El «pasotismo», fruto acaso de que en nuestra civilización casi todo nos viene dado y hecho, la carencia de ideales, el declive de los valores éticos, religiosos y morales, la negación o infravaloración de todo tipo de trascendencia... lleva a la droga como evasión, como a la búsqueda de un paraíso artificial que venga a sustituir al mundo de los ideales perdidos y a la carencia de ilusión de vivir, con el deseo de un regreso a una vida utópica y hacia formas primitivas de convivencia, lejos de todo esquema social, haciendo del opio, el hachís, la marihuana, las anfetaminas, el LSD y un sin fin de alucinógenos una especie de religión juvenil.

La disconformidad

El consumo de la droga puede presentarse también como una acti­tud de protesta contra la cultura y la sociedad actual. Estamos creando un hombre de tipo distinto, un modelo de hombre absorbido por el con­sumo, y cuya mente no sabe en definitiva si lo que está haciendo o usan­do es lo mejor, desconcertado por tanta desbocada publicidad.

Contra este modelo humano de vida, insatisfactorio por demás, el joven expresa su rechazo refugiándose en la droga a la busca de un paraí­so perdido y en protesta contra un mundo inauténtico y una sociedad alienante a la que pertenece pero con la que no se siente identificado en modo alguno.

El aburrimiento y el oscuro porvenir

Las drogas, por lo demás, afectan a todos sin distinción de clases. Se utilizan en la alta sociedad donde el aburrimiento de los «hijos de papá», al tenerlo todo, necesitan una evasión que los hagan sentirse dis­tintos. Y también en las gentes de condición humilde, los que viven en suburbios, donde el mimetismo, el paro y el oscuro porvenir hacen estra­gos.

De todos modos, se trata radicalmente de una falta de preparación para el empleo de la libertad, de una auténtica desgana por la preocupa­ción de los problemas y por sentirse personas, de un desequilibrio inte­rior que aleja a los jóvenes de la posibilidad de tomar una decisión va­liente y personal.

Motivaciones socio-culturales

La raíz más honda y quizás factor último y determinante del uso de la droga está en el substancial vacío del modelo socio-cultural que ofrece­mos los mayores. Modelo de sociedad -marcado por el patrón de una creciente y absorbente aceptación de los valores consumistas y por una tecnificación abiertamente deshumanizadora-, que es origen de los trau­mas e insatisfacciones personales de los jóvenes.

Hay un continuo bombardeo propagandístico de bienes de consu­mo, que asumen la ilusión y la preocupación del hombre medio, dejando su educación permanente y su mentalización en un segundo plano que fácilmente se olvida por la tensión del vencimiento de las letras de banco y la hora de su pago.

Si a esto se junta la debilitación de la estructura familiar -soporte ineludible y básico de tantos valores- fácilmente comprenderemos la apa­rición en los jóvenes de esos sentimientos de soledad, abandono, desilu­sión, desesperanza para los que creen encontrar un remedio en la evasión de las drogas.

Un negocio inhumano

A todo lo dicho habrá que añadir la importante y cuidada organiza­ción de quienes controlan el mercado de la droga y la iniciación en la misma. Desde el que la produce, sea individuo o colectividades, hasta el que trafica con ella para ganar sus buenos dividendos o poder pagar así el propio consumo, pasando por los «menores» usados no sólo como vícti­mas para la iniciación en la droga, sino también como vendedores de la misma.

Todo este negocio inhumano y perfectamente organizado nos ayu­dará a comprender mejor cómo el fenómeno de la toxicomanía no es simplemente un episodio aislado en la vida de un joven rebelde, sino un problema que hunde sus raíces profundas en la crisis por la que nuestra sociedad atraviesa. Una sociedad marcada por la producción y el consu­mo, movida exclusivamente por el afán sin más del lucro como motiva­ción suprema, sin importarle para nada ni los medios empleados ni la utilización de los mismos ni las consecuencias de sus actos con tal que haya ganancias.

La evidente y repulsiva inmoralidad de este comercio, fuera de toda ética, es tan manifiesta que no merece ni siquiera recordarla.

La responsabilidad del Estado

Comprendo la difícil tarea de gobernar. Me consta el denodado esfuerzo de muchos políticos para colaborar desde su responsabilidad y posibilidades a favor de la erradicación del problema de la droga. Pero, no comprendo cómo éstos u otros responsables en el servicio de gobier­no permiten y alientan de una manera quizás inconsciente y a través de los medios de comunicación social, una propaganda directa o indirecta a favor de la droga, el crimen, el erotismo y tantas otras ofertas fáciles que destruyen al hombre y minan peligrosamente la sociedad. Basta ver nues­tros quioscos, las carteleras de espectáculos, ciertos programas de televi­sión... para cerciorarse de lo que afirmo.

La verdadera democracia de la que hoy nos enorgullecemos debe ser educadora en la libertad. Jamás debe incitar al libertinaje.

Responsabilidad moral del drogadicto

No es mi intención extenderme en los distintos grupos y las diver­sas clasificaciones que suelen hacerse de las drogas, según sus propieda­des y sus efectos. Sí quiero señalar que uno de los peligros, de una u otra manera común a toda droga, es el de la «dependencia»: sea la dependen­cia psíquica, que condiciona un modo de ser y una conducta, sea la de­pendencia física, que alcanza su máximo límite cuando el toxicómano se ve privado de su dosis. La apetencia irrefrenable a seguir tomando dro­gas, en dosis mayor o en tipo más fuerte, origina no infrecuentes casos de muerte, bien por una sobredosis de droga, bien por hipersensibilidad ante la misma.

Los hábitos adquiridos

Quiero referirme a un punto que suele pasarse por alto cuando se habla de las drogas. Y es que, aunque se diga con harta frecuencia que el drogadicto es un enfermo más que otra cosa y como tal debe ser tratado, lo cierto es que no es una enfermedad que ha venido espontáneamente, sino que de alguna manera ha sido ofrecida y vendida, cuando no queri­da y buscada.

Esto es lo que en ética y moral se llama la adquisición de «hábito», esa especie de «segunda naturaleza del hombre» de la que ya habló la filosofía griega. Los hábitos se adquieren por una repetición de actos, aunque no hayan sido queridos siempre en su inicio y su engranaje.

Por nuestros actos voluntarios, que acaban de convertirse en hábi­to, éste nos define y determina en un sentido u otro, bueno o malo; malo en nuestro caso. Y de esta determinación, de esta tendencia adquirida somos nosotros responsables en distinto modo y grado.

La toxicomanía es así una enfermedad, de alguna manera querida, y de la que el individuo es en su inicio y adquisición moralmente respon­sable.

Al hablar de la enfermedad de la droga creo que no se debe silen­ciar nunca esta responsabilidad radical del habitualmente drogadicto, a la vez que se previene a los que se están iniciando de la convergencia de sus «tomas» en la formación indiscutible de un hábito o costumbre de la que tan difícilmente podrán después liberarse, aun deseándolo.

Para el alcohólico el vino es una droga

Las drogas a las que me he referido son las que, hasta ahora, se venden y se consumen en su mayoría en un marco más o menos clandes­tino, aunque en algunas partes ya se hace públicamente.

Sin embargo conviene recordar que una de las drogas que arroja un índice más elevado de «víctimas» es la bebida alcohólica en exceso.

Estas bebidas tomadas a su tiempo y en su medida no resultan en manera alguna perjudiciales. Lo son cuando se abusa de ellas, habituándose de tal manera que el cuerpo llega a sentir una necesaria dependencia física de la bebida. Me refiero a los alcohólicos.

Nuestra sociedad debe educarnos en el uso de bebidas alcohólicas y potenciar los centros de recuperación para que los alcohólicos puedan de nuevo ser, como los demás drogadictos, regenerados y útiles a la co­munidad humana.

El consumismo: súper-droga

Pero, a mi manera de ver, la súper-droga, como ya lo he insinuado más arriba, es el consumismo. En él, de una manera consciente o incons­ciente, todos estamos inmersos. Se nos impone como una necesidad vi­tal. Cada día, a todas horas y en todas partes se golpea nuestra vida y nuestro oído para que compremos, usemos y consumamos. Y lo más triste y lamentable es que nuestra sociedad se ha estructurado así.

En la sociedad de consumo no todo es, ni mucho menos, malo. El llamado «consumo» ha hecho más llevadera nuestra vida. En parte a él se deben también ciertos y verdaderos logros a favor de la humanidad. Todo esto es justo reconocerlo. El peligro -la droga- está cuando del consumo necesario se pasa al consumismo. Entonces, el tener por tener, y el usar por usar sin más, crean necesidades sin ser tales, que llegan a convertirse en absolutos. Y los absolutos creados por el hombre nunca liberan; siem­pre esclavizan.

¿Qué hacer?

Mientras no busquemos remedios de raíz, nos limitaremos a poner parches insuficientes.

No bastan los cuidados médicos, ni las medidas policiales y represi­vas, con ser ambos tan fundamentales y necesarios. La medicina cura, pero no influye suficientemente sobre la voluntad del enfermo. La ley reprime, pero a veces no redime.

Hacen falta medios preventivos para una adecuada etiología de la droga, con sus causas más inmediatas e igualmente con sus motivaciones más profundas. Y así, tal vez:

a) Tendremos que cuestionarnos acaso por los «valores» de nuestra sociedad actual, de su educación, de su cultura, de sus objeti­vos...

 b) Habrá que potenciar la creatividad del joven, encauzando su vitalidad y su rebeldía hacia un compromiso serio que busque el bien de los demás en lo social, en lo político, en lo religioso, ha­ciendo que se sienta auténtico protagonista del progreso inte­gral.

c) Habrá que buscar urgentemente una solución al paro juvenil, causante de tanto consumo de drogas; y saber proporcionar a los jóvenes ocupación cultural o deportiva para sus espacios de ocio y sus tiempos libres.

d) Es primordial, asimismo, una información primaria, sobre la que quiero insistir aquí, que sea auténticamente preventiva.

Una labor informativa y educadora, realizada por personas de prestigio y adecuada preparación, dirigida a los padres, cuer­po docente, responsables de movimientos juveniles y a los mis­mos jóvenes desde antes de la pubertad.

e) Los movimientos y asociaciones apostólicas de la Diócesis, sobre todo los formados por jóvenes y matrimonios, deberían reflexio­nar y poner en práctica medios posibles y concretos para preve­nir a la juventud y liberar a los atrapados en las redes de la dro­ga. Es de admirar y agradecer a los que ya lo están haciendo.

La tarea de los cristianos

Los cristianos tenemos aun otro quehacer más nuestro.

Con frecuencia los jóvenes se sienten vacíos y sin sentido de la vida. Los creyentes en Cristo hemos puesto en El nuestro centro y la razón de nuestra existencia. «Yo soy el camino, la verdad y la vida» nos dijo. Si estamos convencidos realmente de ello, hemos de mostrar a la juventud, con sencillez y sinceridad, la Buena Nueva de Jesús como ideal de vida. Decirles y demostrarles con el testimonio de nuestra vida que merece la pena conocer y seguir la causa de Jesús para poder vivir, sufrir y morir con sensación de éxito y de triunfo y no de inutilidad y de fracaso.

Centrar en el Evangelio nuestro quehacer y nuestra meta; ayudar a los demás a que sepan encontrar este centro es la tarea más propia del que se dice cristiano.

Nosotros sabemos que nos realizamos en la medida que rompe­mos el cerco de nuestro egoísmo y vivimos abiertos en adoración a Dios y en servicio a los hombres. El mismo Jesús nos dejó maravillosamente sintetizada esta verdad al decirnos: «Quien quiera salvar su vida (egoís­mo) la perderá; el que pierda su vida (salir de sí mismo) por mí y el Evangelio, la encontrará (se realizará plenamente)» (Mc. 8,35).

Málaga, 12 de Julio de 1979. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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