«¿Qué hacemos por los que poco o nada importan?»
Carta Pastoral Corpus Christi-Día de Caridad (1978)
Queridos diocesanos:
Con motivo de la festividad de Corpus Christi, en la que los cristianos agradecemos y adoramos la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, os invito a reflexionar, desde la perspectiva evangélica, sobre el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor cristiano.
Nuestro homenaje de gratitud y adoración a la Eucaristía resultaría vacío y truncado si no nos compromete de una manera real y efectiva a amar a todos los hombres, por quienes El se ha hecho presente entre nosotros en un misterioso gesto salvífico.
Siguen los problemas
En nuestra Diócesis, a pesar del esfuerzo de muchos, siguen los problemas; problemas que, a medida que avanza el tiempo, se agravan en sí mismos y extienden sus dominios, atrapando a individuos y familias entre las redes del dolor físico y moral.
Todos conocéis los problemas de los que os hablo. Pero para evitar que lo habitual endurezca nuestros sentimientos cristianos, me permito, una vez más, recordároslos.
Triste e injustamente, continúa habiendo entre nosotros personas que no pueden alimentarse debidamente. Más aún: se dan casos de hambre. Hambre y paro, más agudos en el campo que en las ciudades, según he podido comprobar durante mi última visita pastoral en una de las zonas rurales de nuestra diócesis.
Y por si fuera poco, constatamos la frialdad y dilación con que son tratados los que no importan, los que no pueden molestar, los que deben hacer cola, sin que su problema se detenga.
¿Qué hacemos nosotros?
No puedo escribir, ni vosotros leer, esta carta sin dejar de preguntarnos: ¿Qué parte de culpa tengo yo en todo esto? ¿Qué he hecho? ¿Qué es lo que no he hecho, pudiéndolo hacer? Tal vez sea más grave nuestra culpa por lo que dejamos de hacer que por lo poco que venimos haciendo.
Convulsión que afecta más a los sin poder
Nuestra sociedad está convulsionada. Nos alarmamos cuando la convulsión pueda afectar nuestros intereses, nuestra seguridad; cuando, si somos o queremos ser realmente cristianos, nuestra alarma debe ser tanto mayor cuanto más convulsiona a los indefensos por falta de cultura, de dinero, de organizaciones que les defiendan; en definitiva, por falta de aquel poder mínimo al que tiene derecho todo hombre para ser oído en su grito de exigencia a compartir lo que muchos sobradamente tenemos.
Una sugerencia concreta
Pero para no quedarme en el terreno de lo abstracto, y con el ánimo de ayudaros (¡de exigiros en nombre de Jesucristo!), permitidme una sugerencia concreta: los que tenéis un trabajo estable y justamente remunerado, ¿os sería muy difícil compartir con los necesitados el sueldo de un día al mes, quedándoos para vosotros y vuestras familias lo que ganáis durante los veintinueve días restantes? Cáritas puede ser el cauce de nuestra generosidad o, mejor dicho, de nuestro deber de compartir con los que, a pesar suyo, no tienen lo que necesitan.
Y a este gesto añadamos el esfuerzo común para lograr una sociedad en la que haya menos pobres porque las estructuras no permitan acumular riquezas en manos de pocos.
«Amaos unos a otros como Yo os he amado»
Y El nos amó compartiendo no sólo lo que tenía, sino aun lo que era. La caridad cristiana lo es en la medida que no sólo soluciona los problemas, sino que ataca en su misma raíz el mal que los produce.
¡Que el Señor nos conceda a todos la generosidad y la valentía evangélica!
Málaga, Mayo de 1978.
Autor: Mons. Ramón Buxarráis