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«Dejémonos evangelizar por la Cuaresma»

Publicado: 00/03/1987: 1314

Carta Pastoral de Cuaresma (1987)

Queridos diocesanos:

Os escribo esta carta con motivo del tiempo cuaresmal que vamos a comenzar. Con ella quiero cumplir, en parte, el compromiso contraído en la Primera Asamblea Diocesana de Pastoral y en lo que a mí me co­rresponde; porque al aprobar sus conclusiones, como obispo me siento gratamente obligado por ellas y más comprometido que ningún otro dioce­sano a trabajar en la tarea de la evangelización, «...objetivo y meta de nuestro Proyecto diocesano de pastoral, que unifica todos los demás ob­jetivos y metas que nos proponemos como Iglesia diocesana» (Proposi­ciones, cap. I, 1,1).

Si me refiero a nuestra Asamblea al comenzar mi carta es porque una de sus ideas constantes, tanto en la fase de preparación como en su celebración, fue el convencimiento de que somos una Iglesia evan­gelizadora y evangelizada a la vez, y que en la medida en que nos reali­cemos como Iglesia evangelizada, mejor cumpliremos nuestra misión de evangelizar (Proposiciones, cap. I, 1,2).

Además, todos constatamos con preocupación lo difícil que resulta para el común de los cristianos vivir el tiempo cuaresmal, dado el clima social secularizante que nos envuelve. Tenemos que recuperar la Cuares­ma como tiempo fuerte de conversión, proclamando con el testimonio de nuestra vida y nuestra palabra la salvación del Señor, que nos llega en la medida que nos abrimos interiormente a ella y respondemos positiva y prácticamente.

Consigna cuaresmal

Apoyado en la idea central de la Asamblea Diocesana de Pastoral, os ofrezco esta consigna: Dejémonos evangelizar por la Cuaresma.

La Cuaresma contiene una buena noticia, a saber: Jesucristo cruci­ficado, muerto y sepultado, resucitando del sepulcro, nos salva, e inicia en el mundo el Reino de Dios. La salvación y el Reino de Dios se nos ofrecen de nuevo hoy y aquí. Los Profetas, Jesucristo y los Apóstoles nos invitan a abrirnos a ello. Y es esta misma invitación la que la Iglesia nos reitera a través de la liturgia cuaresmal, repitiendo una y otra vez: ¡Con­vertíos!

El hombre responde a la invitación divina mediante la conversión y la penitencia. Esta última presenta distintas motivaciones y prácticas; pero, unas y otras tienen como elemento común la actitud interior de arrepen­tirse del pecado, acercarse a Dios y a los hermanos (Jr 36,6-7) y «humi­llarse ante el rostro de Dios» (Dn 10,12), volviendo su mirada hacia el Señor (Dn 9,3), y así comprender más íntimamente las cosas divinas (Dn 10,12). Sin esa actitud interior, los profetas reprueban la práctica peni­tencial, sea cual sea, como algo vacío de contenido, que Dios no puede aceptar (Jl 2,13).

Consecuentemente la penitencia es un acto religioso, personal y social, que reviste distintas manifestaciones externas, pero con una acti­tud interior de la que depende su contenido y valor religioso.

A través de la penitencia manifestamos nuestro arrepentimiento por las infidelidades a Dios y, ayudados por su gracia, intentamos vivir de acuerdo con el Evangelio, renunciando a todo aquello que, de una mane­ra remota o próxima, nos puede alejar del Señor. En este sentido es nece­saria a todo cristiano.

Pero, la penitencia puede tener también un aspecto generoso y gra­tuito. Y es éste al que me refiero especialmente. Vivir generosa y gratuita­mente en actitud penitencial es desprenderse aun de aquello que, no siendo obstáculo para la vida cristiana, lo puede ser para vivir de una manera más o menos heroica la fe. Es la penitencia que practicaron los santos.

Práctica penitencial

No faltan quienes consideran que la penitencia es algo desfasado e innecesario. Contra esa manera de pensar, el Concilio Vaticano II que ha promovido una profunda renovación de la vida cristiana, insiste en la necesidad de la penitencia que no sólo debe ser interna e individual, sino también externa y social. Y añade: «...foméntese la práctica penitencial de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos paí­ses y condiciones de los fieles» (S.C., 110).

En cumplimiento a la invitación penitencial, la legislación de la Igle­sia en el nuevo Código establece la penitencia de una manera especial en tiempos determinados; pero deja que las Conferencias Episcopales en sus respectivos países determinen su práctica concreta.

Recientemente la Conferencia Episcopal Española ha dictado una norma que contiene dos aspectos: uno general y otro más concreto, am­bos referentes a la Cuaresma. A ellos me referiré.

Austeridad de vida (Aspecto general)

La XLV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, en el Decreto General sobre la Subrogación del artículo 13,2) del Primer Decreto General sobre los días y tiempos penitenciales, dice: «Durante la Cuaresma se recomienda vivamente a todos los fieles cultivar el espíritu penitencial,... que puede expresarse en una mayor austeridad de vida». Con estas palabras nos ayudan a comprender claramente el contenido religioso de la penitencia, que no afecta sólo al espíritu, sino también a la austeridad de vida.

Es necesario que sepamos valorar religiosamente la austeridad de vida que nos pide la Cuaresma. Vivimos en una sociedad de consumo que nos esclaviza por lo material, con más afán de tener que de ser, mo­vidos por la ambición, la codicia y el placer, como fin en sí mismo. Por otro lado, nuestra sociedad se seculariza de una manera vertiginosa a con­secuencia del oscurecimiento de la conciencia de Dios, que, a causa del permisivismo, nos hace perder el sentido del pecado.

Nuestra austeridad de vida debe contribuir a manifestarnos en el mundo de hoy como testigos del Dios vivo, y de «su soberanía absoluta, de que El está en el principio y fin de todas las cosas, de que no hay sobre la tierra ningún otro poder al que debamos someter nuestra vida, ni del que podamos esperar nuestra salvación» (Testigos del Dios vivo. Docu­mento de la Conferencia Episcopal Española, Junio de 1985).

La austeridad apoya la credibilidad

La austeridad de vida y el desprendimiento de lo superfluo hacen creíble nuestro testimonio cristiano; y esto tanto más, cuanto en esta so­ciedad consumista y secularizada se advierte la acción del Espíritu a tra­vés del deseo común de justicia, de libertad, de paz, de amor, de bondad, de fortaleza, de responsabilidad, de dignidad humana,... haciendo que los hombres sean más sensibles para captar el mensaje religioso a través de la austeridad de vida de aquellos que anunciamos el Evangelio.

Por otra parte, el mensaje religioso no se delimita en Dios como único objetivo, sino que, desde El, se extiende a todos los hombres. Y precisamente porque deseamos ser testigos del Señor, nos sentimos com­prometidos a servir de una manera desinteresada a los demás, a compar­tir con ellos lo que somos y lo que tenemos, haciendo nuestros sus dere­chos no alcanzados.

De este modo, la austeridad de vida nos ayuda a compartir nues­tros bienes en favor de los hermanos que carecen de ellos. Sin esto, nues­tra penitencia quedaría incompleta.

Las insuperadas desigualdades

La condición de nuestros hermanos necesitados y las exigencias de sus derechos rechazados nos interpelan fuertemente en una situación social injusta.

Recientemente, con motivo de la «Campaña contra el Hambre», se nos ha facilitado el dato de dos mil quinientos millones de personas que viven en países en los que el promedio de «renta per capita» es de 64.000 ptas. anuales. Entre algunos de ellos no sobrepasa a las 32.000 ptas. Ade­más, mil millones de seres humanos tienen que conformarse con menos de 112.000 ptas. al año.

El problema lo tenemos muy cerca, entre nosotros mismos los es­pañoles. No olvidemos los datos que nos ofreció hace un tiempo Cáritas Nacional al asegurarnos que en nuestro país hay aproximadamente ocho millones de pobres. A pesar de todo, vemos con indignación que mien­tras aumenta la pobreza de muchos, crece la riqueza y a veces el despilfa­rro de unos pocos. ¿No es esto, acaso, un aldabonazo fuerte para nosotros en la Cuaresma?

Acercarse a Dios a través de los pobres

La tradición patrística también da una orientación social al ayuno, a la abstinencia y a la práctica penitencial. El papa S.León Grande escribió:

«Con la distribución de limosnas y con el cuidado de los pobres, los cristianos que ayunan, se fortalecen interiormente con lo que substraen de sus placeres y lo que dan a favor de los débiles e indigentes» (Sermón 11, sobre la Cuaresma).

«Ayunemos, dice en otro sermón, con devoción solícita y con fe viva, haciéndolo no de una manera estéril, como a veces lo impone la necesidad del cuerpo y la enfermedad de la avaricia, sino con amplia generosidad» (Sermón 11, sobre la Cuaresma).

Así como el papa S.León Grande, en el siglo V, en nuestros días Juan Pablo II nos exhorta a vivir la austeridad cuaresmal para crear en nosotros un corazón pobre en lo material, pero rico para Dios. Así escribe el Papa en el Mensaje Cuaresmal de este año: «Si nos reconocemos po­bres ante Dios -lo cual es verdad y no falsa humildad- tendremos un corazón de pobre, ojos y manos de pobre para compartir estas riquezas de las que Dios nos colmará: nuestra fe que no podemos mirar egoística­mente para nosotros solos; nuestra esperanza que necesitan los que están privados de todo; la caridad que nos hace amar como Dios a los pobres con un amor preferencial. El Espíritu de amor nos colmará de muchísi­mos bienes para compartir; cuanto más lo deseemos, más abundante­mente los recibiremos» (Mensaje Cuaresmal del Papa, 1987).

De las anteriores consideraciones podemos deducir que la austeridad de vida durante la Cuaresma, como expresión de nuestro espíritu peni­tencial, es un acercamiento a Dios a través de nuestros hermanos, los necesitados.

Las privaciones voluntarias (Aspecto concreto)

Además de la invitación a la austeridad de vida, la Conferencia Episcopal Española establece una práctica muy concreta y determinada, a saber: el ayuno y la abstinencia para el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Además, la abstinencia de carne para todos los viernes de Cuares­ma.

Para manifestar el espíritu de penitencia propio de la Cuaresma, la Conferencia Episcopal Española aconseja a los católicos privarse volunta­riamente de gastos superfluos, tales como pueden ser comidas y bebidas costosas, renunciando también a espectáculos y diversiones. (XLV Asam­blea Plenaria, Noviembre de 1986, Decreto citado anteriormente).

Se trata, pues, de acciones voluntarias concretas por las que pode­mos significar más y mejor nuestra actitud interior de privarnos de lo que no es necesario, centrando la atención de nuestra vida de una mane­ra más particular en el aprecio de los valores trascendentes.

La confianza que me merecéis, queridos diocesanos, me permite daros unas pistas concretas de renuncias voluntarias, que en pasadas cua-resmas han hecho algunos de nuestros hermanos:

- Familias que retiran el televisor, de común acuerdo con todos sus miembros.

-Quien deja de ir al cine o a cualquier otra diversión.

- Otros, acostumbrados a fumar, se privan de ello.

-Algunos dejan de tomar bebidas alcohólicas.

-Hay quien renuncia a tomar el habitual café de media mañana o media tarde.

Estos y otros muchos pequeños sacrificios tienen valor no en sí mismos, sino en la medida que nos predisponen a renunciar a lo que puede ser ofensa a Dios o agravio al prójimo.

Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿qué puedo hacer para expresar generosamente mi deseo sincero de conversión total a Dios?

Os invito a pasar hambre

Aunque el ayuno cuaresma1 ha quedado reducido al Miércoles de Ceniza y al Viernes Santo, opino que los católicos en general debemos recuperar el valor ascético del ayuno, practicándolo con más frecuencia. Me refiero, por supuesto, a todos aquellos creyentes que, gracias a Dios y a su trabajo, pueden comer suficientemente y cada día. Hay otros a quie­nes, desgraciada o injustamente, se les impone el ayuno que debilita su cuerpo contra su voluntad, viéndose sumidos en la desnutrición o en­fermedad.

Pues bien, a los que pueden comer cada día y suficientemente, a ellos, les invito a pasar hambre, les invito a ayunar con espíritu cristiano. Y esto tiene su razón.

En primer lugar, quien ayuna no por simples razones de salud, ni por seguir la «moda somática», sitúa su propio cuerpo en el terreno de la necesidad, de la pobreza podríamos decir. Dios sólo escucha la oración que nace de un corazón pobre. Y si bien la pobreza debe ser interior, también es cierto que toda la persona, cuerpo y espíritu, es la que debe empobrecerse voluntariamente para postrarse con humildad ante Dios. El ayuno fortalece la oración, y ésta es imprescindible para la vida cristia­na.

En segundo lugar, quien ayuna por motivos de fe, se predispone a comprender mejor a todos aquellos que pasan hambre impuesta. Desde su experiencia de ayuno real y frecuente, voluntariamente realizado, el cristiano comprenderá mejor lo que es el azote del hambre en el mundo y, bien seguro, hará todos los posibles para paliarla, según sus posibilida­des.

Finalmente, el ayuno voluntario puede producir unos ahorros que, lejos de enriquecernos y aumentar nuestra avaricia, se pueden ofrecer a aquellos organismos que trabajan para solucionar el problema del hambre en el mundo.

Os repito, queridos diocesanos, la consigna cuaresmal que os he dado al comenzar a escribir esta carta:“Dejémonos evangelizar por la Cuaresma”. En otras palabras, respondamos a la llamada de conversión con austeridad y espíritu penitencial, mediante el cual reconoceremos a Dios como valor supremo de nuestra vida y serviremos generosamente a los más necesitados.

Con la ayuda de Dios y la intercesión de María, espero que consiga­mos, si respondemos positivamente a la invitación cuaresmal, la meta de la evangelización que es, según dice una de las conclusiones de nuestra Asamblea Diocesana de Pastoral, “...una conversión de las personas, de manera que el modo de vivir, pensar, sentir y actuar, sean semejantes al de Jesucristo” (Prop. cap. I, 1,1).

Os bendigo en nombre del Señor Jesús,

Málaga, Marzo de 1987. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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