DiócesisHomilías

Epifanía del Señor (Catedral-Málaga)

Publicado: 06/01/2012: 4258

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la Epifanía del Señor en la Catedral de Málaga el 6 de enero de 2012.

EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 6 enero 2012)

 

Lecturas: Is 60, 1-6; Ef 3, 2-3.5-6; Mt 2, 1-12.

 

1.- La fiesta de la Epifanía, que hoy celebramos, expresa la manifestación de Dios a todos los pueblos. En la historia de la salvación Dios se ha ido manifestando paulatinamente al hombre de modos diversos: En primer lugar, a través de la creación, mediante la cual el hombre puede llegar a conocer al Creador; posteriormente a través de los personajes bíblicos: patriarcas, profetas, hombres de Dios.

El pueblo de Israel ha podido dialogar con Dios y conocer su voluntad a través de signos: la nube, que guiaba al pueblo judío en su peregrinación hacia la tierra prometida; el maná, alimento divino en el camino del desierto; las tablas de la ley, donde estaban escritos los Mandamientos de Dios, como código de conducta y camino de libertad para el hombre; el arca de la alianza, cuyo pacto era el fundamento de la relación de amor de Dios con su pueblo; el templo, como lugar de encuentro de Israel con Dios.

Al llegar la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios se hace hombre y comienza entonces la etapa definitiva de la manifestación plena de Dios a la humanidad. Dios no habla ya a través de personas humanas o de signos, sino que nos habla por medio de su Hijo, que se hace uno de nosotros. San Pablo nos recuerda en su carta a los Efesios que el Misterio escondido en generaciones pasadas, ahora ha sido revelado (cf. Ef 3, 5).

 

2.- En su nacimiento histórico en la ciudad de Belén de Judá, hace más de dos mil años, Jesús se manifestó primero al pueblo de Israel, representado por José, María y los pastores.

Pero Dios quería revelarse a los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas. El Señor vino para manifestarse a toda la humanidad, representada por los Magos. Estos personajes misteriosos, de que nos hablan los Evangelios, pertenecen a culturas distintas de la de Israel y simbolizan la voluntad salvífica universal de Dios, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (cf. 1 Tim 2, 4).

En esta fiesta de la Epifanía celebramos precisamente la manifestación de Dios a los pueblos gentiles. La humanidad entera está prefigurada en las personas de los Magos. Al llegar a Jerusalén, preguntaron dónde estaba el Rey de los judíos, cuya estrella habían visto desde sus lugares de origen y venían a adorarlo (cf. Mt 2, 1-2); y les indicaron el pequeño pueblo de Belén (cf. Mt 2, 5). La estrella les mostró de nuevo el camino; y al llegar: «Vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron» (Mt 2, 11).

 

3.- Los Magos pudieron conocer el misterio del Nacimiento de Jesús en sus propios lugares de origen. El Señor se nos manifiesta a cada uno en nuestra propia vida, en nuestra familia, en nuestro ambiente, en el lugar y época en que a cada hombre le toca vivir. No es necesario, queridos hermanos, ser paisano o coetáneo de Jesús de Nazaret, para poder conocerle y amarle; los hombres de todos los tiempos, lugares y culturas pueden conocer al Salvador del mundo. La humanidad entera ha sido redimida y ha encontrado el camino de acceso a Dios. Como nos ha dicho san Pablo: «Los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (Ef 3, 6). Nosotros, respecto al pueblo judío, éramos gentiles: de otra religión, de otra cultura, de otra raza y de otra lengua; y hemos podido conocer a Jesucristo, que se nos ha manifestado.

Ningún ser humano queda excluido del plan salvador de Dios. Por eso la Epifanía exige de todos nosotros que seamos testigos gozosos de la obra maravillosa, que Dios ha obrado en nosotros; que colaboremos con el plan de Dios, para facilitar a todo hombre que pueda conocer y amar a Dios; que le pueda reconocer como a su Señor y adorarlo y glorificarlo. La Epifanía, al igual que Pentecostés, es la fiesta de la universalidad o catolicidad de la Iglesia y de su dimensión misionera.

            El misterio revelado en primer término a los más íntimos y cercanos, se abre también a nosotros y a todos los hombres. Contemplando en estas fiestas el misterio del Dios hecho Niño en Belén, sepamos agradecer el don de la fe, que recibimos en nuestro bautismo y estemos dispuestos a dar testimonio de ella.

           

4.- En esta fiesta celebramos las Jornadas del Catequista nativo y del Instituto Español de Misiones Extranjeras. En ellas recordamos con afecto y encomendamos en nuestra oración a los catequistas laicos, que colaboran con los misioneros en la evangelización.

Recordamos también a los sacerdotes diocesanos españoles, quienes, dejando su familia y su patria, colaboran en otras diócesis anunciando el Evangelio.

La mejor manera de agradecer a Dios su manifestación en Jesucristo y el regalo de la fe es rezar por la expansión del Reino de Dios y renovar nuestro compromiso misionero, de manera que la manifestación de Dios, iniciada con la adoración de los Magos, pueda seguir extendiéndose al mundo entero, para que todos los hombres puedan llegar a conocer a Jesucristo.

 

5.- El profeta Isaías nos presenta hoy la imagen del pueblo de Israel, iluminado por la luz y la gloria de Dios, que amanece sobre él: el profeta le dice al pueblo: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido!» (Is 60, 1).

            A la oscuridad de la noche sucede la claridad de la aurora y la luz del nuevo día, simbolizando la luz de Dios, que ilumina con nuevo resplandor la vida del hombre. Dice Isaías: «Mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, pero sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece» (Is 60, 2).

            En estos tiempos, que vivimos, se ciernen nubarrones y tinieblas sobre España, sobre Europa y sobre el mundo entero, en forma de crisis económica, que, en última instancia, se fundamenta en una falta de valores humanos y cristianos; son nubarrones, por tanto, de falta de confianza, de falta de amor, de falta de credibilidad, de falta de fe.

            Ante esta situación el papa Benedicto XVI se pregunta: “¿Dónde está la luz, que pueda iluminar nuestro conocimiento, no sólo con ideas generales, sino con imperativos concretos? ¿Dónde está la fuerza, que lleva hacia lo alto nuestra voluntad? Éstas son preguntas a las que debe responder nuestro anuncio del Evangelio, la nueva evangelización, para que el mensaje llegue a ser acontecimiento, el anuncio se convierta en vida” (Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones de Navidad, 22.12.2011).

 

6.- La fiesta de la Epifanía nos plantea, de modo apremiante, la necesidad de dedicarnos al anuncio del Evangelio entre las personas que aún no conocen a Jesucristo y entre aquellas que, habiéndole conocido, abandonaron la fe o dejaron que languideciera o que se apagara.

Importantes acontecimientos eclesiales nos ponen sobre aviso de la importancia de la actividad misionera. En el próximo mes de octubre del presente año tendrá lugar en el Vaticano una Asamblea general del Sínodo de los Obispos, que abordará el tema de la Evangelización. La institución del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, por parte del papa Benedicto XVI, es signo de la importancia de este tema en la actualidad eclesial.

            La hermosa experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, en 2011, ha sido también un gran estímulo para robustecer la fe en Jesucristo; ha sido una forma concreta de realizar la nueva evangelización.

El Santo Padre, Benedicto XVI, en su Discurso a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones de Navidad, en diciembre de 2011, aborda este tema y resume en varios puntos la dimensión evangelizadora de la Jornada Mundial de la Juventud, comparándola con la adoración de los Magos.

 

7.- Si la adoración de los Magos fue una expresión de la universalidad de la salvación, también la Jornada Mundial de la Juventud ha sido una nueva experiencia de la catolicidad o universalidad de la Iglesia. Estaban presentes jóvenes de todos los continentes, que hablaban lenguas diversas y tenían diferentes hábitos de vida y expresiones culturales; pero todos formaban como una gran familia, unidos por el único Señor Jesucristo, en quien se ha manifestado el misterio del hombre y su verdadero ser, y, a la vez, el rostro mismo de Dios (cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22).

            La presencia y la colaboración de los voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud fue un signo visible y tangible de la felicidad que proporciona la entrega a los demás de la propia y del propio tiempo, sin mirarse a sí mismos de manera egoísta. Los Magos abandonaron las comodidades de sus casas y emprendieron el camino que les llevaría a Jesús.

El encuentro con Jesucristo enciende en nosotros el amor por Dios y por los demás, y nos libera de la búsqueda de nuestro propio “yo”. Una oración atribuida a san Francisco Javier dice: “Hago el bien no porque a cambio entraré en el cielo y ni siquiera porque, de lo contrario, me podrías enviar al infierno. Lo hago porque Tú eres Tú, mi Rey y mi Señor” (cf. Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones de Navidad, 22.12.2011).

Otro elemento en sintonía con la fiesta de los Magos es la actitud de adoración. Miles de jóvenes respondieron con un intenso silencio ante la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, adorándolo; a pesar de las inclemencias del tiempo. Allí adoraron al Señor de los señores como Dios y Salvador del género humano.

Los Magos se llenaron de inmensa alegría al ver de nuevo la estrella, que los guiaba (cf. Mt 2, 10). Otra característica importante en la espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la alegría, que llena el corazón de los jóvenes. Es hermoso y bueno ser una persona humana; es maravilloso ser hijo de Dios y sentirse amado por él. Sin embargo, se puede leer la tristeza interior en muchos rostros humanos. Sólo la fe en Dios me da la certeza de ser amado tal como soy.

            En esta fiesta de la Epifanía, queridos fieles, la liturgia nos anima a vivir la dimensión de universalidad o catolicidad de la fe cristiana, la entrega generosa a los demás, abandonando las propias comodidades, la adoración humilde y confiada ante Dios y la alegría vital de sentirse y de ser hijos de Dios. Pidamos al Señor que nos conceda vivir en estas actitudes, tan hermosas, que la fe nos ofrece.

            ¡Que la Virgen María, que adoró al Señor antes que nadie y se alegró de su nacimiento, nos ayude con su maternal intercesión a vivir con mayor profundidad nuestra fe, que es la fe de la Iglesia, y a dar testimonio de ella, para que todo hombre pueda llegar a conocer y amar a Jesucristo! Amén.

 

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo