Noticia Diario de una adicta (XLVI). Un tema tabú: las salidas Publicado: 17/02/2017: 4822 Todas las ilusiones de seguir el programa sufrían un frenazo cuando mi hermano o mi madre me insinuaban que saliéramos a dar un paseo. Me quedaba como paralizada. Es que no lo podía ni pensar. El corazón se me aceleraba e incluso sentía una especie de opresión en el pecho. Durante unos días estuve analizando las razones y, la verdad, el pánico me contaminaba cualquier razonamiento. No pensaba en Roberto o Juan o alguna compañera que en ocasiones me la jugaba con algún cotilleo, sino simplemente con la idea, sin necesidad de poner rostro alguno. ¡Estaba tan bien en mi casa! Yo sabía y sé, que antes o después me tengo que enfrentar a la sociedad, sólo pido tiempo para analizar y asumir consecuencias. Ahora estoy como en carne viva y sólo deseo mimos y sonrisas. En la calle me veo vulnerable a una mirada, un gesto o una actitud, aunque sean de desconocidos. Y es que tengo miedo, pero como una sensación general que no puedo concretar. Desde el fortín de mi casa, sí que visualizo a los que hicieron daño, sobre todo afectivo, muy lejos de mi realidad. No próximos a mí. Por eso, estoy ejercitándome con la imaginación en encontrarme con ellos en mi terreno, o sea, en mi casa donde tan segura me encuentro y ya he conseguido visualizar escenas y situaciones: no he tenido taquicardia ni ninguna sensación de angustia, pero basta que imagine la escena en otro contexto, para que se desencadena el nerviosismo. Por lo menos ya he descubierto cómo afrontar en la mente esa obsesión de miedo. El médico me ha informado que ese tema se va a dejar para más adelante: –Paula, por ahora lo vamos a dejar aparcado. Cuando concretemos sus causas lo abordaremos, pero con el trabajo previo y el control sobre los ejercicios de relajación, para tener las máximas garantías de vencer esa fobia. No te preocupes de esto y vamos a seguir con lo demás. Ya he subido con mi madre a la azotea, aunque ha sido por la mañana en que prácticamente casi no hay vecinos. Me he sentido muy libre, pero pegada a mi madre, y he disfrutado de un ratito mirando el cielo. Una noche lo hice con mi hermano, como cuando éramos pequeños, y nos pasamos mas de dos horas casi en silencio y contemplando las estrellas. ¡Qué gozada! Apenas pude pensar, sólo mirar, y dejar que la belleza del cielo, penetrara por mi vista y anegara mi mente. ¿Cuánto tiempo hacía que no miraba al cielo? A los pocos días, y estimulada por esas pequeñas excursiones protegidas, decidí salir con mi madre y hermano a comprar unas cosas al lado de la casa. Soy consciente que tengo que alcanzar mi autonomía. Era muy cerca, pero a los pocos minutos el corazón se me iba a salir. Mi hermano me cogió de una mano y mi madre de otra, pero la idea de encontrarme a alguno o alguna de la antigua camada, me hizo pasar un mal rato. La vuelta la hice tensa y alerta, en situación de lucha y estresada, y con la amenaza de que se desencadenara la tormenta. La verdad es que esas crisis, cada vez son menos frecuentes, pero la dificultad es cuando surgen espontáneamente, y entonces, antes que se me cierren todas las puertas, me refugio en mí misma, en un espacio que ocupo con los recuerdos felices de mi niñez y que depositan una suave brisa en mi alma.