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Entrega de la Medalla Pro-Ecclesia Malacitana a la Sra. Isabel Miguel Sánchez (Parr. Sta. María de la Amargura-Málaga)

Publicado: 18/09/2016: 3378

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la entrega de la Medalla Pro-Ecclesia Malacitana a la Sra. Isabel Miguel Sánchez (Parr. Sta. María de la Amargura-Málaga) celebrada el 18 de septiembre de 2016.

ENTREGA LA MEDALLA “PRO ECCLESIA MALACITANA”

A LA SRA. ISABEL MIGUEL SÁNCHEZ

(Parroquia de Santa María de la Amargura-Málaga, 18 septiembre 2016)

Lecturas: Am 8,4-7; Sal 112,1-2.4-8; 1 Tm 2,1-8; Lc 16,1-13.

(Domingo Ordinario XXV-C)

1.- Orar por toda la humanidad

La Eucaristía es siempre una acción de gracias, porque se realiza en este sacramento la salvación de Dios; pero hoy queremos dar gracias a Dios de modo especial por habernos regalado la presencia, la colaboración, la generosa entrega de nuestra hermana “Isabelita”; queremos reconocer la dedicación que ella ha hecho por la parroquia. Al final de la celebración le concederemos la Medalla “Pro Ecclesia Malacitana”, que es un reconocimiento de la Iglesia particular de Málaga.

El apóstol Pablo pide en su carta a Timoteo que «se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto» (1 Tm 2,1-2).

Como bien sabemos, hay una tendencia de los ciudadanos a hacer crítica, no siempre constructiva, de los responsables de la marcha de la sociedad. Lo estamos experimentando sobre todo en estos momentos políticos en España de “falta de gobierno”. La tendencia de la sociedad es criticar y denostar a quienes tienen autoridad.

Los cristianos somos diferentes; el Maestro de Nazaret nos enseñó incluso a amar a nuestros enemigos y a rezar por quienes nos persiguen (cf. Mt 5, 44). Al inicio del curso, la Palabra de Dios nos llama a la oración de intercesión por todas las personas que tienen responsabilidad en la marcha de la sociedad.

Orar no significa identificarse con las ideas de aquellos por los que rezamos, o compartir las ideologías imperantes, que pueden ir contra la doctrina cristiana; tampoco significa carecer de criterio propio.

La oración es una posibilidad de ejercer los talentos con sagacidad y de saber ser solidarios con justicia. La oración repercute no sólo en el don de la paz y de la convivencia, sino en la capacidad para obrar según el deseo de Dios.

La oración es una manera de poder ejercer las libertades; y la libertad más importante y fundamental es la “libertad religiosa”. Cuando se pisotea o se anula esta libertad, automáticamente caen el resto de libertades. No todos los gobiernos permiten o favorecen la libertad religiosa; aunque así fuera, el Señor nos pide que recemos por esos gobernantes.

Lo oración no es un descargo de la responsabilidad en las manos del Señor, sino un ejercicio de pureza de corazón, de honestidad, de bien hacer.

2.- Dios quiere que todos los hombres se salven

En su primera carta a Timoteo insiste el apóstol Pablo en la voluntad salvífica universal de Dios, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4). ¿Quién es la Verdad? Jesucristo; por tanto, Dios quiere que todos los hombres conozcan a Jesucristo.

Hemos de tratar a todas las personas como hermanos y ofrecerles lo mejor que tenemos; es decir, la fe, el amor de Dios y la esperanza cristiana. El don de la fe, de la esperanza y del amor, son las virtudes teologales que nos sitúan en la vida de Dios; solo desde ahí podemos encontrar el sentido a nuestra vida y los criterios de actuación.

No puede quedar excluido nadie; ni siquiera los que se oponen a la libertad religiosa o demuestran una actitud contraria a la fe cristiana. Puede que nos resulte difícil tratarlos como hermanos nuestros, dado que nuestro corazón está herido por el pecado.

También son destinatarios de la misma salvación todos aquellos que profesan otras religiones, otros credos y los que se declaran ateos. Los fieles cristianos, con gran respeto a la libertad, podéis presentar a Jesucristo a todas las personas. Los cristianos somos destinatarios de la salvación de Dios y, al mismo tiempo, pregoneros de esa salvación, que ya se nos ha ofrecido en Cristo. La salvación no se gana haciendo obras buenas; sino que es un regalo del Señor.

Jesucristo es el único salvador y mediador, que ofreció su vida en rescate por toda la humanidad (cf. 1 Tm 2,5-6). Hacemos un buen servicio al ofrecer nuestra fe a quien no participa de la misma.

3.- Heraldos y apóstoles

Hemos sido constituidos “heraldos” y “apóstoles” del Evangelio al estilo de Pablo (cf. 1 Tm 2,7). Heraldo es el que pregona; y apóstol es el enviado. Pero lo que se anuncia es el evangelio, no las propias ideas. Y se hace en la Iglesia y a través de ella. Así lo ha querido Jesús; nuestro pregón o anuncio lo hacemos en cuanto enviados.

El papa Francisco nos recuerda que “en virtud del bautismo recibido, cada miembro del pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 120).

Todo cristiano bautizado tiene la misión de anunciar el evangelio y ser testigos de Jesucristo. Para ello no es necesario tener muchos títulos, aunque es necesario formarse en la fe para poder explicar lo que creemos. Os animo a formaros, a frecuentar las escuelas teológicas. Pero para ser anunciador y testigo es suficiente tener fe y vivir la experiencia del encuentro con Cristo y de haber recibido su salvación. Para eso no haría falta saber ni leer ni escribir. Algunos catequistas se encuentran molestos cuando los niños no saber leer ni escribir y desean tener unos materiales para hacer mejor su tarea. Pero, para ser padre cristiano o catequista solo es necesario vivir la fe y ser testigo de la misma. El catequista en un narrador de su experiencia de fe.

La evangelización no se lleva a cabo por actores cualificados, quedando el resto del pueblo fiel con los brazos cruzados. El anuncio del Evangelio no corresponde solo a los padres, a los sacerdotes, a los religiosos, a los catequistas y a los profesores de religión.

Queridos fieles cristianos, tenéis una hermosa tarea imbricada en vuestra vida. La fe debe estar unida a la vida. Es inseparable la docencia de cualquier materia o disciplina académica del testimonio de fe personal. Ningún cristiano está exento de su compromiso bautismal evangelizador.

Para ello solo es necesario haber hecho experiencia del amor de Dios que salva; no se necesitan muchos medios, ni mucha preparación. Naturalmente, es muy importante la formación en la fe y el conocimiento de las verdades reveladas; pero lo realmente esencial es el testimonio personal.

Agradezco a todos los que habéis asumido alguna tarea en la parroquia para este año vuestra colaboración. Una parroquia la forman todos los feligreses.

4.- Ser administradores sagaces

Con la parábola del administrador injusto y sin escrúpulos, que nos ofrece hoy el Evangelio (cf. Lc 16,1-13), Jesús nos invita a ser astutos y saber calcular para hacer obras buenas. No nos anima a ser deshonestos e injustos.

Quiere suscitar en nosotros una actitud positiva y animosa. No nos podemos desanimar por las circunstancias; debemos buscar soluciones; hemos de poner a prueba nuestro ingenio y nuestras facultades para encontrar nuevos caminos en la tarea evangelizadora.

Hemos de ser astutos y sagaces para hacer bien las cosas: la liturgia, el testimonio, la catequesis, la ayuda caritativa, ser justos en los temas sociales, no defraudar la ley, temas educativos.

La pobreza se manifiesta de muchas maneras: falta de recursos para vivir, falta de instrucción, falta de fe, falta de afecto, falta de honor, falta de reconocimiento. Estemos avispados para descubrir todas esas pobrezas y tratemos de remediarlas.

Agradecemos a Isabelita su dedicación generosa y desinteresada al servicio de la comunidad parroquial de Santa María de la Amargura. Y damos gracias a Dios por el regalo de su vida y de su presencia aquí durante tantos años.

Pedimos a la Santa María de la Victoria su protección maternal y su intercesión para ser buenos evangelizadores y sagaces buscadores de verdaderas soluciones en las dificultades. Amén.

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