Su primer destino pastoral está vinculado con Palomares del Río (Sevilla). Allí viviría una experiencia que marcaría su vida y que él mismo describe: «Fui derecho al Sagrario de la restaurada iglesia, y ¡qué Sagrario! (…) Allí de rodillas mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba, (…) posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio: lo triste del “no había para ellos posada en Belén”, lo triste de aquellas palabras del mendigo Lázaro pidiendo las migajas sobrantes de la mesa de Epulón, lo triste de la traición de Judas, de la negación de Pedro, de la bofetada del soldado, de los salivazos del pretorio, del abandono de todos».

Para acompañar a Jesús en el Sagrario promovió diversas asociaciones como las Marías de los Sagrarios y las Misioneras Eucarísticas de Nazaret. Su amor por la Eucaristía, le valió el sobrenombre de «el obispo del Sagrario abandonado».