Estamos en las vísperas de la Pasión. Jesús va a casa de sus amigos en Betania. Le ofrecen
la cena y, en ese momento, María vuelve a tener un gesto de contemplación. Toma una libra de perfume de nardo auténtico, que seguramente habría conseguido con mucho esfuerzo, y le unge los pies a Jesús, enjugándoselo con su cabellera. La casa se llenó de la fragancia del perfume.

Judas interviene recriminando el gasto, afirmando que se podía haber vendido el perfume y entregado el dinero a los pobres. Juan afirma que no es que le preocuparan los pobres, sino que era ladrón y, al llevar la caja del dinero, se quedaba con lo que ponían en ella.

La respuesta de Jesús entraña una gran verdad: “los pobres los tenéis siempre con vosotros”. Los seguimos teniendo en nuestros pueblos y ciudades y, quizás ahora, más a causa del paro generado por la situación de pandemia que estamos sufriendo. ¿Los vemos? ¿Somos conscientes de esta realidad? A muchos de ellos no llegamos a percibirlos por la cultura de la indiferencia en la que estamos inmersos. No olvidemos que, en el día del juicio, seremos juzgados por nuestra relación con los pobres.

En estos días de Cuaresma Jesús también sale a mi encuentro porque soy su amigo. Desea sentarse a mi mesa, partir el pan y hablar conmigo. ¿Le abriremos nuestra puerta? ¿Le ofreceremos el perfume de nuestro amor, de nuestras buenas obras y entrega a los más pobres?