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Fiesta de la Anunciación del Señor (Catedral-Málaga)

Publicado: 25/03/2010: 1615

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 25 marzo 2010)

Lecturas: Is 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38.

El ‘sí’ de Dios y el ‘sí’ de María

1. Un saludo especial al Cabildo catedralicio, que cuida con esmero esta Sede episcopal, a todos los demás concelebrantes y ministros del altar y a todos los fieles presentes, que os unís a la Fiesta litúrgica de nuestra Catedral, en la solemnidad de la Anunciación.

El ángel Gabriel, como hemos escuchado en el Evangelio de Lucas, es enviado por Dios a una Virgen de Nazaret, de nombre María, y se dirige a ella con el saludo «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28).

Este misterioso mensajero divino trae una buena nueva, que inunda el alma de la joven. Con particular emoción escuchamos hoy estas palabras en la fiesta de nuestra Catedral malagueña, dedicada a la Anunciación a María.

En este encuentro entre el ángel y María se manifiesta de modo excelente el inicio de una doble misión. Por una parte, el Verbo eterno de Dios quiere encarnarse, para vivir entre los hombres y salvarlos; por otra, un ser humano, mujer por más señas, acepta el reto de la maternidad divina.

La Anunciación es una fiesta litúrgica conjunta de Cristo y de la Virgen. El Verbo se hace Hijo de María y la Virgen se convierte en Madre de Dios. Se celebra, al mismo tiempo, el ‘sí’ salvador del Verbo encarnado y el ‘sí’ generoso de la nueva Eva, virgen fiel y obediente.

Ambos aceptan su propia misión; ambos son enviados a desempeñar una determinada acción en favor de la humanidad. El Verbo de Dios, Jesucristo, asume desde ese momento la misión que le encarga su Padre: salvar a la humanidad del pecado y de la muerte. Dios quiere mandar a su eterno Hijo, para dar al hombre la vida y la filiación divinas, la gracia y la verdad.

La Virgen María, por su parte, asume la responsabilidad de cuidar del Hijo de Dios, que es también hijo suyo.

2. Los dos pronuncian un ‘sí’ de aceptación de la misión que se les confía. María escucha les palabras pronunciadas por boca de Gabriel: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 30-31). Ella, con humildad y sencillez responde: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

A partir de entonces el Hijo de Dios, consustancial al Padre, se hace carne humana en el seno de la Virgen; el Verbo eterno entra en la historia humana. La misión del Hijo comienza en aquel mismo momento en Nazaret.

El ‘sí’ de Dios inicia en Jesucristo una nueva etapa para la historia de la humanidad. Todo cambiará radicalmente a partir de ese momento: el hombre será rescatado de las garras del abismo; el ser humano será divinizado y hecho hijo de Dios. Toda esa maravilla se realizará gracias al ‘sí’ de María la Virgen.

En esta entrañable fiesta de la Anunciación, Jesús y su Madre nos invitan a unir nuestro ‘sí’ al suyo. Unidos a María aceptemos la presencia de Dios en nuestras vidas, como Ella lo aceptó; pronunciemos nuestro ‘sí’ a la invitación divina de vivir como hijos de Dios.

La Virgen, nuestra Madre, quiere vernos junto a Ella, gozando de la presencia salvadora de Dios. Los cristianos no podemos ser meros espectadores del acontecimiento de la Encarnación. Los malagueños, que tenemos nuestra Catedral dedicada a la Virgen de la Anunciación, hemos de implicarnos, por nuestro propio bien, en el misterio de la salvación que Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de María, ha venido a traernos. ¡Que la Virgen nos ayude a dar una respuesta positiva y gozosa!

2. El respeto a la vida humana

3. María, con su ‘sí’ a Dios, nos ha enseñado también a respetar la vida humana desde el primer momento de su concepción.

Inmersos en una “cultura de la muerte” los cristianos queremos anunciar el Evangelio de la vida. Somos defensores de la vida humana en todas sus fases y etapas, porque la vida humana es un don de Dios, del que sólo él es dueño y Señor; ningún ser humano tiene derecho sobre la vida de otro. El hombre, además, ha sido creado a imagen y semejanza divina (cf. Gn 1, 26-27).

Desde esta convicción la Conferencia Episcopal Española decidió instituir, en el año 2007, una Jornada específica por la Vida, a celebrar todos los años el día 25 de marzo, fiesta litúrgica de la Encarnación del Señor, cuyo misterio nos invita a considerar la grandeza y dignidad de la vida humana, ya que el Hijo de Dios comenzó su vida en la tierra en el seno de una mujer, María. Este misterio nos recuerda que la vida humana tiene un valor sagrado, que todos debemos reconocer, respetar y promover, porque es un don de Dios.

Hoy celebramos la Jornada por la Vida con el lema: “¡Es mi vida… Está en tus manos!”. La Conferencia Episcopal ha puesto en marcha una nueva modalidad de esta campaña de comunicación con el slogan “Es un tú en ti”, dirigida especialmente a los jóvenes.

Esta Jornada es una invitación a proclamar el valor sagrado de toda vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural. Es sobre todo una invitación a orar también por la vida.

Los obispos españoles deseamos sensibilizar a los católicos y ayudar a nuestros conciudadanos a no sucumbir al drama del aborto, que está siendo apoyado en nombre de un falso progreso y de una mal entendida libertad de la mujer.

4. El pasado 4 de marzo el “Boletín Oficial del Estado” publicaba la llamada Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, que, en realidad, no es otra cosa que una liberalización del aborto, presentado como un derecho de la mujer, pero sin respetar los más elementales derechos del hijo, que lleva en sus entrañas.

El Papa Juan Pablo II dijo, tal día como hoy, un 25 de marzo de 1995: “Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia” (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 73).

La despenalización legal de un acto moral intrínsecamente malo no significa que dicho acto sea moralmente aceptable. El aborto, sea legal o no, sigue siendo un acto inmoral, que no es signo de progreso sino de regresión. Es más bien un “crimen abominable”, como lo calificó el  Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 51).

Aunque aparezcan leyes que vayan contra la vida humana, nosotros, los cristianos, defenderemos siempre la dignidad de la persona y predicaremos el Evangelio de la vida. Ésta exige respeto por parte de todos.

3. La liturgia en lengua latina

5. Deseo, finalmente, explicar por qué hoy celebramos la Eucaristía en lengua latina.

Haciendo un poco de historia, recordamos que la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén celebró muy probablemente su liturgia en lengua aramea: la que hablaba familiarmente Jesús; quizá sólo la Sagrada Escritura se leía en la lengua original hebrea, en la que fue escrita.

La difusión del cristianismo en las otras ciudades del imperio romano y la destrucción de Jerusalén (año 70) impulsaron en la liturgia el uso del griego llamado “koiné”, conocido en todo el imperio. Durante unos dos siglos, también en la misma Roma, se celebraba prevalentemente en griego, en la lengua en que se formó el Nuevo Testamento.

El papa Víctor I († 203) introdujo, a finales del siglo II, en su pontificado el latín en Roma; de este modo la liturgia romana se convirtió en bilingüe: griego y latín. A mediados del siglo III se produjo un cambio de lengua en favor del latín, que se desarrolló sobre todo en África, siendo Tertuliano, Minucio Félix y San Cipriano sus representantes principales. A partir de entonces la correspondencia de los Obispos de Roma tiene lugar en latín, también porque se va reduciendo el influjo de Oriente.

Los cristianos de los siglos III y IV conocen cada vez menos el griego, hasta que éste desaparece casi por completo. La latinización de la lengua litúrgica es progresiva y lenta, llevando consigo primeramente un régi­men de coexistencia bilingüe con el griego. Durante el pontificado del papa español San Dámaso I (366-384) se hace un trasvase definitivo del griego al latín.

El Concilio de Trento (s. XVI) tuvo que afrontar el tema del uso de las lenguas vulgares desde el punto de vista doctrinal, teniendo presente la postura de los protestantes.

El Concilio Vaticano II (s. XX), en cambio, afrontó la cuestión del uso de las lenguas vernáculas, situándose en el plano pastoral: “Como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los sacramentos y en otras partes de la liturgia se le podrá dar mayor cabida, ante todo en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos” (Sacrosanctum Concilium, 36). Con ello se autoriza que la liturgia pueda celebrarse en la lengua vernácula de cada país o región, en razón del mejor servicio al pueblo de Dios; pero manteniendo el uso de la lengua latina.

6. Celebrar hoy la Misa en latín en la Catedral no obedece, pues, a ninguna regresión, ni a posiciones retrógradas, ni a una moda pasada o actual, ni a petición de grupo alguno. No tiene que ver tampoco con el uso de la forma extraordinaria de la llamada Misa de San Pío V o “Misa tridentina”, reformada por el Beato Papa Juan XXIII en 1962, mediante la constitución apostólica Veterum sapientia, y reglamentada por el ‘motu proprio’ Summorum Pontificum del actual Papa Benedicto XVI en el año 2007.

Se trata simplemente, queridos hermanos, de recuperar la lengua propia de nuestro rito latino, cuyo uso nunca ha sido abrogado, sino que más bien el Concilio pidió que no desapareciera. Son muchas las diócesis en las que se mantiene el uso del latín, sobre todo en la liturgia eucarística. Nuestro Cabildo-Catedral tenía ya decidido recuperar esta práctica, que ahora quiere asumir de manera periódica. Damos gracias a Dios de poder recuperar y mantener el uso del latín en la liturgia, que tal vez no debió haberse perdido.

Hay una razón más a favor: como ha dicho el Papa Benedicto XVI, hay que tener en cuenta las celebraciones que tienen lugar durante encuentros internacionales, cada vez más frecuentes. De este modo se expresa mejor la unidad y la universalidad de la Iglesia (cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 62).

Pedimos a la Virgen de la Anunciación que nos ayude a vivir con alegría la presencia de Dios en nuestras vidas. ¡Que sepamos, como Ella, decir nuestro ‘sí’ a la voluntad divina! ¡Que la Madre del Salvador interceda por nosotros, para poder celebrar una fructuosa Pascua! Amén.

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