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Evangelización: del negro al color, con la ayuda del Espíritu

Publicado: 21/05/2015: 9717

En la fiesta de Pentecostés, el sacerdote malagueño Alfonso Crespo reflexiona sobre la importancia del Espíritu en la Iglesia desde el pensamiento del papa Francisco recogido en la Exhortación Apostólica “Evangelii gaudium”

«¡Ojalá el mundo actual, que busca a veces con angustia, a veces con esperanza, pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo!» (EG 10).

Así lo anhela el papa Francisco pero ¿dónde encontrar la fuerza para cumplir este deseo? A este sueño pastoral dedica su Exhortación “La alegría del Evangelio”.

No hay evangelización si no hay Pentecostés. La Iglesia nace, vive, crece y evangeliza animada por el Espíritu. él es el “dador de vida”, motor de la “nueva evangelización”.

Retrato en negro de una evangelización "sin Espíritu"

El olvido del Espíritu trae graves consecuencias para la evangelización: 

Sin el Espíritu, Cristo se queda en un personaje del pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia pura organización, valorada como una ONG eficiente.

Sin el Espíritu, la pastoral se convierte en actividad profesional, ocupación del tiempo libre; la evangelización se transforma en propaganda religiosa; la acción caritativa en servicio social valorado y, a veces, utilizado contra “otra Iglesia que simplemente catequiza y celebra”.

Sin el Espíritu, las puertas de la Iglesia se blindan y se flanquean con carnet de socio; la liturgia se congela en “ceremonias distantes”; los carismas languidecen por inanición; la esperanza es reemplazada por el instinto de conservación, que nos paraliza.

Sin el Espíritu, se produce un divorcio entre teología y espiritualidad; la catequesis se hace adoctrinamiento; la normas morales en cargas pesadas; la vida de la Iglesia se apaga en la mediocridad y en la autodefensa ante las malas noticias.

Sin el Espíritu, nuestro apostolado no es ardiente e inquieto, sino “nervioso y destructivo”: cuando sólo miramos nuestras fuerzas, esta sensación de “no poder llegar a todo” hace que perdamos la paz y caigamos en un “nerviosismo pastoral” que pasa factura.

Una evangelización así, no trasmite ni comunica la belleza y bondad del Evangelio. Así no evangelizó Cristo, el “primer y único evangelizador”; así no evangelizó Pablo, maestro de nuevos evangelizadores. Una evangelización así, no entusiasma a nadie; y, por supuesto, repele a los más jóvenes, tan necesitados de descubrir un Maestro de vida que enseñe el camino y la verdad.

Fotografía en color de una evangelización "con Espíritu"

Francisco expresa un sueño: «¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa
evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!

Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que él es el alma de la Iglesia evangelizadora» (EG 261). En el capítulo V de la Exhortación, Francisco ofrece “motivaciones” para la nueva evangelización: 

Con el Espíritu, el evangelizador evita una doble tentación: refugiarse en propuestas místicas y evasivas sin un compromiso social, o bien implicarse en simples discursos sociales y de compromiso sin una espiritualidad que transforme el corazón (EG 262). El Espíritu crea un “espacio interior” que otorga sentido cristiano al compromiso.

Con el Espíritu, no hay tiempos difíciles sino diferentes. Recordemos a los primeros cristianos. Incluso en nuestro siglo de oro, santa Teresa hablaba ya de “tiempos recios”. Dice Francisco: «no digamos que hoy es más difícil, es distinto» (EG 263).

Con el Espíritu, descubrimos la primera motivación para evangelizar que «es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por él que nos mueve a amarlo siempre más». Se trata del encuentro con la Persona de Cristo que Benedicto y Francisco ponen
como cimiento de la vida espiritual y la evangelización (EG 7).

Con el Espíritu, gozamos de la pasión por ser pueblo: «la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo» (EG 268). Hoy, el evangelizador se acerca como buen samaritano a las heridas del hombre, como buen pastor que busca la oveja perdida, como maestro que mira con cariño al posible discípulo (EG 269-274).

Con el Espíritu, resplandece luminosa la presencia del Resucitado y su acción misteriosa en los corazones de los hombres: «Si pensamos que las cosas no van a cambiar, recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive. De otro modo, ‘si Cristo no resucitó, nuestra predicación está vacía’ (1 Co 15,14)» (EG 275-278).

Con el Espíritu, nuestra debilidad se convierte en fuerza: «no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde él quiera. él sabe bien lo que hace falta en cada época
y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos!» (EG 280).

Con el Espíritu, el evangelizador intercede ante Dios, ora con “rostros concretos”. Dice Francisco: «el corazón de Dios se conmueve por la intercesión, pero en realidad él siempre nos gana de mano, y lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo» (EG 283). 

Con el Espíritu, en medio del pueblo siempre está María: «Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización» (EG 284). 

Pedimos a María, “regalo de Jesús a su pueblo”, que acompañe y aliente la evangelización con Espíritu, misericordia y ternura, que sueña el papa Francisco.

Alfonso Crespo

Párroco de San Pedro Apóstol de Málaga

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