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Santa María Madre de Dios (Catedral-Málaga)

Publicado: 01/01/2012: 4048

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de Santa María Madre de Dios en la Catedral de Málaga el 1 de enero de 2012.

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
(Catedral-Málaga, 1 enero 2012)

Lecturas: Nm 6, 22-27; Sal 66; Ga 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

Constructores de la Paz

1.- Estamos celebrando el octavo día después de la Navidad, que tiene en la liturgia y en el derecho de Israel, un significado preciso: Es el día de la circuncisión y de la imposición del nombre: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús» (Lc 2, 21). Se trata del día de la aceptación legal de un miembro en la comunidad de Israel. 
    El nacimiento biológico de un ser humano es el inicio de su nacimiento como persona; necesita posteriormente integrarse en la comunidad, que lo acoge. El hombre, además de lo “biológico”, que lo sustenta, es “espíritu” y necesita de otras personas, que lo reciban y acojan; necesita de una familia, una comunidad, una sociedad, un lenguaje, una cultura, una historia.
    El día octavo en la vida de Jesús significa que él entró a formar parte de su pueblo; comenzó a participar en la Alianza de Dios con Israel, en las promesas hechas a los antiguos padres y en la responsabilidad de aceptar la Ley mosaica. Jesucristo entrando en el tiempo, nació bajo la Ley: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4, 4). 
El octavo día es asimismo el día de la creación y el día del bautismo; se trata de una vida nueva, de un nuevo nacimiento. Y esta nueva creación está orientada hacia la resurrección, de manera que el día octavo se convierte en el símbolo del bautismo y de la esperanza cristiana, que significa la resurrección. 
La vida del recién nacido, el Niño de Belén, es más fuerte que la muerte. Nuestra vida temporal, unida a él, se llena de esperanza, porque el Amor eterno ha entrado en la historia y ha hecho posible la vida eterna. De este modo la bendición de Dios se derrama sobre todo hombre, porque el Hijo de Dios asume nuestra historia y la conduce hacia Dios. 

2.- Los israelitas bendecían a sus hijos, según la manera en que Dios le había comunicado a Moisés: «El Señor te bendiga y te guarde; ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). 
    Esta fórmula de bendición, importante en la piedad judía, posee un estilo arcaico y conciso, siendo muy citada en el Antiguo Testamento y en la literatura del Qûmran. 
Se implora la bendición divina, para que el Señor conceda abundantes cosechas, ganados y éxitos en las empresas (Dt 28, 2-14); para que Dios ilumine su rostro sobre el hombre (cf. Pro 16, 15), indicando que le muestra su favor y le concede el bien y la vida (cf. Sal 31, 17; 80, 4.8.20).
    Con esta bendición Dios concede la paz; este término es muy rico en la lengua hebrea, difícil de traducir a las lenguas modernas. Indica la idea de perfección o de totalidad: Bienestar, prosperidad material y espiritual, tanto a nivel individual como colectivo. La paz aquí no se opone a la guerra solamente, sino a todo lo que puede perjudicar el bienestar humano y las buenas relaciones de los hombres entre sí y con Dios.

3.- En este primer día del año nuevo pedimos al Señor que nos bendiga, concediéndonos su Paz. Hoy celebramos la Jornada de la Paz. El lema que el papa Benedicto XVI ha elegido en su Mensaje para la Jornada de este año 2012 es: “Educar a los jóvenes en la justicia y la paz”.
El Santo Padre nos invita a comenzar el año 2012 con una actitud de confianza, a pesar de la situación de crisis, que agobia a la sociedad; una crisis cuyas raíces son, sobre todo, culturales y antropológicas, como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver la luz del día (cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada de la Paz 2012, 1).
El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y alberga en su corazón una sed de infinito y de verdad; puede reconocer la vida como don y descubrir la propia dignidad y la inviolabilidad de toda persona. Es necesario educar en este sentido; por eso el Papa nos dice que “la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada de la Paz 2012, 3). Esta educación es la que el Papa pide en su Mensaje que se ofrezca a los jóvenes.

4.- Los cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera paz: Dios ha reconciliado consigo al mundo en Jesucristo y ha destruido las barreras, que nos separaban a unos de otros (cf. Ef 2, 14-18); en Cristo hay una única familia humana reconciliada en el amor. 
La paz es, por tanto y, ante todo, don de Dios. Pero esta paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se debe construir. En el Sermón de la Montaña el Maestro nos dice: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios», (Mt 5,9). Es una tarea que ningún cristiano puede eludir; trabajar por la paz es colaborar en la implantación del Reino de los cielos.
    Por eso es necesario educar para la paz; así nos lo recuerda el papa Benedicto XVI en su mensaje: “Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada de la Paz 2012, 5). 

5.- Lo que el Papa aplica a los jóvenes, podemos asumirlo cada uno de nosotros: “No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada de la Paz 2012, 6). 
    La Iglesia celebra hoy la maternidad de la Santísima Virgen María, Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es la Paz verdadera, que reconcilia a la humanidad con el Padre (cf. Rm 5, 10). Ser adiestrado para la paz significa ser instruido en la fe de Jesucristo. Contemplando al Príncipe de la Paz, Jesucristo, agradecemos su presencia en este mundo, para reconciliarnos con Dios y con los hermanos. 
Seamos constructores de la paz, esforzándonos en ofrecer a nuestra sociedad un rostro más humano y más fraterno, aportando lo mejor de cada uno y compartiendo el gran don de la fe y del amor cristiano.
En este primer día del Año Nuevo pedimos la intercesión de María, Madre del Señor, para mantener la esperanza de una paz verdadera, que proviene de Dios. Amén.
 

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