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Funeral de Dª Julia Manteca Rey, profesora del Centro de Estudios Teológicos (Cementerio-Málaga).

Publicado: 18/05/2024: 340

Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía con motivo del Funeral de Dª Julia Manteca Rey, profesora del Centro de Estudios Teológicos (Cementerio-Málaga).

FUNERAL DE Dª JULIA MANTECA REY
PROFESORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS TEOLÓGICOS

(Cementerio-Málaga, 18 mayo 2024)
 

Lecturas: Hch 28, 16-20.30-31; Sal 10, 4-5.7; Jn 21, 20-25.

1.- Testimonio de Pablo en Roma

En el tiempo pascual la liturgia nos ha ofrecido la vida del apóstol Pablo, que ha hecho su recorrido desde su encuentro con el Señor resucitado en el camino de Damasco, que le cambió radicalmente su vida.

Él dio testimonio de la fe en Jerusalén y en otros pueblos y regiones donde no había sido predicado el Evangelio; y, finalmente, su testimonio le llevó a Roma, donde convocó a los judíos principales y les dijo: «Yo, hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las tradiciones de nuestros padres, fui entregado en Jerusalén como prisionero en manos de los romanos» (Hch 28, 17). Sin pretenderlo Pablo se encuentra encarcelado por su fe en Cristo resucitado.

Los judíos no entendieron su actitud y pensaban que era un traidor del judaísmo. A veces se nos acusa a los cristianos de ir contra las modas y los criterios del mundo; por eso solemos nadar contra corriente. Esto lo debemos asumir como algo propio de nuestra misión.

Pablo permaneció en Roma «un bienio completo en una casa alquilada, recibiendo a todos los que acudían a verlo» (Hch 28, 30), «predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos» (Hch 28, 31); y esto lo hizo hasta el final, dando testimonio de su fe con la muerte.

A ejemplo de Pablo, el Señor nos pide que aceptemos la misión que nos confía a cada uno y que realicemos el camino que nos marca cada día, sin saber muchas veces qué nos deparará el mañana.

Así le ha ocurrido a nuestra hermana Julia, que ha ido viviendo cada etapa de su vida fiándose de Dios. Cuando la diócesis le pidió que se especializara en Historia de la Iglesia, lo aceptó como una tarea que jamás había pensado; y eso marcó su vida.

2.- Contemplar el rostro del Señor

Ahora el Señor la ha llamado a su reino de inmortalidad y de paz. Como dice el Salmo: «El Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo; sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres» (Sal 10, 4).

Dios nos observa, nos dirige, nos anima y nos invita a recorrer el camino sin obligarnos, ofreciéndonos la posibilidad; pero depende de nosotros seguir su voluntad.

Desde el cielo Dios nos ama, nos observa, nos guía y quiere compartir con nosotros su amor eterno, mostrándonos su verdadero rostro sin vendas en los ojos, para contemplarle cara a cara: «El Señor es justo y ama la

justicia: los buenos verán su rostro» (Sal 10, 7). Ese es el regalo que ahora el Señor le regala a nuestra hermana Julia; ella puede contemplarlo cara a cara, sin vendas en los ojos y sin tinieblas.

Hoy pedimos por ella, para que el Señor la acoja y pueda vivir lo que siempre deseó.

3.- Ser discípulos del único Maestro

Según el evangelio de hoy el apóstol Pedro le preguntó un día a Jesús qué pasaría con Juan (cf. Jn 21, 21), el discípulo amado. Jesús le contestó: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme» (Jn 21, 22).

A veces preguntamos por los demás, sin detenernos en la misión que Dios nos confía a cada cual.

La respuesta de Jesús a Pedro es clara: «Tú sígueme» (Jn 21, 22); no te importe lo que hago con los demás. A nosotros nos toca solo responder a la llamada del Señor; aunque a otros les pida el Señor otras cosas. Pero no debemos mirarnos unos a otros como si nuestra vida dependiera de lo que hacen los otros. Nuestra vida depende de la voluntad del Señor.

Solemos programar nuestra vida desde los propios deseos, criterios y planes; pero el Señor los puede desbaratar y hacer saltar por los aires, como sucedió con la Virgen María y con tantos santos. El Señor nos pide que le sigamos; y el seguimiento es personal, aunque caminemos sinodalmente en comunidad; pero nuestra respuesta a Dios es personal y no podemos excusarnos.

4.- Poner nuestra confianza en el Señor

A cada uno de nosotros nos corresponde poner nuestra confianza en el Señor, para ser fieles a su voluntad y para que nuestros planes se ajusten lo mejor posible a los planes de Dios.

El profeta Isaías escribió acertadamente: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos» (Is 55, 8). Pero esta verdad tan elemental, a veces parece que se nos olvida.

Nuestra hermana Julia en los últimos días entre nosotros ha remarcado una frase como “leit motiv” de toda su vida como cristiana, que nos ha repetido varias veces: “Sé que mi vida está en manos del Señor y es suya”. Para afirmar esta frase, cuando uno ve cercano el final de su vida terrena, se requiere haberla asumido y vivido muchos años antes. Ella se fio de Dios y puso en sus manos la vida que había recibido como regalo. Su fe le había ayudado a aceptar la voluntad del Señor. Ella se sentía amada por Dios.

En el bautismo fue hecha hija adoptiva de Dios y se ha mantenido confiada, descansando siempre en tan buenas y divinas manos. Naturalmente que ha gozado del amor de los suyos, de su familia y de los que hemos vividos cercanos a ella; pero su corazón descansaba en el Corazón de Cristo y su vida estaba en las manos paternas de Dios, quien nos ama infinitamente.

Ella era consciente que su vida había estado siempre pendiente del Señor y en su última etapa confiaba plenamente en Él; y eso le daba paz, como ella misma atestiguó. La paz y la alegría son dones llamados pascuales, que reciben quienes se encuentran con Cristo resucitado.

Os invito a dar gracias a Dios por el regalo que Julia ha sido para nosotros, como persona cercana y como creyente; ella fue una persona cercana, mujer de paz. Ella ha aceptado la voluntad de Dios, quien le ha pedido su testimonio de fe ante nosotros. Ni nosotros lo pensábamos, ni ella se lo imaginaba; pero el Señor le ha pedido al final de su vida, el testimonio de su fe ante todos nosotros. Demos gracias al Señor por esto.

Pedimos al Señor que la acoja bondadosa y misericordiosamente en su Reino de paz, de alegría, de amor y de inmortalidad.

Y que la Santísima Virgen María, de quien fue devota, la acompañe junto con los ángeles y santos del cielo. Amén

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