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Cincuentenario de la bendición de la imagen del Santísimo Cristo de la Agonía de la Cofradía de las Penas (Iglesia de San Julián-Málaga)

50 aniversario de la bendición del Cristo de la Agonía
Publicado: 30/09/2022: 1137

Homilía del obispo de Málaga, Mons. Catalá, en la Misa con motivo del Cincuentenario de la bendición de la imagen del Santísimo Cristo de la Agonía de la Cofradía de las Penas celebrada en la Iglesia de San Julián de Málaga.

CINCUENTENARIO DE LA BENDICIÓN DE LA IMAGEN DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA AGONÍA

DE LA COFRADÍA DE LAS PENAS

(Iglesia de San Julián-Málaga, 30 septiembre 2022

Lecturas: Is 52,13 – 53,12; Sal 30,2.6.12-17.25; Hb 4,14-16; 5,7-9; Jn 3,13-17.

1.- Celebramos hoy el Cincuentenario de la bendición de la imagen del Santísimo Cristo de la Agonía de la Cofradía de las Penas.

Fundada en el año 1935 con la presentación de los Estatutos, parece ser que los primeros pasos la ubican en la desaparecida capilla de San José, de calle Granada en Málaga, donde mantuvo su sede canónica hasta 1966, cuando se vio obligada a trasladar su sede esta Iglesia de San Julián, que fue algo providencial, porque gracias a ello se mantuvo aquí el culto y se conservó este edificio, que fue rehabilitado posteriormente por la Agrupación de Cofradías.

Agradecemos a la Cofradía de las Penas su presencia en esta sede, colaborando a conservarla y a mantenerla abierta al culto. Desde 2008 su sede canónica está en su Oratorio en la zona de Pozos Dulces, cuya cúpula fue pintada por Raúl Berzosa y es llamada por algunos la “Sixtina Malagueña”.

2.- La advocación del Santísimo Cristo de la Agonía fue debida a los hermanos fundacionales que establecieron en Málaga la advocación al Cristo de la Agonía de Limpias (Cantabria), cuya imagen recibía gran devoción. Otra vez vemos la providencia del Señor, quien, a través de los avatares de la historia, llegó a Málaga una devoción proveniente de lejanas tierras.

La imagen del Cristo ha tenido anteriormente cuatro tallas de diversa procedencia y calidad; una fue destruida en la persecución religiosa, otra se encuentra en un pueblo de Huelva, otra en la iglesia de Benajarafe.

3.- En 1972 fue bendecida la actual imagen por el Rvdo. Pedro Roldán, obra de Francisco Buiza Fernández, que procesiona el Martes Santo sobre un hermoso trono de pino de Flandes. La imagen fue restaurada en 1997 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico y posteriormente recibió algunas pequeñas intervenciones. Agradecemos el cuidado que habéis tenido en conservar bien la imagen.

La imagen representa a Cristo con gran dramatismo barroco en el momento previo a la expiración; tiene los ojos abiertos y, aunque su cuerpo expresa gran dolor, su mirada es dulce y serena; son ojos que perdonan, en vez de estar airados ni exasperados. Sus ojos emanan paz, serenidad y perdón, porque ha aceptado su pasión con amor para perdonarnos y salvarnos. Si cualquiera de nosotros estuviera en su misma situación, con toda seguridad responderíamos de manera muy diversa.

4.- El profeta Isaías, en uno de los Cánticos del Siervo de Yahvé, presenta a Cristo como «despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro» (Is 53, 3).

Siendo Jesús el rostro de la misericordia del Padre (cf. Papa Francisco, Misericordiae vultus, 1), los pecados de la humanidad y nuestros propios pecados le han desfigurado tanto su hermoso rostro, que no parecía hombre (cf. Is 52, 14).

Fueron nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba (cf. Is 53, 4). «Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados» (Is 53, 5).

5.- Como dice el papa Francisco: “Jesús alcanza la humillación completa con la muerte en la cruz. Se trata de la peor de las muertes, la destinada a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero muere como un delincuente. Mirando a Jesús en su pasión, vemos como en un espejo también el sufrimiento de toda la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte. Muchas veces sentimos horror por el mal y el dolor que nos rodea y nos preguntamos: ¿Por qué Dios permite esto?” (Audiencia general. Vaticano, 16.04.2014).

A veces escuchamos la queja de la gente que se pregunta ante una desgracia, enfermedad o muerte de un ser querido: ¿Por qué a mí? Nuestro dolor tiene sentido unido al sufrimiento de Cristo, quien ha aceptado libre y voluntariamente el dolor de toda la humanidad. Nadie obligó al Señor a cargar la cruz y morir como un malhechor. Él es un ejemplo único para todos nosotros, porque de manera libre y voluntaria se entregó por amor.

6.- Jesús asume la carga pesada de nuestras maldades y, a cambio, nos ofrece una carga ligera y un yugo suave, basados en el amor. La carga sin amor es muy pesada. Hay un proverbio que dice: “El matrimonio pesa tanto que hay que llevarlo entre dos”. La carga humana parece muy pesada; pero comparada con la de Cristo, es ligerísima; sobre todo si la aceptamos por amor.

Por eso Jesús nos dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30).

Cada uno puede pensar que su carga es la más pesada de todas y que es insoportable. Pero Jesús anima a los agobiados, pecadores, entristecidos y preocupados a descargar sobre sus espaldas el peso de nuestra cruz; y a compartir con Él el peso suave de la suya.

Si hemos sido curados en sus heridas, ¿cómo no bendecir y agradecer tanta bondad, tanto amor y tanta generosidad para con nosotros? Merecíamos el castigo y él fue castigado. Si tanto costó nuestro perdón, ¿cómo no valorarlo? Y si tanta es la grandeza del beneficio, ¿cómo no agradecerlo?

El apóstol Pedro nos recuerda: «Habéis sido rescatados no con algo caduco, oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha» (1 Pe 1, 18-19).

7.- El Cristo de la Agonía es el sumo Sacerdote que se ha compadecido de nuestras debilidades, ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado (cf. Hb 4, 15) y ha atravesado el cielo (cf. Hb 4, 14) para abrirnos de par en par las puertas cerradas por el pecado de Adán. La cruz de Cristo es la llave que ha abierto el cielo.

Sus mismas heridas nos dejan contemplar su corazón amante, como dice san Bernardo: «Las heridas que tu cuerpo recibió, nos dejan ver los secretos de tu corazón, nos dejan ver el gran misterio de la piedad... No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente y rico en misericordia... A través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor» (Sermón 61).

Cristo «aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer» (Hb 5, 8); y se ha convertido para quienes lo obedecen, en autor de salvación eterna (cf. Hb 5, 9).

8.- Queridos cofrades, que tenéis como titular al Cristo de la Agonía, contemplad a Quien os trae la salvación y la vida eterna (cf. Jn 3,15). Amad a Quien os ama hasta dar su vida por vosotros. Y vivid como Él nos enseña y espera de vosotros. ¡Contemplad, amad y vivid!

Demos gracias a Dios-Padre, que envió a su único Hijo para redimirnos y salvarnos.

Demos gracias al Cristo de la Agonía, que asumió nuestra miseria y nuestro pecado, librándonos de la muerte eterna.

Demos gracias al Espíritu Santo, que llena nuestros corazones con sus abundantes dones.

Y pedimos a la María Santísima de las Penas que nos acompañe a nuestro camino de fe y de testimonio del amor de Cristo para con toda la humanidad. Amén.

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