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Carta de Lorenzo Orellana: «Despedida»

El sacerdote Lorenzo Orellana pronunciado una homilía // J. F. NAVARRO
Publicado: 27/09/2018: 20029

Al despedirme como párroco de San Gabriel, Málaga, vuelvo la vista atrás, y se me viene a la boca la expresión de María: Proclama mi alma la grandeza del Señor.

Proclamo la grandeza del Señor porque mi vida sacerdotal ha sido un regalo inmerecido.

Y si “el sacerdote –dice el papa Francisco- debe tener la humildad de dejarse acompañar”, confieso que me he visto acompañado por la fe, el cariño, la iniciativa y las atenciones de mis padres, Diego y Rosario; de mis hermanos y sobrinos; de los compañeros sacerdotes, de los religiosos, religiosas y diáconos con los que he convivido; y por una multitud incontable de personas, por todos ellos: Proclama mi alma la grandeza del Señor.

Deseo reconocer que he tenido la inmensa suerte de vivir el ministerio sacerdotal: como superior y profesor del Seminario Menor; en la Residencia sacerdotal de S. Sebastián de Antequera, formando equipo con D. Antonio López Benitez, D. Antonio Ramírez Mesa y D. Salvador Montes Marmolejo; en Cumanacoa, Sucre, Venezuela; como párroco y Vicario Episcopal en Melilla; párroco de la Inmaculada Concepción en el Arroyo de la Miel; párroco de San Gabriel en Málaga; delegado de Misiones y profesor de homilética en el Seminario Conciliar de Málaga. Por tan inmensa misericordia: Proclama mi alma la grandeza del Señor.

Y puesto que el Señor me ha colmado de gozo, en cada uno de esos destinos, siento la necesidad de pedir perdón a quienes haya podido molestar de palabra, obra u omisión. Y a todos, todos, doy mis más sentidas gracias.

Igualmente agradezco la confianza y aliento que me ofrecieron: don Ángel Herrera, don Emilio Benavent -quien me ordenó sacerdote el 23 de diciembre de 1961-, don Ángel Suquía, Don Mariano José Parra León -Obispo de Cumaná, quien en una ocasión vino de Visita ad limina y se desplazó hasta Melilla para verme-, don Ramón Buxarrais, don Fernando Sebastián, don Antonio Dorado y don Jesús Catalá. Por lo que digo con María: Proclama mi alma la grandeza del Señor.

Por todo ello, en el tiempo que me reste de vida, oraré por cuantos de una u otra forma me acompañaron.

Y recordando, que en Venezuela se bendecía a las personas diciendo: “Que Dios te bendiga, mi hijo”, deseo a todos: -Que Dios me los bendiga, donde quiera que se encuentren.
 

Lorenzo Orellana

Sacerdote diocesano

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