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Misa Crismal (Catedral-Málaga)

Misa Crismal 2018 en la Catedral de Málaga // M. ZAMORA
Publicado: 28/03/2018: 1537

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la Misa Crismal, el Miércoles Santo (28 de marzo), en la Catedral de Málaga.

MISA CRISMAL
(Catedral-Málaga, 28 marzo 2018)

Lecturas: Is 61,1-3.6-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21.

Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres

1.- La participación en la Misa Crismal, que estamos celebrando, es signo de la fraternidad entre quienes hemos recibido el don del sacramento del orden. Como cada año nos reunimos convivialmente en torno a la mesa eucarística y también compartiendo después el alimento corporal, necesario para servir a los hermanos en la tarea ministerial. La fraternidad se traduce en amor y en preocupación por el hermano. Los sacerdotes, como sabéis, ocupáis un lugar muy especial en mi corazón y en mi oración.

El Buen Pastor nos ha constituido pastores de su grey y nos ha confiado la importante misión en la Iglesia de servirla como mediadores entre Dios y los hombres, en comunión y configuración con el Pontífice supremo. Como dice el apóstol Pablo: «Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos; este es un testimonio dado a su debido tiempo y para el que fui constituido heraldo y apóstol» (2 Tim 5-7). Queridos presbíteros y diáconos, el Señor nos ha constituido heraldos y apóstoles suyos.

2.- Podemos recordar algunos rasgos del único Mediador, Jesucristo, para imitarle y seguirle. En primer lugar, Cristo ejerció su función de mediador mediante la inmolación de su vida en el sacrificio de la cruz, aceptado por obediencia al Padre.

La obediencia, como escucha y aceptación de la voluntad del Padre, era la comida habitual y cotidiana de Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4,34; cf. 5,30; 6,38). En Getsemaní reafirma con dolor: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). La cruz sigue siendo el camino "obligado" del encuentro personal con Dios; y el sacerdote debe ir en cabeza con buen ánimo.

El sacerdote ofrece el sacrificio de Cristo, ofreciéndose también él mismo. Como recordaba el papa Juan Pablo II en su carta Dominicae Cenae: “El sacerdote ofrece el santo Sacrificio «in persona Christi», lo cual quiere decir más que «en nombre», o también «en vez» de Cristo. «In persona»: es decir, en la identificación específica, sacramental con el «Sumo y Eterno Sacerdote», que es el Autor y el Sujeto principal de este su propio Sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” (n. 8). Solo el sacrificio de Jesucristo tiene «fuerza propiciatoria». El sacerdote celebrante, tomando conciencia de esta realidad, descubre su significado y es introducido, de modo sacramental e inefable, en este misterio, en el que a su vez asocia espiritualmente a todos los participantes en la asamblea eucarística.

El sacerdote, en la obediencia a Dios, a la Iglesia y a su obispo, hace de su vida una oblación para ofrecerla al Padre en unión con Cristo; y de este modo experimentará en su ministerio la fuerza victoriosa de la gracia de Cristo muerto y resucitado.

3.- Como mediador, el Señor Jesús fue el hombre para Dios y para los hermanos. Al sacerdote se le pide que consagre toda su vida a Dios y a la Iglesia; con todo su ser, con todas sus facultades, y con todos sus sentimientos. El sacerdote, en su vida celibataria, renuncia al amor humano para darse totalmente al amor de Dios y entregarse a los hombres con una donación total.

Jesús, Sacerdote mediador, llevó a cabo su misión gracias a su unión total con el Padre: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,20). Esta comunión perfecta es la fuerza para conducir a los hombres a Dios. El sacerdote, para continuar la misión de Cristo, debe también él vivir la unión con Dios y haber llegado ya allí a donde quiere conducir a los otros (cf. Juan Pablo II, Discurso a los sacerdotes y religiosos, 3. Kinshasa, 4.05.1980).

A la unión con Dios se llega también a través de la oración, personal, comunitaria y eclesial; de la contemplación de su misterio; de la lectura orante de la Sagrada Escritura; del estudio teológico, que no termina, queridos hermanos, cuando terminan los exámenes en la vida de un sacerdote. Y como decía santo Tomás, él rezaba y estudiaba distinguir a veces cuál de las dos cosas hacía; porque rezaba estudiando y estudiaba rezando.

Fuente especial de unión con Dios y de entrega a los fieles es la celebración de los sacramentos y de los actos sagrados del ministerio sacerdotal, que santifican al sacerdote y le conducen a una experiencia de la presencia misteriosa del Dios vivo.

También el anuncio del Evangelio, el ministerio de la palabra y la formación de los fieles en sus diversas etapas vitales forman parte de nuestra misión de mediadores. El papa emérito Benedicto XVI nos animaba a proporcionar al hombre de hoy nuevas vías de acceso a Dios: “No hay prioridad más grande que ésta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)” (Verbum Domini, 2). Ésta es una hermosa manera de mediar entre Dios y los hombres; de ejercer nuestro ministerio sacerdotal. Hemos de poner en ello nuestra capacidad creativa, dejándonos llevar por el Espíritu, y poner nuestro esfuerzo constante.

4.- Las prioridades pastorales del presente curso tienen dos palabras-clave, muy importantes a tener en cuenta. En primer lugar, los “procesos”. La época de fe de cristiandad ya terminó hace tiempo, queridos fieles. Es necesario realizar procesos de fe “personalizados”, aunque ello nos exige más dedicación y energías; y también debemos ofrecer una formación integral y permanente, adaptados a cada fiel creyente; es decir, fomentar un verdadero discipulado misionero, como nos indica el papa Francisco (cf. Evangelii gaudium, 24; 40; 119-121), que tenga en cuenta las diversas edades, etapas y características del destinatario de nuestra acción pastoral. En la celebración de los sacramentos hay que discernir bien las condiciones personales de cada fiel; por eso hablamos de procesos personales, que también hacemos los sacerdotes como creyentes.

La segunda palabra-clave es el “acompañamiento”. Todos necesitamos ser acompañados en los procesos personales de maduración humana y de crecimiento en la fe. Los sacerdotes tenemos encomendada la misión especial de acompañar a los fieles, desde el bautismo (sea recibido en la tierna infancia o en la madurez), hasta el final de su vida. Somos acompañantes en la fe; y unir “proceso” y “acompañamiento” nos dará buen fruto en nuestro ministerio sacerdotal. El papa Francisco nos exhorta a recorrer el camino paciente de los procesos, del acompañamiento y de la integración (cf. Evangelii gaudium, 34-39).

En mi carta pastoral Remando juntos (2017) invito a todos los diocesanos a realizar una pastoral diocesana de conjunto, que es necesaria, queridos fieles y sacerdotes. Os animo a promover los procesos de fe y a potenciar un laicado cristiano maduro. Nuestra sociedad necesita laicos maduros en la fe, comprometidos en todos los campos: familia, educación, cultura, política, economía, trabajo; porque la sociedad solo se transforma desde dentro por la luz del Evangelio. Y no debemos caer en la tentación de hacer caso a quienes no quieren que transformemos la sociedad desde la fe, porque les molesta. El mandato del Señor Jesús es muy claro: «Vosotros sois la sal de la tierra (…) Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13-14).

Esta tarea es posible si remamos todos juntos en la misma dirección, uniendo fuerzas, de forma coordinada y dejándonos llevar por la fuerza del Espíritu Santo, que sopla en las velas de la Iglesia. Seamos conscientes de que no somos nosotros quienes llevamos el timón de la Iglesia; la lleva el Espíritu y nosotros colaboramos con él. Somos sacerdotes con el Sumo Sacerdote, Jesucristo; somos mediadores con el único Mediador.

5.- En este ambiente de fraternidad de la Misa Crismal deseo animaros a no caer en algunas actitudes, que pueden hacer daño a otros hermanos sacerdotes. Me refiero concretamente a ciertas noticias sesgadas o manipuladas, que a veces circulan en nuestros ambientes sobre temas eclesiales, sean de ámbito universal, nacional o de nuestra iglesia particular.

En ocasiones se vierten algunos comentarios sobre cuestiones eclesiales, que inquietan o alarman sin motivo y que necesitan una clarificación. Cuando esto suceda, os animo a contrastar dicha información, que puede estar manipulada, con quienes tienen los datos objetivos y fehacientes, sin hacer circular sin más “lo que se oye” o “lo que se dice”; porque hace grave daño a nuestra familia sacerdotal, a nuestro presbiterio, a la Iglesia. Es una obligación moral acudir a las fuentes verdaderas, abandonando aquellas que solo promueven confusión y daño moral.

6.- Dentro de breves momentos renovaréis, queridos presbíteros, las promesas que profesasteis en el día de vuestra ordenación. El que nos llamó, Cristo Jesús, Señor nuestro, nos hizo capaces, se fio de nosotros y nos confió este ministerio (cf. 1 Tim 1,12). Éramos incapaces y nos ha capacitado para la misión encomendada; nos ha dado su gracia y su fuerza. Se fió de nosotros; de lo contrario no nos hubiera confiado el ministerio. Vivámoslo con paz interior, con gozo profundo y con agradecimiento a Dios.

Hoy es un día de acción de gracias a quien nos eligió; un día de alegría por el regalo que recibimos; y un momento de esperanza y de confianza, porque el Sumo Sacerdote, Jesucristo, nos sostiene y nos alienta en nuestra misión; no estamos solos. Él nos ha dicho: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Somos sus amigos; sus íntimos, como lo fueron los apóstoles y los primeros discípulos.

Damos gracias a Dios por todos y cada uno de vosotros, queridos presbíteros y diáconos; por vuestra entrega al servicio de la Iglesia. Tenemos presente hoy a los sacerdotes enfermos, impedidos y mayores, que no pueden participar físicamente en esta celebración, pero están unidos espiritualmente. A esta misma hora están celebrando la Misa en la Residencia de “El Buen Samaritano”, presididos por Mons. Ramón Buxarrais, a quien encomendé hace unos días que les tome la renovación de sus promesas sacerdotales; estos sacerdotes estaban muy contentos de poder hacerlo, presididos por un obispo.

Rezamos también por los sacerdotes a quienes el Señor ha llamado junto a sí en este curso pastoral; y de modo especial por nuestro hermano Marcelino, a quien enterraremos esta tarde.

¡Que la Virgen María, Madre de Cristo Sacerdote, sea siempre nuestro apoyo en la acción pastoral y nos introduzca cada día más en la intimidad con el Señor! Amén.

 

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