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Parroquia del Santo Cristo del Calvario (Marbella)

Fachada de la parroquia del Calvario de Marbella
Publicado: 04/03/2018: 3088

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la parroquia del Santo Cristo del Calvario, en Marbella, con motivo de la renovación del sistema eléctrico del templo.

PARROQUIA DEL SANTO CRISTO DEL CALVARIO
(Marbella, 4 marzo 2018)

Lecturas: Ex 20, 1-17; Sal 18; 1 Co 1, 22-25; Jn 2, 13-25.
(Domingo Cuaresma III-B)

1.- El Evangelio de hoy presenta a Jesús en el templo, donde encuentra «a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas» (Jn 2, 14-15).

Los judíos habían convertido el templo en centro de negocios; habían profanado el lugar sagrado, quitándole su valor. Por eso Jesús les dice: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (Jn 2, 16).

Parece que los judíos no se alarman tanto por la acción de Jesús; también otros profetas anteriores habían criticado que el templo se convertía en ocasiones en lugar de comercio, en vez de lugar de oración. Los judíos preguntan a Jesús por los motivos que tiene: «Qué señal nos muestras para obrar así?» (Jn 2, 18). Piden un signo de autoridad que justifique dicha acción suya. Ciertamente Jesús tiene autoridad y les explica el porqué de su comportamiento.

2.- Jesús es el verdadero templo. Ha llegado el tiempo en que se instauran todas las cosas en Cristo; con Él se instaura una nueva época en la historia. Jesús respondió a los mercaderes: «Destruid este santuario y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). Los judíos no le entendían, pensando solo en el templo material, «pero él hablaba del santuario de su cuerpo» (Jn 2, 21).

En la actitud de Jesús se afirma, más que la purificación del templo judío, su superación; se anuncia el final definitivo del santuario de Jerusalén; y esto es lo más doloroso para ellos. En el encuentro de Jesús con la samaritana, cuando ésta le pregunta dónde había que adorar a Dios, Jesús le responde: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (…) los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así» (Jn 4,21.23). Hay que adorar a Dios en Jesús, que es el Hijo de Dios, la Verdad y la Palabra de Dios. Con Jesús, por tanto, se inicia una nueva etapa en la historia.

Los opositores de Jesús lo acusarán en el juicio ante el sanedrín de haber dicho que destruiría el templo y en tres días lo levantaría (cf. Mt 14,58). Los judíos no entendían lo que Jesús les decía; y puede que nos suceda a nosotros lo mismo.

La frase «el celo por tu casa me devora» (Jn 2, 17; Sal 69, 10) tendrá un significado no sólo moral, sino también físico: llevará a Jesús a la muerte. Tras la resurrección, los discípulos recordaron la escena y entendieron que, cuando decía "templo", se refería a sí mismo: «y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús» (Jn 2, 22).

Jesús se manifiesta como el lugar privilegiado de encuentro con Dios; Él es el rostro humano de Dios. Ni los santuarios de Jerusalén, Garizín o Betel, ni otros lugares sagrados podrán encerrar al Dios de Jesucristo.

Este pasaje evangélico nos exhorta a purificar la idea que nosotros tenemos de Dios y de los lugares sagrados. Si ahora os preguntara: ¿Quién es Dios para ti? Seguramente escucharíamos las más dispares opiniones. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no puede ser manipulado ni instrumentalizado por nosotros; tampoco le puedo pedir que sea mi “servidor” para que haga lo que le pido. Y cuando no hace lo que le pido, me enfado con Él. ¿Acaso pensamos que Dios es nuestro esclavo? Dios es el omnipotente, el infinito, el omnisciente, el que está por encima de todo. Y nosotros pretendemos que el Ser infinito nos sirva a nosotros.

3.- El Evangelio dice que Jesús se dirige hacia Jerusalén: «Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén» (Jn 2, 13). El binomio “Pascua judía” (tiempo sagrado) y “Jerusalén” (lugar sagrado) van unidos en la vida de Jesús. El tiempo y el espacio sagrados se entrelazan en Jesucristo, Hijo de Dios e hijo del Hombre, que lleva a cabo el cumplimiento de la salvación. Gracias a esto los que vivimos en otra época fuera de la suya y quienes vivimos fuera de Jerusalén también somos receptores de su salvación.

Jesús inaugura una nueva etapa en la historia de la humanidad, de la que es “Cabeza” y “Primogénito” de todo ser humano (cf. Col 1,15-18). Él asume el tiempo y el espacio sagrados; es él el nuevo y definitivo “templo” y es Él la eternidad. Todo ser humano vive en un tiempo y un espacio concretos. Jesús entrega su vida en la “Pascua” y en “Jerusalén”.

A partir de Jesús, el Señor, ya no hay tiempos ni espacios profanos; ya no hay alimentos puros e impuros, porque todo queda santificado. Esa es la visión que Pedro tiene en Jafa (cf. Hch 11,4-9).

Ya no hay diferencia en la dignidad de todo ser humano. Como dice san Pablo: «Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 27-28). Todos somos hijos de Dios, aunque seamos de cualquier lugar del mundo y de cualquier raza o condición. Y todos tenemos la misma dignidad de hijos de Dios, aunque existan, naturalmente, diferencias personales: hay niños, jóvenes, adultos, varón y mujer.

4.- Jesús nos enseña que Él es el nuevo santuario; Él es el único mediador y pontífice de todo ser humano, a través del cual podemos acceder a Dios; Él se ofrece por nosotros en el altar, como se ofreció en la cruz. Por eso le pedimos por todo el mundo: por los presentes y por los ausentes; y celebramos esta fiesta pascual, siendo Jesús el sacerdote que ofrece y la ofrenda ofrecida.

Por eso en Él cada uno de nosotros hemos sido convertidos en lugar de culto permanente. A partir de Jesús los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 24).

Siendo Jesús el verdadero templo y la piedra angular, a los cristianos se nos pide que formemos parte, como piedras vivas, de ese templo, que es la Iglesia: «Acercándoos a él, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pe 2, 4-5).

Los primeros cristianos tuvieron conciencia de ser templo de piedras vivas con Jesús como cimiento. El sacerdocio bautismal se ejerce ofreciéndose a Dios. Dar culto es, sobre todo, hacer la voluntad del Padre como “comunidad sacerdotal”. Las piedras de un edificio ocupan cada una su lugar propio, intransferible e indelegable. Cada una tiene su misión en la trabazón del conjunto. ¿Qué lugar debes ocupar tú en la Iglesia?

Hoy damos gracias a Dios por la renovación del sistema eléctrico del templo. Toda la comunidad parroquial se alegra de esta renovación. Como piedras vivas hemos de colaborar todos para que funcione la Iglesia universal, la Diócesis, la parroquia. Todos somos corresponsables. Lo que uno no realice, no lo hará otro por él; si los padres no educan en la fe a sus hijos, no lo harán otros. Y hay que educar al hijo desde el comienzo de su existencia. Y siguiendo el ejemplo de la luz renovada en el templo, todos somos como luces que deben iluminar la comunidad y la sociedad; todos debemos tener encendida nuestra luz de la fe y del amor para ser testigos del Señor resucitado: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). Hemos de mantener encendida la luz de la fe, de la esperanza y del amor cristiano, para que ilumine a todos los hombres.

Ya que hemos hecho el esfuerzo de renovar el sistema eléctrico del templo, debemos renovar también nuestro modo de ser luz en el mundo. Además, no costará tanto económicamente. Hemos de ser luz de Cristo en todos los lugares donde nos encontremos, porque nuestra sociedad vive con mucha oscuridad.

5.- La Iglesia celebra hoy el “Día de Hispanoamérica” con el lema: “Iglesias jóvenes, alegría y esperanza”. La Iglesia es siempre joven, porque la gracia del Espíritu la mantiene fiel a su Señor; y la enriquece con nuevas iglesias que se fundan, crecen y difunden el Evangelio en todos los pueblos.

Por eso, estas iglesias jóvenes son alegría y esperanza. Las palabras del santo padre en Colombia dirigidas a los jóvenes: «¡No se dejen robar la alegría y la esperanza!» se dirigen también a la Iglesia, porque «la Iglesia necesita hoy transformarse. Especialmente en referencia al anuncio del Evangelio a los jóvenes, se debe continuar el proceso de conversión pastoral, para que los métodos, las formas y el lenguaje se adapten siempre mejor a la nueva realidad y sean un conducto adecuado para que la semilla del Evangelio encuentre un terreno adecuado y eche raíces profundas».

Siguiendo el ejemplo de María, la joven discípula del Evangelio, se nos invita hoy a no dejarse robar la alegría y la esperanza que provienen de Cristo, y a sentirse destinatarios de su Palabra de Verdad. Renovamos nuestra vocación misionera y nuestro compromiso bautismal, ofreciéndonos a participar en la comunidad parroquial. Amén.

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