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Eucaristía con la participación de la Asociación “Fe – Cultura” (Málaga)

Publicado: 16/12/2017: 1135

EUCARISTÍA CON LA PARTICIPACIÓN
DE LA ASOCIACIÓN “FE – CULTURA”
(Málaga, 16 diciembre 2017)

Lecturas: Is 61, 1-2a.10-11; Sal Lc 1, 46-50. 53-54; 1 Ts 5, 16-24;  Jn 1, 6-8.19-28.
(Domingo Adviento III-B)


1.- Revestidos con el traje de salvación
Este tercer domingo de Adviento, llamado de alegría o gaudete, nos ofrece dos imágenes que podemos aplicarlas en esta preparación a la Navidad. A parte del anuncio de la Buena Nueva, que expresará mejor el evangelio, dice el profeta Isaías: «Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas» (Is 61, 10).
El Señor nos ha regalado un traje de fiesta, un traje de salvación y de justicia. Nos invita a su fiesta y nos cubre nuestras miserias, nuestro egoísmo, nuestro pecado, nuestra fealdad con un traje que Él nos da. Jesús, el Hijo de Dios, Verbo eterno, al hacerse hombre se pone encima el traje del ser humano. Se hace hombre y se reviste de nuestra humanidad, porque no puede dejar de ser Dios.
Al encarnarse y acercarse al hombre, Jesús nos quita el traje sucio y maloliente y nos pone su traje. Seguramente habréis visto alguna vez una película en la que dos hermanos gemelos se intercambian sus papeles. El que era rey se viste de mendigo y el pobre se pone el vestido del rey. Se despoja el rey de su ropaje y lo tratan como mendigo. Y el que era mendigo se reviste con los trajes de la realeza y lo tratan como tal. El Señor nos ha revestido de un traje de salvación y nos ha envuelto en un manto de justicia. ¿Cuál? Su traje divino.
En el bautismo se nos dio una vestidura blanca, que simbolizaba la gracia, la divinidad, el perdón de los pecados, la filiación divina. Se nos revistió con el traje del Señor. Él se quitó su traje y se puso el nuestro. El Señor nos salva revistiéndonos de su divinidad; para ello tiene que revestirse Él de nuestra humanidad.
En Navidad es precisamente esto lo que celebramos: el rebajamiento del Señor, que se quita su traje precioso y nos lo pone para enriquecernos y hacernos hijos de Dios.
Esto tiene unas consecuencias para nuestra espiritualidad. Nosotros también tenemos que desvestirnos para vestir a aquellas personas que están más necesitadas. A los más pobres, que expresan con su rostro el rostro de Jesús, hay que tratarles como Jesús nos ha tratado. Tenemos que vestir al pobre y devolverle su dignidad de hijo de Dios, de imagen de Dios, de hermano nuestro. No podemos dejarlo con el vestido roto y sucio que lleva.
Ahora que cada uno que lo aplique en su vida.

2.- Cultivados como jardín del Señor
«Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos» (Is 61, 11). Es ésta otra imagen preciosa. Somos para el Señor como tierra, donde Él quiere que brote una planta hermosa, una flor perfumada, unos frutos sabrosos. Nuestra tierra árida Él quiere transformarla en suelo fecundo. Esa tierra árida quiere convertirla en un jardín; quiere que cada uno de nosotros seamos un jardín para Él; un jardín donde florezcan las más hermosas flores; flores preciosas que despidan un olor agradable a amor, a esperanza, a fe, a cariño, a cercanía.
El Señor quiere transformarnos. El profeta Isaías ha expresado esta intención de Dios con dos imágenes preciosas, como hemos visto.
En este domingo gaudete queremos dar gracias a Dios a través del salmo que hemos rezado, repitiendo la oración del Magnífica de la Virgen María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1, 46-47). Hoy es un día de alegría porque está cercanísima la Navidad en la que el Señor quiere transformarnos; quiere revestirnos de su divinidad y quiere que nuestra tierra árida y dura y, a veces, impenetrable a su gracia, se convierta en un jardín.

3.- Ser voz de la Palabra eterna
En el evangelio que se ha proclamado aparece Juan el Bautista como protagonista y como gran testigo del Señor. Jesús aún no había padecido en la cruz, ni había resucitado. Juan sabe muy bien cuál es su misión. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: «¿Tú quién eres? Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías» (Jn 1, 19-20). «Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías» (Jn 1, 23).
Juan lo tiene claro, él es la voz, porque la Palabra es Jesús de Nazaret, el Verbo eterno. Juan se reconoce simplemente como la voz que transmite, la voz que da testimonio.
Y ahora, los enviados de los sacerdotes y los levitas igual que le preguntaron a Juan, nos preguntan a nosotros: cristianos del siglo XXI, ¿qué sois? Y, ¿cuál es nuestra respuesta? No podemos ponernos en el lugar del Señor, pues no somos la Luz, no somos la Palabra eterna. ¿Qué somos? Somos la voz. Juan era la voz en el desierto; nosotros podemos ser la voz en la ciudad, la voz que pregona, que anuncia, que proclama la Palabra encarnada, la Palabra que ilumina, la Palabra que nos hace entender, la Palabra que explica, la Palabra que revela el amor de Dios.
Resumiendo hemos visto tres imágenes preciosas: un vestido de fiesta, que Jesús nos regala y nos reviste con él; un jardín hermoso, que Jesús quiere que seamos; y la voz que da testimonio de su presencia.
María, la Virgen, fue revestida sin mancha, preciosa; fue un jardín del que brotó el fruto más hermoso que ha tenido la humanidad, Jesús; y fue la voz que anunció la Palabra que llevaba en su seno.
Pedimos a la Virgen Santísima que nos ayude a vivir con alegría, porque hoy es el domingo de la alegría. Con María hagámoslo así. Proclamemos la alegría de que el Espíritu de Dios está en nosotros junto con María. Que así sea.

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