DiócesisHomilías

Ordenación de presbíteros (Catedral-Málaga)

Publicado: 28/06/2014: 27260

ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS
(Catedral-Málaga, 28 junio 2014)

Lecturas: Hch 20, 17-18a.28-32.36; Sal 22; Lc 10, 1-9.

Pastores fieles del rebaño de Cristo

1. El Señor os llama hoy, queridos candidatos al presbiterado, Francisco de Paula, Francisco-José y Juan-Carlos, a ser sus representantes en el ministerio sacerdotal, como dijo san Juan Pablo II en su exhortación “Pastores dabo vobis”: “Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor” (N. 15).

Vuestra misión será proclamar con autoridad su palabra; renovar sus gestos de perdón, ofrecer la salvación en los sacramentos; ejercer el cuidado amoroso del rebaño hasta la entrega total de vosotros mismos, congregarlo en la unidad y conducirlo al Padre por medio de Cristo en el Espíritu.  Esta es la forma propia con que participaréis a partir de hoy, como ministros ordenados, en el único sacerdocio de Cristo. El Espíritu Santo, mediante la unción sacramental del Orden, os configurará con un título específico a Jesucristo, os conformará a Él y os colocará en la Iglesia como servidores del Evangelio (cf. Ibid.).

¡Tarea hermosísima y apasionante! ¡Ya podéis estar bien contentos del regalo que os concede hoy el Señor! El presbiterio y toda la iglesia particular malagueña se alegra de este don y da gracias a Dios por vosotros.

2. La tarea que hoy os encomienda la Iglesia y la que tenemos los sacerdotes y diáconos no resulta humanamente cómoda ni fácil. Cuando el apóstol Pablo reúne a los presbíteros de Éfeso para despedirse de ellos, como hemos escuchado en el libro de los Hechos, les exhorta: «Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo» (Hch 20, 28). ¡Qué gran responsabilidad es guardar del rebaño, comprado a precio de la sangre de Cristo!

Pablo les advierte de los peligros que les acechan: «Se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño» (Hch 20, 29). También hoy hay gente que pretende acabar con el rebaño de Cristo; hay lobos que acechan para destrozar a quienes desean ser discípulos del único Maestro; hay algunos que quieren apartar a los fieles cristianos del camino de la Vida, para hacerlos discípulos de sus propias ideologías y enseñanzas (cf. Hch 20, 30); y muchos fieles caen en esta tentación y van detrás de esas ideologías.

Ya nos lo ha dicho el Señor en el Evangelio: «Mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10, 3). Pero hemos de confiar plenamente en la presencia y en el pastoreo único de Jesucristo, porque solo Él es el Buen pastor (cf. Jn 10, 11-18).

3. Cuidar del rebaño implica dedicación, tiempo, esfuerzo, valoración y conocimiento de la realidad, pues no se puede cuidar ni amar lo que no se conoce. La atención del rebaño exige asimismo ternura, por tratarse de personas y de realidades muy valiosas, que a la vez pueden ser frágiles y estar en peligro. Este cuidado apasionado nace y crece desde la conciencia de pertenencia a Cristo (cf. V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de conclusivo Aparecida [2007], 145).

Queridos hermanos sacerdotes, ¡tened cuidado de los fieles y descubrid a los impostores y a los lobos rapaces! Como hemos cantado en el Salmo 22, que el Señor sea siempre vuestro único Pastor y vosotros sus zagales; no sois los pastores, sino que el  Buen Pastor os confía su rebaño. El estilo del pastor fiel es el desprendimiento; no tenéis propiedad sobre el rebaño; también la sencillez y la humildad, sin ser dominadores de la grey (cf. 1 Pe 5, 2-3); la mochila debe ir muy ligera, como nos aconsejó el Señor: «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias» (Lc 10, 4). Haced el mismo saludo que el Señor daba a sus discípulos en sus apariciones: la paz (cf. Jn 20, 26; Lc 10, 5).

4. El ejercicio del pastoreo en nombre de Jesucristo exige tener las mismas actitudes que el Buen Pastor. El papa Francisco nos ofrece unas pistas a los pastores al describir cómo debe ser una “comunidad evangelizadora” (cf. Evangelii gaudium, 24). Os aconsejo que releáis este texto, aplicándolo al pastoreo que el Señor nos confía a los sacerdotes.

Es necesario conocer a la grey encomendada, acompañarla en sus procesos de crecimiento, aunque sean lentos, duros y prolongados; hay que saber esperar y tener paciencia, como el labrador aguarda con paciencia el crecimiento de lo que sembró (cf. Mt 13, 3-9), tal vez con lágrimas, con sudores y fatigas; los frutos espirituales y de conversión no son resultado del esfuerzo humano, sino don de  Dios. No os apuntéis el éxito, que no es vuestro; convierte el Espíritu Santo; no convertimos nosotros a nadie; ni siquiera nos convertimos a nosotros mismos, simplemente nos dejamos convertir por el Espíritu.

El pastor, fiel a Jesucristo, no debe perder la paz interior cuando hay problemas y tensiones en su comunidad; ni el labrador se debe alarmar cuando ve crecer la cizaña en medio del trigo; ya conocéis la respuesta que dijo el Señor de dejar crecer ambos hasta el momento de la siega (cf. Mt 13, 24-29); hay que tener paciencia.

La Palabra de Dios es viva y eficaz (cf. Hb 5, 12) y hay que facilitar que se encarne en cada persona, teniendo en cuenta su situación concreta. Hay que saber festejar gozosamente el crecimiento de la comunidad cristiana. Y celebrar la liturgia apreciando su belleza; vivirla incluso como medio de evangelización. El discípulo de Cristo debe estar dispuesto, finalmente, a dar la propia vida hasta el martirio como testimonio de Jesucristo.

5. Estimados candidatos al presbiterado, ¿Estáis dispuestos a vivir estas actitudes del Buen Pastor? Querido Francisco de Paula: Reconoces que te has preparado para este gran acontecimiento con “oración, alegría y responsabilidad; pidiendo al Espíritu Santo ayuda para recibir la gracia del sacramento”. Y que deseas entregarte al Señor, “servirle, amarle, necesitarle y verle en los más pobres y desfavorecidos”. Deseamos todos que se haga realidad esta oración tuya al  Señor.

Estimado Francisco-José: Dices que quieres vivir el sacerdocio desde el agradecimiento al Señor por el don de la vocación recibida. Y que te sientes tan desbordado ante el gran regalo que vas a recibir, que sólo puedes decirle al Señor: “Gracias por haberte fijado en mí, sabiendo el pobre barro que soy”. Pedimos al Señor por ti, para que seas cauce –como tú mismo dices– y también “ese pequeño eslabón que el Señor utiliza para llegar a los demás”.

Apreciado Juan-Carlos: Dices que estás viviendo “con mucha ilusión y con muchas ganas” este acontecimiento. Y que estás dispuesto a ir donde la Iglesia te envíe, reconociendo que “todos los destinos son ideales, porque en todos hay gente a la que servir y amar”. Que nuestra oración te ayude a vivir en fidelidad el ministerio que se te confía y a mantener el buen ánimo que hoy manifiestas.

6. Ayer celebrábamos la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús y hoy la del Inmaculado Corazón de María. Os invito a todos los ministros (diáconos, presbíteros y obispos) a vivir el ministerio unidos a ambos Corazones; ellos os enseñarán cómo amar y como ejercer el ministerio. También os enseñará a todos los fieles a vivir en fidelidad la misión que a cada uno le ha confiado en el estado al que os ha llamado.

Os exhortamos a que vuestro ministerio sacerdotal esté unido al Inmaculado Corazón de María y arraigado en el Corazón de Cristo, de donde brota la Vida, el Amor y el manantial inagotable de gracia y de santidad.

Como nos recordó san Juan Pablo II: “Consagrarse a María significa dejarse ayudar por ella a ofrecer la humanidad y a nosotros mismos a ‘Aquel que es Santo’, infinitamente Santo” (Homilía en Fátima, 13 de mayo de 1982).

Estimados sacerdotes y diáconos, ¡poned vuestro ministerio en manos de la Virgen Santísima y dejaos ayudar por Ella!   María es la Estrella de la nueva evangelización. Pedimos que Ella nos guíe y nos acompañe en esta hermosa tarea, a la que nos han llamado los últimos Romanos Pontífices. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo