Voy a compartir con todos un testimonio vivido hace unos días, que me llegó a emocionar y creo que en mucho tiempo lo seguirá haciendo, pues cuando se es testigo de una aceptación así no es para menos. 

Mi marido va todos los viernes, junto con otros dos amigos, a una residencia cerca de casa para celebrar  con ellos la liturgia de la palabra, y darles la Sagrada Comunión. El primer viernes de febrero me fui yo también -suelo hacerlo de vez en cuando- pues iba un sacerdote que suele ir cuando puede a celebrar con ellos la Eucaristía en la pequeña capilla que tienen. En el momento de las peticiones, invitó a quien quisiera hacer la suya: y ahí llego el momento. Habló Elvira una mujer aún joven y fuerte, pero sentada de por vida en una silla de ruedas. 

Antes de contar lo que dijo, voy a narrar por encima su historia. Un día al salir de un restaurante con su familia, unos desalmados le dieron un tirón del bolso y en el forcejeo, calló por las escaleras quedando paraplégica. Durante un tiempo la atendieron en el hospital especializado de Toledo,y ahora ya lleva unos años en la residencia. 

Pues cuando habló, dió gracias a Dios y dijo que estaba convencida que el estar en esa situación, era para su bien, que si Dios así lo permite, sabe lo que hace, y que no le guarda ningún rencor a los delincuentes.

Pero lo que más me impactó es que dijo que estaba segura que andaría cuando fuese al encuentro del Señor que ese camino lo haría andando, que Él lo permitiría. Esto último lo dijo con una contundencia absoluta. 

Al terminar la Eucaristía me fui hacia ella para abrazarla, y darle las gracias por el ejemplo de aceptación de su desgracia,que nos dio a todos, y la capacidad de perdón, hacia sus agresores. 

En estos casos es donde ves auténticamente la existencia de Dios. Sino es por la fe en Él, no se podría tener esa conformidad y resignación. Eso se obtiene sólo con su ayuda, pues de una forma o de otra, siempre esta a nuestro lado.