Noticia Diario de una adicta (XXII). Cliente nuevo Publicado: 18/08/2016: 3792 Un día, Roberto me ordenó taxativamente que atendiera de manera singular a un cliente muy especial, y en una habitación preparada. Como siempre, sólo tenía que ser cariñosa, y un par de dosis serían gratis. La cobardía que sentí fue muy superior a la indignación y la rebeldía que acaparaba mi corazón. Era también casi la hora en que necesitaba consumir y ya me estaba poniendo de punta. Roberto, con una sonrisa, me trajo una generosa dosis un poco antes de que llegara el cliente y cuando éste apareció, yo me encontraba relajada, tranquila y con un optimismo que me borró cualquier sensación de incomodidad o vergüenza. Era joven, guapo, amable, cariñoso y delicado en el trato, así que no me costó trabajo ser cariñosa con él y realicé la primera felación de mi vida: no fue tan traumática. Después pasamos un rato en el bar y nos despedimos con afecto, al menos de mi parte. Al llegar a casa le comenté a Esteban que había tenido que hacer un servicio con un cliente y le regalé una dosis de las que traía. Se quedó callado y luego me dijo, con indiferencia. - El que algo quiere, algo le cuesta-. Un muro invisible pero evidente empezaba a levantarse entre nosotros. Yo tampoco deseaba arreglar nada, sino continuar así hasta que pasara lo que pasara. Al cabo de unas semanas volvió el cliente y repetimos la sesión. Una vez en el bar y tomando una copa me ofreció su local, que tenía un estilo de trabajo muy parecido, pero con mejor sueldo y más tranquilidad. Con él tendría casa, comida, sueldo, trabajo y droga. Creí que se sentía atraído por mí y que de alguna manera podía salir favorecida, especialmente por la forma de comportarse conmigo. Quedé en contestarle en unos días porque se lo quería consultar a Esteban, ya más por mantener algo la relación que por ganas, pero la respuesta fue muy fría. - Ya eres mayorcita para saber lo que haces -. ¡Me entró un agua de levante!, pero me sobrepuse, salí del dormitorio con unas mantas y me acosté en el sofá del salón, que era de los pocos muebles que nos quedaba, ya que entre unas cosas y otras habíamos ido vendiendo todo lo que teníamos.