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Médico de príncipes y mendigos

Publicado: 28/01/2013: 6952

Agosto del 36. Un grupo de anarquistas rodea al doctor José Gálvez Ginachero, detenido en el santuario de María Auxiliadora, convertido entonces en cuartel general de la Federación Anarquista Ibérica. Sus captores le insultan y le llaman parásito y burgués. El médico malagueño, a punto de cumplir los 70 años, salía del cuartel transcurridos apenas unos minutos tras dejar sin palabras a sus interlocutores

«Llevo ya 40 años trabajando en mi profesión, procurando atender a todo el mundo, y principalmente a los obreros. Vosotros lo sabéis bien. Y vosotros mismos, estoy seguro que no habéis trabajado tanto por servir al pueblo como yo, porque entre los domingos, los días de fiesta, la jornada de ocho o menos horas y las huelgas que con frecuencia tenéis, es bien poco lo que trabajáis al año. En cambio yo, como todos los médicos, trabajo diariamente, sin horario, sin percibir horas extraordinarias y sin descansar los domingos ni festivos», les respondió sin miedo.

El doctor les recordó sin inmutarse que a muchos de ellos les había traído probablemente al mundo con sus propias manos, y que después de su jornada laboral había cuidado a sus madres de sus dolores y afecciones sin pedir nada a cambio.

No era la primera vez que Gálvez salía en libertad tras ser arrestado. En 1932, tras proclamarse la II República, Gálvez fue acusado falsamente de conspirador golpista y detenido cuando salía de atender a los enfermos del Hospital Civil, el hospital de los pobres, del que era director desde 1893. Pero varios de los leprosos que Gálvez cuidaba se fugaron y fueron a ver al gobernador civil para pedirle que lo liberara. Gálvez, que durante la Guerra Civil llegó a esconder en su clínica de calle San Agustín a perseguidos de ambos bandos para salvarles la vida, no se debía a ningún sector político; pertenecía por entero a sus enfermos.

Enfermos con mayúscula, cuya atención dignificó exportando para ellos las técnicas más vanguardistas aprendidas durante su etapa de formación en París y Alemania. Insigne cirujano y ginecólogo, fue el primer médico en practicar una cesárea post mortem en Andalucía, y se afanó por crear escuelas de formación para enfermeras y matronas, con el ánimo de mejorar las condiciones en las que daban a luz las parturientas, muchas de las cuales fallecían por falta de higiene y de salubridad.

Pero la ingente actividad desarrollada por Gálvez, cuya beatificación se promueve ahora desde la diócesis de Málaga, le llevó a ocupar los cargos más variopintos, desde presidente del Colegio de Médicos a responsable de Acción Católica; desde consiliario de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo hasta director de la Casa de Salud de Santa Cristina, en Madrid, auspiciada por doña María Cristina, e inaugurada en 1924 por Alfonso XIII.

Amigo de reyes y nombres y médico de pobres y leprosos, Gálvez, de profunda vida espiritual, llevaba por las tardes a su clínica a los enfermos que no podían costearse medicinas ni tratamientos y les atendía gratis, y entregaba su salario como responsable del Hospital Civil a las monjas que lo administraban.

Su prestigio llevó al gobierno de Miguel Primo de Rivera, que buscaba notables sin adscripción política, a designarle alcalde en 1923, cargo del que terminó dimitiendo en 1926 tras empeñar en el camino buena parte de su patrimonio personal, que puso al servicio de la ciudad. De aquella época procede, por ejemplo, la apertura al tráfico rodado de la parte central de la Alameda, para unirla con el Paseo del Parque.

Durante su breve mandato se mejoró la red de alcantarillado, se construyeron nuevas escuelas y se inauguraron las del Ave María en Huelin, financiadas gracias a la herencia de su difunta esposa. Miles de niños del barrio, donde también se abrió un dispensario, gozaron de nuevas oportunidades educativas gracias a esta institución. Por entonces se iniciaron también las obras del Sanatorio antituberculoso y se construyó el Sanatorio Marítimo.

Su entrega a los pobres y enfermos le hizo acreedor del agradecimiento de los malagueños, que tras su muerte, el 29 de abril de 1952, acompañaron masivamente, en silencio y bajo la lluvia, el cortejo fúnebre que condujo sus restos al cementerio. José Gálvez Ginachero pasó por el mundo haciendo el bien, y ese sentir agradecido de los más humildes, a los que se dió sin reservas, es lo que va a llevarle ahora a los altares.

Autor: Marta Sánchez Esparza (El Mundo)

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