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Semblanza de Diego Gamero

Publicado: 24/10/2009: 1825

 

-¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede entrar en el recinto sacro?
-El hombre de manos inocentes y puro corazón.
Ése recibirá la bendición del Señor. (Sal 24).

Quienes celebrábamos la Eucaristía ayer por la mañana, sábado, recordamos que así se rezaba con el salmo responsorial.

Pocos minutos después de la Eucaristía, en el monasterio de las Capuchinas, al lado del Seminario, donde Diego vivió tan estupendos años de su vida, llegó la noticia de su fallecimiento. Y, de verdad, no pude menos que aplicar a él, a su manera de ser y a su manera de vivir, a sus 43 años de sacerdote, lo que acabábamos de rezar.

Sí, todos somos conscientes de que Diego ha sido el hombre de manos inocentes, el hombre de puro corazón, el hombre entregado por completo con total limpieza de alma, a servir a Dios y a los demás.

¡Seguro que Dios lo ha recibido en su monte santo y le ha dado su bendición y el abrazo que el Padre tiene siempre reservado para sus hijos!

Diego nació, hijo de Antonio Gamero y Juana Fernández, en noviembre de 1936 en Cortes de la Frontera, pueblo, parroquia que nos ha dado a la diócesis (todos lo sabemos) muchos y buenos sacerdotes (y bueno es recordarlo en este Año Sacerdotal). El 29 del mes próximo cumpliría 73 años.

Como tantos niños, vivió en su familia y en la parroquia las primeras experiencias de fe, y el aprendizaje de las principales oraciones del cristiano. D. Vicente Matabuena, el párroco, viendo su fidelidad, su sencillez y su piedad, se fijó en él y lo incorporó al grupo de monaguillos.

Poco después, el mismo D. Vicente, lo invitó a ir al Seminario y le preparó lo que necesitaba. Allí ingresó en el curso 1950-51 y allí vivió los 14 años de formación sacerdotal que correspondían entonces: buen alumno, buen compañero, hermano de todos, sencillo, humilde y servicial siempre. Etapa que no le fue fácil, especialmente por sus males de estómago: Diego estaba delicado de salud, y hubo de pasar temporadas largas en Cortes, con sus padres y sus tres hermanos: Isabel, Francisca y Miguel.

Pocos días después de su ordenación –el 5 de junio de 1966- fue recibido con enorme cariño en la Estación de su pueblo: llegaba en el tren el nuevo paisano sacerdote. El camino de la estación a Cortes fue un rato feliz -andando unos, en mulo otros y montado en caballo el nuevo cura- y camino con rasgos de procesión agradable. Al llegar a la parroquia, felicitaciones de todos y todos a dar gracias al Señor: su primera Eucaristía en el pueblo que le había visto nacer y al que tanto ha querido siempre.

Y comenzaba a ser lo que había deseado en lo más profundo de su alma: ser sacerdote del Señor, sacerdote para los demás. Sus primeras parroquias fueron Igualeja y Pujerra, donde comenzó en septiembre de aquel año 66. Poco después se le encomendó también Parauta. En estas parroquias, a su servicio, durante 24 años.

Años de juventud, de enormes deseos de entrega pastoral en Diego, de empuje eclesial con el concilio Vaticano II, de efervescencia y ganas de vivir en todos los sectores de nuestros pueblos.

¡Con qué cariño cuentan personas de aquellos pueblos la tarea pastoral del Diego cercano; austero; amigo de todos; buen catequista; sencillo; humilde; trabajando mucho, calladamente y en segundo plano; atento a los enfermos, a los jóvenes que no podían ir fuera a estudiar; a sus familias! Sí, recuerdan muy bien al Diego todo sacerdote, sólo sacerdote, siempre sacerdote. Recuerdan todos muy bien al Diego hombre de Dios y, por ello, hombre desviviéndose por los demás.

Allí lo hizo con las formas propias de la época, siendo iglesia servidora: aquella academia para que estudiaran los jóvenes cuyas familias no podían llevarlos a Ronda ni a Málaga: ¡qué agradecidos le están hoy, ya hombres bien preparados, aquellos jóvenes de entonces! Y que, curiosamente, muchos de ellos entonces pudieron ir de excursión por primera vez a ver el mar, junto con tantos ancianos del lugar.

Se buscaron también desde la parroquia puestos de trabajo para la gente que carecía de ellos: la cooperativa de marroquinería, con el apoyo de Cáritas Diocesana y los cursos del PPO. Y Diego preocupado porque todo fuera bien, por buscar quienes enseñaran a hacer bien el trabajo a los chicos y chicas de sus pueblos. Luego la cooperativa de alimentación, con el mismo estilo. Etc. etc.

Y todo, desde el Evangelio, siendo Iglesia que llegaba a cada persona: niños, jóvenes, adultos, ancianos… En todo, al servicio de todos.

En noviembre del 76, continuando de cura en Igualeja y Pujerra, es nombrado ya para Ronda: Padre Jesús, primeramente. Después, desde entonces a hoy, vendrían las parroquias del Espíritu Santo, Ntra. Sra. del Socorro, y Santa Cecilia; capellán de las religiosas MM. de los Desamparados; y en dos ocasiones, arcipreste de la ciudad. Y otras tareas.

En todos los lugares, y de todas las formas posibles en cada momento, Diego se ha desvivido por anunciar fielmente el Evangelio trabajando incansablemente por los demás:

- Qué bien lo recuerdan en Ronda en aquellos años de buenos grupos: catequesis bien llevada, campamentos, pastoral de juventud, audiovisuales bien hechos , el evangelio en la pizarra parroquial y explicándolo así a la gente, sus homilías cercanas, la oración de los viernes, …

- Las bien organizadas peregrinaciones de Ronda y la Serranía a la Catedral de Málaga, en el Año Jubilar.

- Su labor en la fundación San Francisco de Asís.

- Últimamente su empeño en celebrar de forma adecuada el 50 aniversario de la restauración, tras la guerra, de esta parroquia: el libro editado, la exposición…

- Etc.

En fin, creemos que Diego ha sido recibido por el Señor como un verdadero hijo de Dios, como hombre y sacerdote para los demás y con las manos llenas de buenas obras.

Así nos lo cuentan todos los que lo han conocido de cerca. Así nos lo contáis todos los que lo habéis conocido de cerca. Y desde Roma, un paisano vuestro hoy sacerdote, entonces joven en los grupos antes dichos, escribe diciendo, entre otras cosas:

Diego ha sido el sacerdote de quien Dios se sirvió para que yo viera que el Señor me llamaba a ser cura… Y he aprendido mucho de él … Ha sido un modelo de entrega y de servicio sacerdotal. No olvidaré nunca sus consejos de amigo y hermano … La gente de las parroquias lo quería, lo admiraba y lo respetaba, especialmente por su estilo de vida: sencillez, humildad, trabajo silencioso … Más que de “palabras” ha sido un hombre de “obras” …

Y, bueno, siendo todo lo anterior verdad, ¡qué verdad más ejemplar la atención constante de Diego a su necesitado hermano Miguel! ¡Seguro que ahora desde el cielo, desde al lado del Señor, seguirá ayudándole a Miguel y a sus dos hermanas!

Sí, mucho que admirar, mucho que aprender de este sacerdote del Señor. Y muchas gracias a dar todos nosotros a Dios: por él y por todo lo que en él hemos visto.

Ayer, tras rezar, acompañado de Antonio, capellán en el hospital, el salmo El Señor es mi pastor, continuaron rezando la conocida oración Alma de Cristo, santifícame, para continuar con la Salve a la Virgen. Consciente de todo, en las últimas palabras de la Salve, Diego entregaba su vida al Señor.

Con Él y en Él está.

Y por este sacerdote, en este Año Sacerdotal, damos gracias a Cristo, el Único y Eterno Sacerdote.

Antonio Aguilera Cabello
Ronda, 25-octubre-2009

Autor: diocesismalaga.es

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