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Semblanza de José Melgar Gómez

Publicado: 30/07/2010: 2378

No hace mucho, comíamos algunos sacerdotes después de la reunión en la que ponemos en común el trabajo, los proyectos, la oración. Don José nunca ha faltado a las reuniones, aunque hace ya algún tiempo que no podía acompañarnos a la comida. En la sobremesa hablamos de él, de su alegría constante, de su modo de saber estar... A uno de los curas jóvenes le salió de dentro, espontáneamente: “cuando sea mayor, quiero ser como don José”. Y todos asentimos. Como don José.

Se nos ha ido don José como había vivido, sin hacer ruido, sin llamar la atención. Siempre el trabajo discreto, el buen humor, la acogida cordial: si te lo encontrabas, te ganabas una sonrisa inmediata y te convertías en el “hermano santo”. Y si le valorabas o agradecías algo, le quitaba importancia, “como mandan la ley y los profetas”.

Había nacido el 28 de mayo de 1926, en el que llamaban “Cortijo de los Beatos”, más allá de la Cimada. Es el octavo hijo de don Antonio y doña María Jesús. El pequeño viene enfermo y su madre, que teme por su vida, le administra el bautismo. Don Antonio, el padre, fallece cuando el chico tiene un año. Doña María Jesús hará las veces de madre, de padre y será la mejor catequista. Ella misma lo prepara para la Primera Comunión que recibe en Setenil.

En 1938, a los doce años lo invitan a ir al Seminario. Don José confesará después que, con aquella edad, no sabía adónde iba. El Señor sí sabía bien a quién llamaba. Doña María Jesús no pone impedimento, pero la familia pasa por estrecheces económicas y no era fácil reunir las setecientas pesetas de la pensión. El párroco de Arriate, D. Gabriel, le informa que los hijos de viuda pagan la mitad y sus tíos ponen las trescientas cincuenta pesetas que hacen falta. Dos euros con diez de hoy.

Comienzan años de estudio, de convivencia, de oración, de canto... que harán de él un sacerdote. En 1952 se celebró en Barcelona el XXXV Congreso Eucarístico Internacional. Un acontecimiento. Todavía hoy cantamos el himno: “Cristo en todas las almas y en el mundo, la paz”. El 31 de mayo, ochocientos sacerdotes fueron ordenados en el estadio de Montjuich. Nuestro D. José, que quizá hubiera preferido el Bernabéu, recibió la ordenación de D. Ángel Herrera en el altar 22. Su familia, por la distancia, no había podido hacerse presente, y el querido D. Manuel Díez de los Ríos lo acompaña en aquel rito impresionante de atarle las manos. El 22 don José canta su primera misa. La ordenación es motivo de alegría en Arriate: lo festejan en el patio de la residencia de las monjas.

De 1952 a 1957, D. Ángel Herrera lo quiere superior de los seminaristas. Su primera parroquia será Mollina. Después, Pizarra, durante once años, donde su alegría natural y la mirada de la Virgen de la Fuensanta le ganan el afecto de la gente del pueblo. A lomos de mula —don José contaba con gracia las dificultades que encontró para comprarse una moto— visitaba las escuelas rurales de la zona. A partir de aquellos años, Cristóbal, Paca y sus hijos amplían la familia del sacerdote.

En 1971 don José pide traslado a Ronda por la enfermedad de su madre. Doña María Jesús fallece antes del traslado de su hijo, que es nombrado párroco de Padre Jesús y el Espíritu Santo y capellán de las Franciscanas. Hoy mismo las monjas lo lloran. Y todavía para muchos, D. José Melgar es, con cariño, el cura del Barrio.

A don José con los años le falla el corazón. Dice un amigo que “de querer tanto a la gente”: deja la cuesta de Padre Jesús por un año en la Dehesa, para que eche a andar la parroquia de San Antonio. Será después párroco de Santa María la Mayor, entre don Antonio Gamboa y don Gonzalo Huesa (¡qué sacerdotes nos ha regalado el Señor!). En estos años, don José era, por confesión propia, “el abuelo de Jesús”: el padre del Espíritu Santo y Santa María.

A partir del 90, don José es párroco del Socorro y arcipreste de Ronda-ciudad. El hombre de la palabra sencilla y oportuna; de la homilía breve, pero siempre bien preparada —“se queda lo que dice”, dice la gente—; el que sabe poner sensatez ante los problemas y no tiene una gesto duro para nadie. Cuando la salud le flaquea, sigue haciendo mucho bien como capellán del hospital, donde los pacientes y el personal recuerdan su cariño y su dedicación. Don José “se jubila”, pero siempre sigue disponible para echar una mano, para hacerse presente, para colaborar donde se le pida.

Y en la lista de sus cariños, el último en el tiempo, capellán de las Hermanitas de los pobres. Charlas, celebraciones y viajes con los abuelos, el pan de la eucaristía diaria y la esperanza para quienes ven declinar la vida, ahora como uno más de los ancianos. Allí encuentra don José su última casa. Siempre alegre. Gracias, Hermanitas, por la delicadeza con que le habéis abierto las puertas.

Querido D. José, seguro que los partidos de fútbol del cielo tienen ahora un nuevo espectador. Y que los ángeles se alegran de que apoyes a su equipo: ellos siempre juegan de blanco.

Un abrazo.
 

José Emilio Cabra, arcipreste de Ronda y Serranía

Autor: diocesismalaga.es

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