NoticiaColaboración Lazos históricos y espirituales entre Málaga y Puerto Rico Publicado: 28/05/2021: 9557 Testimonio Algunos se preguntarán qué hace un sacerdote puertorriqueño, henchido de amor patrio por su archipiélago caribeño y su ciudad natal de San Juan, incardinado en la Diócesis de Málaga. Junto a las no menos importantes mediaciones humanas, durante mi período preparatorio para el diaconado, ocurrió un hecho providencial. La Profesora Else Zayas León, directora del Archivo Histórico Arquidiocesano de San Juan, me avisó sobre un malagueño, un fraile capuchino exclaustrado, de nombre Pablo Benigno Carrión, muerto en olor de santidad, quien fue obispo de la Diócesis de Puerto Rico entre 1857 y 1871, cuando Puerto Rico todavía formaba parte del Reino de España. El sacerdote español D. Delfín Vecilla de las Heras, profesor de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, publicó los primeros dos tomos de la biografía del obispo Carrión al principio de la década de los sesenta, en la Editorial Plus Ultra de la Universidad. Dejó un borrador del tercer tomo, mecanografiado e inédito, aunque cedía los derechos de autor, pedía que alguien completara la historia y autorizaba a publicarla nuevamente. Vicente Benigno Luis María de los Dolores nació en la ciudad de Málaga, el 13 de febrero de 1798. Fueron sus padres don José Carrión y doña María de Luna. Su padre había servido al rey en la Armada Real. Hasta los 16 años fue colegial en San Telmo, vistiendo el uniforme de marino y practicando los ejercicios e instrucción que señalaba el Reglamento y el plan del Colegio. Su vocación de capuchino -afirma Vecilla de las Heras- es probable que comenzara en Málaga, junto al convento de los capuchinos, iglesia frecuentada por su familia. Estando de colegial en San Telmo, a partir de 1814, pidió ingresar en la Orden de los Padres Capuchinos quienes tenían convento en Sevilla. A la edad de 18 años, el 5 de octubre de 1816, vistió el santo hábito y las sandalias, comenzando así su noviciado. De religioso usó el nombre de fray Pablo Benigno Carrión. Allí permaneció hasta su ordenación sacerdotal, el 23 de marzo de 1822. Fue sacerdote misionero y predicador en Sevilla y Andalucía, y luego confesor del obispo Sanlúcar, en Santiago de Galicia. Entre 1828 y 32 regresó a Málaga, en el humilde convento de Vélez Málaga. En 1832 regresó a Sevilla como maestro de novicios. A partir del año 1833, cuando murió el rey Fernando VII, comenzó la Guerra de Sucesión. El 8 de marzo de 1835 comenzaron las leyes anticlericales que causaron la supresión de conventos de menos de 12 profesos y la venta de sus bienes. La orden de los capuchinos tuvo que abandonar a toda prisa más de cien conventos, y no menos de dos mil religiosos se vieron en la calle. Se respetó el convento de El Pardo, por ser de patronato real. El 26 de enero de 1842 el padre Carrión embarcó en Cádiz en la fragata Leontina como simple sacerdote y religioso perseguido. Llegó a Puerto Rico en ese mismo año, con celo apostólico y movido por las instancias y afecto de su hermana menor, que residía casada en la Isla. La sede episcopal de Puerto Rico se encontraba vacante. El último obispo Gutiérrez de Coz, peruano, había muerto en 1833 en San Juan y no se había podido nombrar otro obispo a causa de la muerte del rey Fernando VII. En Puerto Rico regía el Real Patronato de Indias que autorizaba a los reyes de España nombrar obispos con el visto bueno del Cabildo Catedralicio de Puerto Rico y la aprobación del papa. Regía la diócesis de Puerto Rico en calidad de vicario capitular el deán Andrade, procedente de la diócesis de Astorga. Carrión ejerció en estos primeros años como cura de almas, secretario del obispo, predicador y misionero, director espiritual de sacerdotes y fieles, director del Colegio San Juan en la ciudad de Mayagüez. Destacamos su labor como rector del Seminario Conciliar de San Ildefonso en dos ocasiones, entre 1844 y 47, y desde 1849 hasta 1855. Ejerció la cura de almas en tres ocasiones: como cura ecónomo en la ciudad de San Germán (1842 a 1843), también allí como coadjutor (entre 1846 y 1848) y como cura vicario en la isla-municipio de Vieques, entre octubre de 1855 y mayo de 1857. Conservamos testimonios de humildad, amor y heroica caridad desplegada allí, en Vieques, con ocasión de la invasión del cólera, circunstancia que probó hasta qué punto estaba dispuesto a sacrificarse el pastor por sus ovejas. “Alimentaba y socorría a los desgraciados y amparaba a los huérfanos en los momentos más aciagos de la vida. La casa parroquial era mansión de donde partían constantes e innumerables ejemplos del más puro altruismo. La bondad de su corazón hallaba siempre el modo de disculpar indulgente las faltas y los errores ajenos. Invadida por la cólera la Isla de Vieques, no se dio el Padre Carrión momento de reposo para atender a cuantos tenían necesidad de sus auxilios espirituales”. (Testimonio de María Luisa de Ángelis, en Vecilla de las Heras, tomo I, p. 86.) Desde 1848 el obispo Gil de Esteve y Tomás ocupaba la sede episcopal. Gravemente enfermo, regresó a España en 1854 para ocupar la sede de Tarrazona. En 1857, probablemente por petición de san Antonio María Claret -obispo de Santiago de Cuba- ante la reina Isabel II, el padre Carrión fue preconizado obispo de la diócesis de Puerto Rico. En marzo del año siguiente fue consagrado obispo en la Capilla Real de Madrid. Comenzando su episcopado, aprobó la Novena a la Virgen de Belén, considerada como la devoción mariana más antigua de Puerto Rico, del deán de la catedral, el venerable Jerónimo Usera y Alarcón, y aprobó los estatutos de la Asociación de Damas de San Ildefonso y Casa de Caridad y Oficios de San Ildefonso, fundada por el mismo venerable deán, y que estaría bajo la advocación de la Santísima Virgen de Belén y de San Ildefonso de Toledo. Ejecutó la nueva cédula de dotación de culto y clero. Fundó los sufragios mutuos y retiros del clero. Inició las conferencias del clero. Dio nuevos estatutos a la Catedral, la consagró y le llevó las reliquias de san Pío y san Marianito. Uniformó las cuentas, libros parroquiales, estadísticas, sellos, textos de catecismo, expedientes de construcción de iglesias y arreglos, fiestas diocesanas, tiempos litúrgicos. Fundó el Boletín Eclesiástico de Puerto Rico. Destaca su cuidado y actos para conseguir mayor número de sacerdotes, principalmente confiriendo órdenes sagradas en casi todas las témporas. Procuró conseguir sacerdotes de la Península. En 1861 la Isla tenía 20 beneficios curados vacantes de los 100 beneficios curados con que contaba. Había 90 sacerdotes para unos 600.000 habitantes. No pocos fueron sus esfuerzos para resolver el problema material de las obras de Iglesia. La mayor parte se hallaba en mal estado. Al hacerse cargo de la Diócesis, se encontró el obispo con 73 iglesias parroquiales (48 de mampostería, 20 de madera y 5 arruinadas). En mal estado estaban 16 de mampostería y 10 de madera. Necesitaban de alguna reparación 14 de las restantes. Fundó las parroquias de Carolina, Las Marías, Rosario, Maricao, Guánica; San Francisco (San Juan) y Santa María de los Remedios (parroquia de Catedral). Fundó las vicarías de Caguas y Humacao. Varias veces se dirigió a la reina Isabel II en demanda de solución para el problema económico del Seminario Conciliar. La Segunda Enseñanza progresó mucho en este Seminario. En 1858 consiguió traer a la Isla a los jesuitas. En 1864 hizo que se confirmara la Real Orden del 28 de marzo de 1855 para que los estudios y grados del ahora Seminario-Colegio fueran incorporables en las universidades del reino. Gracias a estas iniciativas, hombres importantes de esta época -no sólo los aspirantes al sacerdocio-, pudieron recibir educación superior sin tener que salir de Puerto Rico. Mostró honda preocupación por extender la enseñanza primaria entre la población adulta, para lo cual creó clases nocturnas gratuitas en las dependencias del Seminario, impartidas por miembros de la Compañía de Jesús. Fundó el Asilo de Párvulos. Con ello se constituyó en benefactor de la Isla. Para su construcción y dotación hubo de invertir la mitad o más de su dotación episcopal personal. En 1863 consiguió a las Hermanas de la Caridad para encargarse de él. Además, llevó a Puerto Rico la congregación religiosa de los paúles, para que se ocuparan exclusivamente en la instrucción y predicación por los campos y pueblos de la Isla. Consiguió que se autorizara a los misioneros redentoristas a abrir una casa para Puerto Rico en Hueste (España). Restableció la vida regular de las carmelitas de San Juan. Casi la mitad de sus años de obispo la pasó en visita pastoral por los pueblos y campos de la Isla, desarrollando extremadas campañas contra el analfabetismo y reformas de los pueblos, predicando dos veces al día, confesando largas horas, casando a numerosos amancebados, confirmando, etc. Todo ello sin constituir carga alguna para los párrocos, pues llevaba consigo los alimentos necesarios y personal para su cuidado, alquilando alguna casa vacía, donde se establecía, con la ventaja de poder recibir así mucho más libremente a los fieles que tuvieran quejas que denunciarle. En la década de 1860 regresó a España. En Loja (Granada) fundó un Instituto de Misioneros Capuchinos para Puerto Rico. El 14 de agosto de 1863 consagró la diócesis de Puerto Rico al Inmaculado Corazón de María, convirtiéndolo en el primer país de América consagrado a esta advocación. Fundó la Archicofradía del Corazón Inmaculado de María. Fundó las Conferencias de San Vicente de Paúl para caballeros y del Inmaculado Corazón de María para señoras. Inició los retiros de señoras y los retiros de caballeros. Reinició la Conferencia de la Doctrina Cristiana. Nos informa el arquitecto Héctor Balvanera Alfaro, antiguo Delegado de Bienes Culturales para la Arquidiócesis de San Juan, que durante su episcopado trajo algunas imágenes como las de san Juan Bautista y Ntra. Sra. de los Remedios para la Catedral, la Virgen Dolorosa para el Colegio de Párvulos, la Virgen de las Fiebres para el Seminario y las primeras imágenes de la Virgen de la Providencia para parroquias foráneas como la de San Germán o la del convento carmelita. El Dr. Arturo Dávila propuso a manera de hipótesis que en torno a 1866 el obispo Carrión realizó el trámite para encargar, posiblemente a Barcelona, la imagen de la Virgen del Carmen para responder al fervor de los sanjuaneros. Se trata de la imagen centenaria que fue restaurada por S.E.R. Mons. Luis Miranda Rivera, O. Carm., hoy obispo de la Diócesis Fajardo-Humacao, cuando era Delegado para la Orden Tercera Carmelita de Puerto Rico, con la colaboración de varios hermanos terciarios. Fue coronada solemnemente en 2016 y en la Catedral de San Juan, por el arzobispo S.E.R. Mons. Roberto O. González Nieves OFM. En 1870 Carrión acudió en representación de su Diócesis al Concilio Vaticano I, que al igual que el resto de los prelados, tuvo que abandonar repentinamente tras la entrada en Roma de las tropas de Víctor Manuel II. Falleció en Fajardo, en 1871, a consecuencia de las graves heridas ocasionadas por una caída del coche en que viajaba durante una de sus frecuentes visitas pastorales. No es difícil ahora entender por qué digo que las iglesias de Málaga y Puerto Rico tienen lazos históricos y espirituales en la figura del obispo Pablo Benigno Carrión y la Virgen del Carmen. Muerto en olor de santidad, pero prácticamente olvidado por el pueblo cristiano por falta de una biografía completa y el terrible paso del tiempo, hoy somos los intelectuales católicos, sacerdotes, religiosos y varios grupos allegados quienes deseamos completar esta biografía para las Iglesias de Málaga y Puerto Rico. Málaga desconoce tener hijo tan egregio en tierras antillanas. Puerto Rico también. Y es probable, si la hipótesis se confirma, que los devotos fervorosos de la Virgen del Carmen de Puerto Rico también le tengan mucho que agradecer al obispo Carrión por haber traído la imagen que hoy se venera en la Catedral de San Juan. Como me dijo D. Ángel Díaz Cáceres, sacerdote amigo que murió hace apenas un año, la Iglesia de Puerto Rico tiene una deuda histórica para con el obispo Carrión. No somos pocos quienes abrazamos la esperanza de poder completar la biografía y generar una publicación entre la diócesis de Málaga y la arquidiócesis de San Juan. El obispo Carrión, malagueño de nacimiento y puertorriqueño por adopción, se lo merece. Y quién sabe, si después de estos trabajos, el cielo quiera que se pueda abrir una causa para que algún día lo podamos venerar en los altares. Rvdo. D. Miguel Norbert Ubarri, T. Carm.