Quien me conoce bien sabe que vivo mi vida como un auténtico regalo de Dios. Primero me regaló una familia grande y alegre, después a mi marido con el que llevo compartiendo, entre noviazgo y matrimonio, casi 15 años. También me regaló mi comunidad de hermanos en la fe, mi trabajo en el Centro Asistencial de San Juan de Dios y, el mayor de todos, que vino hace un año, mi hija Victoria.

Este tiempo de confinamiento está girando en torno a esos pilares: comparto con mi marido y mi hija la mayor parte del tiempo, disfrutando de cada momento; trabajo por las mañanas intentando llevar un poco de esperanza a los enfermos y sus familiares, y vivo mi fe con mi comunidad y animamos a un grupo de jóvenes desde la distancia con todos los medios que gracias a Dios tenemos.

Trato de vivir también este periodo pascual como un regalo. Y no porque no sienta la angustia y la preocupación como tanta gente, sino porque estoy aprendiendo a disfrutar de los pequeños detalles al parar un poco el ritmo frenético del día a día. Y aunque muchas veces me cuesta reconocer al Señor en medio de todo esto, porque echo de menos el encuentro, el abrazo con mi familia de vida y de fe, siempre intento recordar en todo lo que hago las palabras de Tomás: “Señor mío y Dios mío”, que me reconfortan y me dan serenidad.