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José María Ortega, un hombre de Dios

José María Ortega durante una celebración de la Eucaristía
Publicado: 27/12/2021: 6017

Obituario

El sacerdote Andrés Merino pronunció en la Misa exequial por el sacerdote José María Ortega la semblanza que reproducimos a continuación

Ya lo escuché de manos de mi padre y muchas veces lo escucharía, de vecinos creyentes y no creyentes, de hermanos en el presbiterio: “Ahí va un hombre de Dios” y es quizás la mejor definición de D. José María.

“Señor, Tu sabes que te amo” (Juan 21,15) es la frase del Evangelio que quiso para su recuerdo de Ordenación sacerdotal y que marcó toda su vida. San Manuel González nos dirá “¿Receta para ser grande? Hacerse Sagrario” Así vivió D. José, con su testimonio nos enseñó amar a Jesús en la Eucaristía y en el Sagrario. Todos lo podemos recordar de rodillas ante el Sagrario, y bien sabemos también que había otras largas horas de intimidad con él a solas. Paso rápido y manos abrazando su chaqueta, maletilla con material catequético y fichas innumerables llenas de contenido evangélico y doctrinal, ojos pequeños y vivarachos revestidos de humildad y austeridad, pobreza extrema y generosidad desbordada. Mano rota para los pobres y manos consagradas enamoradas de la Eucaristía. Corazón gastado en misericordia, constructor férreo de comunidad, de familia en el Señor.

No podía ser en otro día, el Señor sabe hacer sus cosas, día de san Esteban protomártir, pero hace ya 98 años D. José nacía en Puente Genil hijo de D. Pablo y Dª Amparo y era bautizado días después un 30 de diciembre. La impronta de su inquietud viene marcada ya desde pequeño, se confirma un año después en 1924 y con cinco años ya hace su primera comunión tenía prisa por amar y dejarse amar por Dios.

Con once años entra en el Seminario de Córdoba interrumpiendo sus estudios por la guerra civil. Incorporándose en 1938 al seminario de Málaga. La espiritualidad de San Manuel González con su amor a la Eucaristía y profundamente catequético, y la del siervo de Dios Padre Soto entonces director espiritual del Seminario con su religiosidad austera hacen mella en el joven D. José marcando su propia espiritualidad. Su entrega académica y conducta ejemplar le lleva a ingresar en 1944 en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde se licencia en teología y será allí donde recibe el 13 de julio de 1947 la ordenación sacerdotal a la que debido a la precariedad económica solo pueden asistir su padre y hermano Luis.

Su primer destino fue el de profesor de Humanidades y superior de los primeros cursos en nuestro Seminario Diocesano a la que se entrega con entusiasmo. Allí vivirá la perdida de su hermano Pablo que se preparaba para su ordenación y que morirá con fama de santidad. Debido a una renovación en el seminario es enviado a Ubrique, el Bosque, Benamahoma, Benaocaz, Villaluenga del Rosario y Grazalema entonces pertenecientes a la Diócesis de Málaga, abriéndose en su vida un periodo de apostolado activo donde las tareas pastorales le llevan ser querido como un familiar más. Cuentan que una noche le vieron caminar con su propio colchón hacia la casa de un enfermo pobre que dormía en el suelo.

En 1958 el Sr. Obispo le designa párroco de Alhaurín el Grande y pronto en 1960 el cardenal Herrera Oria lo nombra párroco de San Juan Bautista. En ese momento la zona está inundada de pobreza y prostitución y las clases medias están marchando a zonas residenciales. Se dedica entonces a la escolarización y evangelización de los niños creando un grupo escolar parroquial y salones que levantará sin medios económicos pero que verán su feliz fin, al igual que busca solucionar el drama de las familias más pobres sin hogar construyendo un grupo de viviendas en el Puerto de la Torre.

Agotado físicamente siente la necesidad de recobrar fuerzas y el Sr. Obispo lo envía a la Universidad de Comillas donde se licencia en Ciencias Morales. A su vuelta a Málaga le pide al Sr Obispo que lo envíe a servir a un suburbio, quiere estar entre los pobres. Sin embargo, es enviado a una zona de expansión de la ciudad en 1973, el barrio de Nueva Málaga. Está todo por hacer, alquila un bajo comercial donde con matrimonios jóvenes recién llegados al barrio comienza su labor y donde después de muchos esfuerzos construirá este Templo que hoy acoge sus restos y donde ha hecho presente a Dios durante 37 años a través de los sacramentos, la catequesis con sus materiales por él elaborados y sus sorteos para animar a los niños, la caridad, las visitas al colegio, los enfermos… y su amor a María Inmaculada, a la Virgen a quien nos enseñó a mirar con ojos agradecidos de hijos. Será en estos años cuando su corazón se llenará de alegría al volver a dar clases de latín a los jóvenes que se preparan para el sacerdocio en el Seminario. Y será casi al final de este destino, en 2005, cuando es nombrado bajo su negativa Prelado de su Santidad, título por el que nunca atendió a ser llamado.

Anecdótico es que se dedicó a tachar de todas las hojas diocesanas de la parroquia el nombramiento. Qué difícil será estar a su lado cuando a regañadientes permite que un joven cura salido de su labor pastoral trabaje con él. Son momentos de lucha con la edad y enfermedad mirando de reojo y sonriendo por las comisuras a aquel neófito sacerdote.

Con 87 años y fiel a su espíritu de despojo ingresa en la residencia El Buen Samaritano. Enfermo y sin querer tirar la toalla no quiere ir a una residencia, quiere morir sirviendo, pero tras meditar juntos el versículo A la tarde te ceñirán y te llevarán donde no quieres ir, accede. Es su último destino y así lo vive, acompañar a su hermana en la enfermedad. En estos últimos años y después de fallecer su querida hermana Lola, acompaña y renueva su servicio acompañando a Amparo otra de sus hermanas que aún vive en la residencia.

Ha partido a la casa del Padre, sin hacer ruido, sencillo, desnudo de glorias como él quería. Austero incluso en la amistad. Seguro que estará organizando todo allá junto al Padre y sacará todo su genio para que ángeles y santos cumplan sus tareas y salgan bien en la foto de familia. Esa familia de la que todos somos parte y que él con su oración y entrega construyó para el Señor.

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