"Maestro, ¡qué bien se está aquí!"

Los discípulos estaban desconcertados. Habían escuchado por boca de Jesús que las tensiones con los escribas y fariseos desembocarían en un trágico final.

El Maestro condujo entonces a Pedro, Santiago y Juan a lo alto de la montaña. Allí tuvo lugar la transfiguración. Moisés y Elías, exponentes del Antiguo Testamento, testimoniaban, de manera anticipada, que Jesús, a pesar del ya cercano y aparente fracaso de la cruz, era verdaderamente el Mesías esperado.

No fue la primera vez que separó a estos discípulos para regalarles momentos de profundo encuentro y revelación. Intimidad con el Maestro y liderazgo parecen ir de la mano.

Si bien es cierto que todo seguidor se siente llamado al encuentro con el Señor, no menos cierto es que quienes tienen el servicio de liderar a la comunidad deben cultivar con esmero estos espacios y “subir solos a una alta montaña”. Necesitan llenar el alma de esperanza, ser confirmados en la fe, “sentirse bien” junto al Señor.

Y hablo de “liderazgos”, sin confundir el término con lo “jerárquico”. Toda persona bautizada puede sentirse llamada a ser referente en la comunidad cristiana. Testigo de un Dios bueno que continúa invitándonos a escuchar al Hijo, al Elegido.

Vivir tal misión reclama espacios de intimidad junto al Maestro para poder anunciar que el camino de la cruz, en su misterio, conduce a la vida.