NoticiaPastoral penitenciaria «La cárcel es una realidad dura y escondida» Publicado: 21/09/2020: 19921 Por el día de Ntra. Sra. de la Merced, el director del centro de Cáritas Diocesana para reclusos y exreclusos, Ángel Antonio Chacón, expresa su inquietud por la repercusión del Covid-19 en la vida laboral y social de los acogidos. «El 24 de septiembre, festividad de Ntra. Sra. de la Merced, patrona del mundo penitenciario, todos los que viven o trabajamos en prisión volvemos nuestra mirada a la Virgen para tenerla aún más presente y para ponernos bajo su manto protector. Internos, funcionarios, capellanes, voluntarios, creyentes o no, celebramos que es el día en que una realidad tan dura y escondida, por unos instantes acapara la atención de los medios y de la sociedad, ofreciéndonos la oportunidad de “colar” nuestro mensaje. ¿Qué decir este año? ¿Qué reivindicación sucinta podemos exponer antes que se apaguen los focos y el mundo vuelva a pasar página? ¡Por Dios, no nos olviden! me gustaría gritar. O más bien ¡por favor, no os olvidéis de ellos! En este extraño tiempo de pandemia, con su carga de incertidumbre y temores que a casi todos nos puso en “modo confinados”, las personas privadas de libertad han sufrido muchísimo y necesitan más que nunca para su reinserción, el apoyo de la sociedad. Han vivido doblemente confinados, pues si normalmente su interacción con el exterior, con la gente que aún los quiere, es escasa y está muy mediatizada por las restricciones de su estado judicial y reglamento penitenciario, ahora ha sido prácticamente inexistente. Se anularon todos los permisos, comunicaciones por cristales, vis a vis, salidas programadas… Y los que normalmente entrábamos para ayudar, para apoyar, para sostener, para animar y acompañar en su realidad nefasta o esperanzada, no hemos podido hacerlo. Y lo peor no ha sido el aislamiento casi total, sino el miedo instalado entre ellos. Cada día ellos veían lo que estaba pasando fuera, cada día iban comprendiendo lo difícil de la situación y el grave riesgo que corrían. Sufrían por su gente, muchas veces sin datos, sin posibilidad de saber cómo estaban. Y sufrían por ellos mismos, pues sabían que, si el maldito virus entraba en prisión, podía hacer mucho daño. Encerrados, sólo con el cuidado de los funcionarios de interior y unos fortísimos protocolos de asepsia y limpieza han conseguido capotear más bien que mal al invisible e intruso virus. Por ahora. En la casa de acogida volvemos ahora a acoger a personas que empiezan a disfrutar de nuevo sus anhelados permisos penitenciarios, o que, siguiendo sus propios procesos, acceden a tercer grado. Notamos que vienen mucho más heridos, con más miedo a la calle, con menos dinamismo y confianza, con la certeza de lo difícil que les va a resultar “meter cabeza” en un mundo laboral tan parado e incierto como les ha tocado vivir. Si de normal, ellos son menos competitivos, e incluso menos productivos que otros, y si después de largas estancias en prisión, tienen dificultades para incorporarse en general al dinamismo de la sociedad, ahora, mucho más. Desde aquí mi clamor y la de todos los que sin poder ahora entrar en prisión, sin embargo, la llevamos dentro porque llevamos en el corazón a todos los que sufren esa realidad. Mi súplica está siempre dirigida a Nuestra Señora con la certeza que ella la hace suya y está continuamente intercediendo ante Dios por los internos, por lo funcionarios, por los técnicos, por todo el personal de las distintas Instituciones colaboradoras, por el personal judicial o por los miembros de las fuerzas de seguridad que trabajan con ellos. Mi oración es muy simple: “Señora, ayúdalos. Que ya hayan pasado lo peor, que hayan dejado atrás todo lo que de muerte había en sus vidas y que tu bendito Hijo les eche una mano. Y que todos los que andamos por allí, ayudemos a ello. Gracias, madre mía”».