Ahí estaba él, correteando descalzo entre cientos de personas que descansaban en el suelo, bajo mantas grises, después de semanas de éxodo. Su abrigo rojo iluminaba el campamento de refugiados de Eslovenia. Su sonrisa daba sentido a tanto sufrimiento y hacía olvidar las penurias del camino. Es una de las imágenes que permanecerán para siempre en mi retina tras hacer la ruta de los refugiados con Ricardo Altable. El documental que cualquier periodista desearía realizar para mostrar, como nosotros hemos hecho, el mayor drama humanitario de los últimos tiempos. Familias enteras que se juegan la vida huyendo de la muerte y el horror en busca de un lugar donde vivir en paz y ser acogidos. Hombres y mujeres cuyas miradas no necesitan decir nada para contarlo todo. Un viaje doloroso que halla consuelo en los brazos abiertos de tantos voluntarios como hemos conocido. Y ahora, apagadas las cámaras, concluido el trabajo, me pregunto qué habrá sido del niño del abrigo rojo.