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Villancico (In memoriam de D. Manuel Gámez)

D. Manuel Gámez, en la Residencia Buen Samaritano
Publicado: 30/12/2019: 16421

Artículo del sacerdote Lorenzo Orellana.

Ya se oyen. Tantos siglos sonando y siempre alegran. Te asaltan y el aire se transforma. Aunque a decir verdad, todo comenzó en la pluma de Leví-Mateo. No sabía cómo dar vida a la escena y por eso, antes de que hubiera pentagrama alguno, buscó la música en las palabras. Sólo así servirían…

Narraba el viaje de los Magos, de aquellos que sabían que solo en la búsqueda se encuentra el esperado. Pero habían perdido el camino y se les ocultó la estrella.  Y en Jerusalén no estaba. Entonces, tras oír a Herodes, volvieron a su camino, donde les deslumbró de nuevo la luz de la estrella.

Mateo se detuvo con el cálamo en alto. Buscaba cómo describir aquel encuentro. Buceó en el idioma. El griego. Y, ¡ah suerte la suya!, encontró las palabras. Respiró y, tras escribir, “En viendo la estrella”, se detuvo y dijo con los ojos muy abiertos

-Echarezan charan megalen esfodra. ¡Esto es! En la repetición de consonantes y vocales abiertas, que cantan el son de la alegría, está lo que buscaba: echarezan charán.

Y se le iluminaron los ojos mientras escribía: “ellos se llenaron de inmensa alegría”.

¿No lo ven? No ven cómo el evangelio se adelantó y dibujó el son de la alegría que brota de la esperanza del encuentro? ¿No parece que estuviera presagiando la pureza del canto gregoriano?

Por eso, desde entonces, cada Pascua de Navidad, seguimos recreando la unión del cielo y la tierra con música de amor.

San Hilario de Poitiers, en el 368, compuso el primer villancico: Jesus refulsit ómnium, “Jesús, luz de todas las naciones”. Y a partir de ahí se multiplicaron y popularizaron alternando, como hoy, los estribillos y las estrofas. Y se llamaron villancicos, porque nacieron en las villas, no en los castillos, nacieron donde vivía el pueblo, es decir, donde vivían los villanos.

Y ya se han cumplido 200 años de aquel frío invierno en que el joven sacerdote, Joseph Mohr, se hallaba preocupado porque el órgano se había estropeado y era la navidad… Entonces, tuvo una feliz idea: componer un villancico. Lo escribió y lo llevó a su amigo, Franz Gruber, que era músico, para que le pusiera una sencilla melodía. Y en apenas unas horas, con la ayuda de una guitarra, se cantó por primera vez: “Noche de paz, noche de amor”. Letra y música que cantamos hoy, en más de 300 idiomas.

No olvido la Navidad en el Seminario. En la misa de media noche salíamos de la capilla a recoger el Niño en las afueras. Y don Manuel Gámez entonaba: “Peregrina belleza”. Y todos cantábamos:

“Dónde caminas, haciendo tanto frío,

siendo tan niña, María…”

Recogíamos al Niño y volvíamos cantando:

“Noche de paz, noche de amor…”

Gracias don Manuel y Feliz Navidad

Lorenzo Orellana

Sacerdote diocesano

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