DiócesisHomilías Restauración del templo parroquial de San Pedro Apóstol (Pizarra) Publicado: 07/07/2012: 1733 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Misa con motivo de la restauración del templo parroquial de San Pedro Apóstol (Pizarra) celebrada el 7 de julio de 2012. RESTAURACIÓN DEL TEMPLO PARROQUIAL DE SAN PEDRO APÓSTOL (Pizarra, 7 julio 2012) Lecturas: Ez 2, 2-5; Sal 122; 2 Co 12, 7b-10; Mc 6, 1-6. (Domingo Ordinario XIV-B) 1.- Venimos a dar gracias a Dios por la renovación y restauración de este hermoso templo. Hoy, en la primera lectura, el texto del profeta Ezequiel nos narra que el Señor Dios envía un profeta a su pueblo “rebelde”, no dice bueno, dócil u obediente, sino un pueblo rebelde: «Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a la nación de los rebeldes, que se han rebelado contra mí» (Ez 2, 3). Ellos son de cabeza dura y el corazón empedernido (cf. Ez 2, 4). Han abandonado muchas veces la Alianza con el Señor; se han apartado del camino verdadero. Esto ocurre a lo largo de muchísimos siglos, 500 o 600 a.C., hace ya casi 3.000 años. Y podemos preguntarnos: ¿Acaso no sucede hoy así con nuestros contemporáneos? Somos una sociedad rebelde que no sigue siempre los caminos del Dios, una sociedad de cabeza dura y de corazón empedernido, que va por sus fueros y no desea como guía los mandamientos y consejos del Señor, sino vivir según sus propias apetencias. Él nos sigue pidiendo hoy que seamos profetas como Ezequiel, profetas para nuestros paisanos y contemporáneos que tienen otros criterios, que se rigen por otros valores distintos a los cristianos y que en ocasiones son incapaces de valorar la propia vida humana. Nosotros, al igual que Ezequiel, debemos animar a la conversión hacia el Señor. Sé que es difícil y complicado, porque incluso nosotros recibimos, como el profeta, incomprensiones, vituperios, desprecios, ataques, etc. Pero Dios le dice a su profeta que no tenga miedo: «Y tú, hijo de hombre, no les tengas miedo, no tengas miedo de sus palabras si te contradicen y te desprecian y si te ves sentado sobre escorpiones. No tengas miedo de sus palabras, no te asustes de ellos, porque son una casa de rebeldía» (Ez 2, 6). 2.- Queridos pizarreños, el Señor nos invita también a nosotros, cristianos del siglo XXI, a no tener miedo a proclamar la Buena Nueva, aun siendo incomprendidos y criticados. Sea de palabra o de obra, hoy se nos pide que seamos los voceros de su Palabra. El profeta es el que habla “en nombre de” del Señor, no inventa nada. El profeta trasmite las palabras que el Señor le dicta; a nosotros nos ha dado a Jesucristo, Palabra hecha carne. Tras la muerte del último apóstol termina la revelación, no existen más novedades salvíficas para la humanidad. No vayamos detrás de maestrillos que profetizan lo que la gente gusta oír, ni de revelaciones especiales. Todo lo que el Señor tenía que decirnos ya está dicho; lo encontramos en los Evangelios y en la Palabra de Jesucristo. El amor del Señor se manifestó de forma plena, completa y definitiva, como dice la carta a los Hebreos, en la persona de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios e Hijo del Hombre (cf. Hb 1, 1-2). Acudamos a esa fuente, empapémonos de lo que Dios nos quiere mostrar, empapémonos del amor que Cristo nos regala. En la actualidad existe una especie de dicotomía en la que la gente que no cree en Dios sí que cree en otras cosas: en la ciencia, en la técnica, en sus recursos económicos, etc. Nosotros no debemos dejarnos llevar estas corrientes y poner nuestra fe en el Señor. Como dice el Salmo: Nuestros ojos están puestos en el Señor, esperando su misericordia (cf. Sal 122). Todo lo esperamos de Él, todo nos lo regala Él; nuestra vida, lo que somos y tenemos, es una dádiva del Señor. A ver, ¿quién es capaz de añadir un minuto a su existencia terrena? En el momento en que nos toque marcharnos a la Casa del Padre, ¿quién será capaz de prolongar su paso por este mundo? Nadie. Estamos en manos del Señor. 3.- San Pablo presumía únicamente de sus debilidades: «Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Co 12, 10). ¿Dónde está nuestra fortaleza, queridos pizarreños? ¿En nosotros? ¿En nuestros recursos? ¿En nuestra vida?... ¡Nuestra fuerza está en el Señor! Es la fuerza de Cristo la que reside en san Pablo y le permite llevar a cabo la obra que le han encomendado: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2 Co 12, 9). Permitamos que la fuerza de Dios se manifieste en nuestra debilidad. 4.- En el Evangelio, Jesús mismo, estando entre sus paisanos, experimenta que donde más desprecian a un profeta es en su tierra: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio» (Mc 6, 4). Y ahora podemos decir que, si los profetas son desprestigiados en su casa, ¿qué cristiano en Pizarra puede ser profeta?, ¿cómo es posible que el Señor os pida ser profetas a los hijos de Pizarra en Pizarra? Poniéndonos en sus manos, porque el testimonio no se reduce únicamente al lugar donde hayamos nacido. El anuncio vital comienza en la familia, sigue en lugar donde residimos y tiene como límites el mundo entero. Nosotros hemos sido elegidos para la misión de anunciar el Evangelio. Supongo que ahí hay un grupo de catequistas que educan en la fe a los hijos de los otros. Catequizando a estos pequeños es una forma de participar en dicha misión. Dios muestra en las lecturas de hoy como ha escogido a Ezequiel, profeta, a Jesús, hijo de María, y a Pablo, el que presume de sus debilidades, para hacerlos instrumentos de evangelización. La misión de Ezequiel fue difícil por la dureza y rebeldía del pueblo escogido (cf. Ez 2, 2-5). A Jesús, sus paisanos se niegan a recibirlo como profeta y enviado de Dios (cf. Mc 6, 1-6). Y Pablo experimenta toda clase de dificultades en su predicación (cf. 2 Co 12, 7-10). Tenemos pues tres modelos a los que acudir cuando nos encontremos frente a frente con las dificultades de esa misión a la que el Señor nos envía. 5.- Y todo esto dentro del marco de la renovación del templo de san Pedro Apóstol. Ya nos ha contado el párroco, D. José Carlos, su historia. Un edificio de mediados del siglo XVII, que hace exactamente cien años fue remodelado y ampliado en un tercio de su capacidad: en presbiterio, sacristía y patio. Un edificio que ha ido recibiendo a lo largo de los años reformas por su normal deterioro con el paso del tiempo. Quiero fijarme en tres aspectos de las últimas reformas que se han realizado en este espacio. Empezaremos por la base y terminaremos por el techo. El templo ha sido restaurado en la solera que tenía. La solera según ha explicado antes de la misa D. José-Carlos, estaba hecho de tierra y cal con muchísima humedad, la humedad pudre. Ahora tenemos un piso de mármol precioso y una solera que aísla debajo de él. Digamos pues que el templo tiene un buen fundamento. La restauración del templo debe implicar la restauración de la comunidad cristiana por completo. Si hemos restaurado su base, el suelo, más firme, menos podrido, con menos humedades y mejor adaptado, debe ser reflejo de nuestra renovación como cristianos con una base compuesta por la fe, el amor y la esperanza que son las tres virtudes teologales que nos ponen en sintonía con el Señor. Tendremos también que renovarnos a la luz de la Palabra alimentándonos de la Eucaristía como pan de vida. Sin esa base será imposible caminar. Hay una canción, muy conocida, que dice: “no podemos caminar con hambre bajo el Sol si no tomamos el Cuerpo y la Sangre de Cristo”. Eso es imprescindible. También ha sido restaurado el zócalo. Para ello se ha picado la pared, restaurado y después abusado ese zócalo precioso; es un poco como la ornamentación, los brazos. El suelo sería nuestros pies, las paredes del zócalo hacia arriba serían nuestros brazos, que muestran que la comunidad cristiana tiene que dinamizar su actividad caritativa, catequética y de misión. Si se han renovado las paredes, también han de renovarse las actividades hacia el prójimo. Si miramos más arriba, podremos descubrir que también se ha restaurado toda la instalación eléctrica. ¿A qué hace referencia la instalación eléctrica? A la luz. ¿Cuál es la primera luz que recibimos los cristianos? (respuesta de un feligrés: en el bautismo). ¿Y qué recibimos? La luz de Cristo, la luz de la fe, una llama que debe iluminar nuestro interior y que no ha de apagarse jamás. Porque si no nos dejamos iluminar por ella directamente no podremos, indirectamente, ayudar a nadie a descubrirla. Eso lo hace la Luna, ¿tiene luz propia?, -no-, ¿qué refleja? -La luz del sol-. Si se interpone la Tierra u otro satélite no alumbra. Tiene que recibir directamente del sol su luz para trasmitirla indirectamente. Eso es lo que pasa ahora en esta parroquia; hemos de recibir nosotros la luz de Dios directamente para poder trasmitirla indirectamente. Refleja en nosotros, rebota y sale a los demás. 6.- Como ya os he dicho, después de restaurar este templo es necesario renovar la comunidad cristiana que en él vive y celebra. Vamos a celebrar el año que viene, el “Año de la fe”. La parroquia tiene como titular a San Pedro, quien hizo la confesión de fe ante los apóstoles, cuando Jesús les preguntó en Cesarea de Filipo: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16, 13); y Simón Pedro respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Una confesión auténtica de fe. “Tú eres Dios y hombre”. Hemos de profundizar a lo largo del próximo curso en la imagen que tenemos de Dios, que a veces no es pura ni limpia; hemos de purificarla. Si afirmamos que hemos restaurado el templo, también debemos restaurar la imagen que tenemos de Dios. Animo a toda la comunidad de Pizarra a profundizar en la fe, a purificar la imagen del Dios que profesamos y a ser mejores testigos del Evangelio, buena nueva para todo hombre. Le pedimos a la patrona, la Virgen de la Fuensanta, que nos ayude a llevar a cabo esta misión de anuncio que el Señor nos encarga en este inicio del siglo XXI. Pedimos a Ella su intersección maternal y su protección poderosa. Amén. 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