NoticiaClero Pastor bone, fac nos bonos pastores Capilla del Seminario Diocesano de Málaga con la cruz de el Buen Pastor al fondo Publicado: 02/05/2020: 27149 Ante la fiesta de san Juan de Ávila, patrón del clero diocesano con todo mi afecto a mis hermanos en el presbiterio Si nos distraímos en otros amores, es el momento de volver al primer amor (Ap 2, 1-7). Si se perdió en los vericuetos de la vida, es el momento de recuperar el ardor evangélico con el que fuimos ungidos (Lc. 4, 14-21). Si en algún momento dejamos de hacerlo, es el momento de sentir, vivir y fortalecer la comunidad presbiteral unidos a Jesús (Jn 15, 5-17). Todos y cada uno: los más ancianos ofreciendo su sabiduría, los sacerdotes enfermos ofreciendo su enfermedad como sacrificio agradable a Dios misericordioso, los presbíteros de media edad visibilizando experiencia y vitalidad, los curas más jóvenes aportando empuje. Los seminaristas dando ejemplo desde su audacia y dimensión profética. La verdad nos hará libres. Es el momento de la verdad. De presentar a Jesucristo como el Señor de la historia. De descubrir en los que más sufren su rostro encarnado. Ha llegado la hora de la verdad en esta crisis a nivel mundial que nos está envolviendo como si de una tormenta de negros nubarrones se tratase. Nuestra comunidad presbiteral será juzgada por el amor que pongamos en nuestras obras, por la comunión de bienes que vivamos, por la palabra y el gesto oportuno que ofrezcamos. Es el momento de mirar a los más pobres, sin olvidar el futuro; es el momento de cuidar lo que tenemos, sin caer en espiritualismos desencarnados; es el momento de recuperar el discernimiento para saber en qué tenemos que invertir nuestro dinero, esfuerzos y previsiones. Querido hermano: somos los pastores que el Señor, el Buen Pastor, ha dado a su pueblo. Somos los administradores fieles que el Señor, el juez justo, ha puesto al frente de su comunidad. Somos los sacerdotes eternos que el Señor, sumo sacerdote, ha designado para pastorear a las generaciones. A pesar de incomprensiones, persecuciones o desprecios que pudiéramos recibir el Pueblo de Dios reconoce nuestra tarea, demanda nuestro servicio, reza por nosotros. Además, hay muchísimas personas que sin sentirse vinculadas a la Iglesia Católica reconocen nuestra tarea. ¡Está haciendo tanto bien nuestra labor sacerdotal! Hermano: gracias por tu ejemplo, por tu saber estar, por tu vida entregada hasta la última gota de sangre. Sigamos edificando como piedras vivas (1 Pe 2, 5) Sabemos de dónde viene el agua viva (Jn 7, 37b-38). Dejemos aquello que el Señor no pida mantener: costumbres, bienes, criterios… Desechemos el consejo de quien, mirando por su propio interés, olvidó las entrañas del Evangelio. Amemos de obras y corazón a la comunidad encomendada: que ésta sea fiel reflejo de la gloria de Dios, que la luz que se desprenda de todo lo que haga toque el alma. Y remita al misterio de Dios. Nuestro Señor Jesús no nos abandonará. Él nos ha elegido y nos ha enviado a anunciar la Buena Noticia, de balde y con todo lo nuestro. No abandonemos al rebaño encomendado. Como pastores, unidos a nuestro obispo, estamos convocados a caminar y vivir unidos en el amor. Y en la austeridad. El Espíritu Santo que nos envió a liberar a los oprimidos y dar la libertad a los encarcelados (Cfr Lc. 4, 18) nos dará la fuerza necesaria para, desde nuestra pobreza humana y material, seamos pastores buenos, dispuestos a dar la vida por nuestras ovejas.