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Casa del Sagrado Corazón (Cottolengo-Málaga)

Publicado: 21/12/2016: 1622

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Casa del Sagrado Corazón (Cottolengo) de Málaga el 21 de diciembre de 2016.

CASA DEL SAGRADO CORAZÓN (COTTOLENGO)
(Málaga, 21 diciembre 2016)

Lecturas: Gal 4,4-7; Sal 135; Lc 1, 39-48.

1.- Hijos de Dios, rescatados y salvados
Celebramos en la Navidad el Nacimiento del Hijo de Dios, que se hace hombre, asumiendo la naturaleza humana. Él se rebaja, bajando del cielo hasta lo más bajo. Sin dejar su estado y su naturaleza, pues sigue siendo Dios, es capaz de salir al encuentro de la criatura rebajándose: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4,4). ¿Con qué objetivo? «para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Gal 4,5). 
Es como si un rey dejando su trono se fuera a las cárceles, a lo más profundo de las cárceles para rescatar a los esclavos. Esto es un ejemplo de humildad increíble y a veces, a nosotros que tenemos este ejemplo nos cuesta acercarnos al otro en las condiciones en las que esté de enfermedad, de necesidad, de situación mental… 
Jesús nos da ejemplos de cómo debemos de ser capaces de acercarnos al hermano. No es que nosotros vayamos a rescatar a nadie; nos rescata a todos el Señor. Pero el amor de Dios que vivimos, compartido, hace que, igual que Él eleva, nuestra cercanía y amor puede elevar a otros que estén en una difícil situación humana.
En ese ser rescatados Jesús nos hace hijos de Dios: «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!» (Gal 4,6). Con ese Espíritu podemos llamar a Dios Padre, al mismo Padre de Jesús. Es decir, Jesús no sólo nos rescata; además de rescatarnos nos da la ciudadanía de hijos de Dios.
Volviendo al ejemplo del rey, no sólo se va a las mazmorras, a lo más ínfimo de su reinado y rescata y libera a los cautivos, sino que encima les nombra hijos suyos. Dos actos de amor precioso: el rescate y después la filiación.
La liturgia nos invita a que meditemos estas dos preciosidades y gestas que hace Dios con nosotros.
Por lo tanto, como hemos dicho en el Salmo 135: «Demos gracias a Dios porque es bueno, porque es eterna su misericordia».

2.- La Visitación: Encuentro entre madres e hijos
El Evangelio nos muestra la visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Aquí hay un doble encuentro: se encuentran las dos madres, María e Isabel, las dos están embarazadas; por lo que el encuentro se realiza entre ellas dos y entre los niños, y la interacción entre los hijos y las madres. Es una escena preciosa.
María, ya encinta de Jesús, inmaculada, limpia de toda mancha, va a visitar a su prima Isabel que, como persona, sin el privilegio de María, sí que tiene pecado. María con Jesús en su seno, los dos sin pecado, se acercan a Isabel que lleva en su seno a Juan, los dos con pecado: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo» (Lc 1,40-41),
En el encuentro entre las madres y los hijos el niño Juan salta de alegría ante la presencia de Jesús, e Isabel se alegra ante la presencia de su prima (cf. Lc 1,44). Madre e hijo, Isabel y Juan reciben una gracia especial con esa cercanía y presencia de la Virgen con Jesús.
¿Habéis pensado alguna vez que también nuestra cercanía a otra persona puede darle gozo, puede vivir el encuentro especial de alegría, puede cambiarle la vida, puede encontrar el sentido a lo que no encontraba antes, se le puede ayudar a salir de la situación donde se encuentra? Este encuentro, esta visitación nos invita también a visitar.
Y si somos portadores de Dios, como la Virgen era portadora de Dios en su hijo Jesús, el encuentro con el otro es fascinante, es renovador, es transformador.
Fijaros qué importante es que estemos llenos de Dios, que estemos en sintonía con Jesús, que seamos buenos hijos de Dios y de la Virgen, porque cada encuentro nuestro con otra persona puede ayudarle a encontrase con Dios, a tener un encuentro gratificante, transformador, alegre, gozoso, sereno. 
Desde aquí quiero hoy felicitar a todos los voluntarios, pero mi felicitación no vale nada, vale lo que estáis haciendo porque lo hacéis por amor a Dios. Y quien os va a recompensar va a ser Dios. Os lo agradezco, os doy las gracias, os felicito, pero esto y esta Casa del Sagrado Corazón es una obra de Dios. Y aquí se realizan encuentros como el de la visitación. 
Dándoos las gracias os animo a que continuéis con ese tipo de visitas llenos del Señor y os encontréis con el otro para ayudarle, para transformarle, para hacer que el otro se sienta feliz, para que cambie lo que tiene que cambiar.
Esas visitas, esos encuentros, ese tiempo que dedicáis, ese esfuerzo, esa donación, esa colaboración, todo eso está promoviendo el bien de los demás hermanos.
A María, su prima le dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42), porque no se sentía ella digna de ser visitada por el Señor (cf. Lc 1,43).
Me gustaría que pudierais oír una voz divina, una voz del Espíritu que os dijera: ¡Benditos seáis por hacer estas visitas! ¡Benditos seáis por vuestra acción de voluntarios! ¡Benditos seáis porque creéis en Dios, porque amáis, porque os acercáis a Cristo en la persona del más pobre y necesitado!

3.- Bienaventurados los que crean
A todos nosotros, igual que llamó bienaventurada a María porque creyó (cf. Lc 1,45), nos llama también bienaventurados porque creemos. Felices porque vivimos la presencia de Dios que es un regalo.
A todos los que pasáis por aquí, o vivís aquí, o recibís cualquier tipo de acogida o servicio también agradeceros vuestra presencia.
Todas las personas somos un misterio que habla de la presencia de Dios. Cualquier persona es presencia de Dios esté en el estado que esté, se encuentro como se encuentre. Todos somos presencia de Dios y saber captar eso sólo se hace desde la fe y desde el amor.
Vamos a pedirle en estas fiestas de Navidad al Señor que siga encontrándose aquí, en la Casa del Sagrado Corazón, con todos y cada uno que ponen el pie en la casa. Con los residentes, con los que trabajan, con los voluntarios, con todo el mundo.
Que este encuentro sea parecido al que tuvo María y Jesús con su prima Isabel y con Juan. Todos salieron contentos de ese encuentro.
Se lo vamos a pedir a la Virgen María que siga protegiendo esta Casa. Las cosas de Dios las lleva Dios. Puede haber momentos más o menos difíciles, pero lo que es de Dios está en sus manos y sigue su curso; incluso frente a las dudas o temores que algunos tenían que esto se viniera abajo. Esto no es obra de personas, es obra de Dios que ayuda a las personas para que esto continúe.
Así que con la alegría de poder seguir adelante y tener las puertas abiertas para los encuentros, vamos a continuar la celebración. Que así sea.
 

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