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Gonzalo Villagrán sj: «El pluralismo es oportunidad de crecimiento para la Iglesia»

Gonzalo Villagrán, SJ, profesor de Moral Social y Doctrina Social de la Iglesia
Publicado: 05/02/2018: 20862

Gonzalo Villagrán sj (Sevilla, 1975) es licenciado en Administración y Dirección de Empresas y doctor en Teología. Imparte la asignatura de Moral Social y Doctrina Social de la Iglesia en la Facultad de Teología de Granada. El 10 de febrero habla de “Teología Pública” en el curso “Retos de las sociedades plurales y compromiso político del cristiano” que organiza la Institución Teresiana en Málaga.

“Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad”, dice el Papa en la Evangelii gaudium. ¿Existe realmente una deficiente influencia de los creyentes en la vida social? ¿En qué lo ve?

Efectivamente percibo poca influencia de los creyentes católicos en la sociedad, para mí el signo más importante es el tono de la política y la vida social española comparado con otros momentos históricos de nuestro país. Mientras que en la transición se lograron dar pasos enormes de avance social y político con la paz, la reconciliación y la democracia como objetivos; actualmente percibimos la vida política muchas veces como enfrentamiento continuo, miras a corto plazo, incapacidad de acoger y escuchar al otro, incluso intentos de forzar la propia opinión. Creo que esto nos muestra que hay menos presencia católica y cristiana en general en el liderazgo político de nuestra sociedad española.

No pretendo decir que los miembros de la Iglesia sean mejores que el resto de ciudadanos, ya sabemos que somos pecadores como todos, pero el constante esfuerzo por seguir al Señor Jesús con más fidelidad nos permite vivir las cosas de otra manera. Cuando los creyentes están presentes en la vida social y política, no sólo individualmente, sino en comunión con el resto del Pueblo de Dios, eso se nota en la calidad de la vida en sociedad. Ya afirmaba Benedicto XVI que sin la presencia pública de las religiones “la vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo” (Caritas in Veritate, 56), lo cual vale para la Iglesia católica y para las demás religiones. Nuestra sociedad española y europea necesitan hoy más que nunca los grandes valores del Evangelio: misericordia, gratuidad, perdón, atención al pobre…

Pero ¿son fuerzas externas o es la falta de fuerzas internas la que lo produce?

Ciertamente, fuera de nosotros, el duro proceso de secularización que hemos vivido, así como la incomprensión y prejuicio hacia la Iglesia no ayudan y suponen un gran desafío. Yo creo, sin embargo, que estos factores no bastan para explicar la menor influencia de la Iglesia en la sociedad. Creo que también hay cuestiones que tenemos que pensar nosotros sobre cómo entendemos esa presencia, como la formulamos y, sobre todo, como percibimos la sociedad a la que queremos hacernos presentes.

La sociedad vive un proceso incuestionable de descristianización. ¿Nos cuesta como Iglesia la convivencia en un entorno plural?

Es importante diferenciar los dos procesos que señalas: por una parte, el proceso de descristianización (secularización) que implica una disminución del número de personas que se consideran creyentes en ciertos países; por otra parte, el proceso de crecimiento del pluralismo religioso que se está dando acompasadamente en todo el mundo. Estos dos procesos son diferentes y no tienen por qué ir en la misma dirección.

En general podemos entender el proceso de secularización como un fenómeno fundamentalmente europeo que comienza en el siglo XIX, con periodos de más o menos influencia, pero que nunca ha llegado a extenderse realmente por otras zonas culturales del planeta. El crecimiento del pluralismo es un acontecimiento global, que debe mucho a las grandes migraciones globales actuales, y que junta a convivir a personas de religiones y creencias que hasta ese momento no se encontraban. El proceso de secularización a veces se entendió como un proceso histórico de disminución necesaria de la religión hasta que desaparezca (secularismo), sin embargo, esta interpretación a día de hoy se ha visto desautorizada por el creciente pluralismo religioso que demuestra la fuerza de las creencias religiosas.

De hecho, los datos estadísticos actuales muestran que en 50 años las grandes religiones se mantendrán o aumentarán sus miembros en el mundo, mientras que el número de no creyentes más bien disminuirá.

Creo que en la Iglesia en España y en Europa podemos estar un poco obsesionados con el proceso de secularización por lo que supone de cuestionamiento y disminución, pero no integrar plenamente el otro proceso, más fuerte y significativo, de crecimiento del pluralismo. Creo que el asimilar mejor el hecho del pluralismo, el tomar conciencia de que entre nuestros conciudadanos hay cada vez más personas con otras religiones y sin religión alguna, puede ser una ayuda. Tal vez estamos pensando un discurso dirigido a antiguos cristianos que han abandonado la fe y a los que recriminamos por ello. Tendríamos que pensar nuestro discurso público más bien como dirigido a una audiencia muy diversa, con orígenes y referencias muy lejanas a nosotros, pero por ello mismo más abierta a lo que la Iglesia pueda aportar para construir la sociedad. 

¿Cuáles son los requisitos necesarios para establecer esa cultura del encuentro?

Yo creo que en el caso de nuestra sociedad española un reto es el abrirnos al reconocimiento pleno del misterio del otro, el otro inabarcable y más allá de mis esquemas y prejuicios. El misterio también de la presencia y acción de Dios en el otro según sus necesidades, sus ritmos vitales y biográficos, y su apertura a Dios. El ganar en conciencia de este misterio increíble del otro diferente hace que entienda mejor que ese otro siente, piensa, experimenta las cosas de otra manera y eso le lleva a creer una cosa u otra, o a no creer. Acogiendo esta realidad nos abrimos más y mejor a la realidad del pluralismo social que nos afecta. Esta apertura nos ayudará a hablar y construir nuestros discursos de una manera nueva, más acogedora de la diferencia, más persuasiva, más reconocedora de las circunstancias de cada uno.

La teóloga Belga Catherine Cornille escribía una obra hace unos años donde reflexionaba sobre la dificultad real del diálogo interreligioso (Cornille, Catherine, The Im-possibility of Interreligious Dialogue, Crossroad, New York 2008) Cornille afirmaba que la dificultad estaba en que este requiere el desarrollar unas virtudes en cada interlocutor que son condición de posibilidad del diálogo. Estas virtudes eran para ella las siguientes: humildad en nuestra concepción del conocimiento, compromiso auténtico con la propia tradición religiosa, reconocer la existencia de una interconexión humana profunda entre todas las personas, reconocer al otro religioso como un auténtico “otro” diferente de mí, desarrollar una hospitalidad con la verdad del otro. Creo que estas virtudes deben ser también un camino de crecimiento nuestro como Pueblo de Dios en España.

A un nivel social más allá de la vida de la Iglesia, hemos de recordar los principios que el Papa Francisco proponía en Evangelii Gaudium (222-237) para pensar la sociedad y poder avanzar en fraternidad y reconciliación: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte.

En cualquier caso, como se ve, la realidad de pluralismo social en la que vivimos y que nos desconcierta, más que motivo de desencanto o desesperanza, puede muy bien ser oportunidad de crecimiento humano y eclesial en el camino del evangelio.

Una investigación de la Universidad de Granada destacaba recientemente que los jóvenes encuentran en la Iglesia más un obstáculo que una ayuda para encontrar a Dios. ¿Cómo puede ser?

Pude leer un artículo recientemente sobre ese estudio, aunque no he leído directamente los resultados del estudio. Mi impresión es que habría que clarificar mucho los datos de la encuesta para entender bien qué está diciendo. Es evidente que el porcentaje de creyentes católicos disminuye entre los jóvenes, también es bien conocido que la generación joven actual es aún más escéptica que las anteriores frente a cualquier institución, y ya sabíamos que la presentación de lo institucional católico en España es con frecuencia sesgadamente negativa por interés o puro desconocimiento. Todo ello explica bastante que al preguntar a los jóvenes en general por la fe, estos identifiquen a la Iglesia como fuente de todos los problemas.

Sería más importante saber en concreto como perciben la Iglesia aquellos jóvenes que están en búsqueda auténtica de sentido o bien aquellos que han renunciado explícitamente a la fe y a la pertenencia eclesial por decisión propia. Sería más significativa su opinión que la de los jóvenes en general que ya sabemos que estadísticamente va a ser negativa.

La apertura Iglesia y la pertenencia eclesial tienen también algo de prueba de verificación de otros sentimientos o creencias más difusos. Es fácil decir que creo que existe algo superior que nos lleva, afirmar esto es poco comprometido. Afirmar que un grupo humano, limitado y pecador, me ha transmitido y sostenido en la fe y en él encuentro al Señor Jesús tiene algo de escandaloso. En estos tiempos líquidos no viene mal poner a los jóvenes ante opciones que impliquen apostar por algo real, concreto y débil, pero por ello mismo capaz de cambiar las cosas.

De todas maneras, es responsabilidad de los que estamos, por gracia de Dios, en casa en la Iglesia, el saber presentarla en toda su belleza y con toda la hondura de su misterio. Eso supone ir más allá de una mera comprensión de lo católico como ideología a defender. Esta presentación integral y profunda ha de incluir el reconocimiento de nuestra debilidad y falibilidad personal e institucional, para mostrar más claramente que es Dios quien nos lleva.

Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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